Casi casi como un boxeador, uno de esos noqueadores que confían y apuestan todo al poder de sus manos. Un Rocky Marciano, un Mike Tyson, así era El Zorro, el más grande de toda la historia.
El ojo de un experto puede dar sentencia. Dicen los que saben que la mayoría se acercan nerviosos, sudorosos, excitados y atados ante la responsabilidad a la que deben enfrentarse; que les resulta difícil, casi imposible, manejar la ansiedad de ser amplios favoritos en la contienda.
Él, en cambio, llegaba parsimonioso, con paso lento y con sus grandes ojos tímidos clavados en el suelo.
Nada hacía presuponer la furia que se desataba segundos más tarde, esa vehemencia que erupcionaba sin aviso de ese mismo cuerpo cansino cuando sonaba la campana. Le bastaba alzar las manos y soltar un par de golpes para que sus rivales mordieran el polvo.
Poco a poco fue ganándose su reputación. Presentación tras presentación, combate tras combate, hazaña tras hazaña.
En el pico de su popularidad, con su condición de invicto a cuestas, la tragedia se hizo presente en su vida.
Cuentan los testigos de aquel encuentro que nunca nadie había visto (ni volvió a ver jamás) una cólera semejante. Aquel día la ira de Dios se hizo carne.El fatal desenlace de aquella contienda condicionó su carrera pero esa triste mancha en su trayectoria y en su record acrecentó aún más su reputación.
Solo los mejores se atrevieron a enfrentarlo y a todos venció y derribó sin esforzarse, midiéndose, sobrando la escena para no cometer el mismo error.
Luego de someterse a una operación en una de sus manos se negó a competir en lo que sería su reaparición. Algunos charlatanes que nunca faltan se animaron a sentenciar: "ya nunca será el mismo" Herido en su orgullo, el invicto reapareció meses más tarde y batalla tras batalla volvió a enfrentar a los mejores entre los mejores y todos ellos fueron para el invicto no más que muñecos de trapo.
En su última aparición pública, cuando ya no le cabía más gloria en su pequeño pero fornido cuerpo, algo en su actitud hizo presuponer el final. Por primera vez alzo la vista, y miro a su alrededor.
A la hora señalada dio los primeros pasos casi por compromiso, y como un velocista que detiene su carrera a mitad del trayecto, en unos pocos segundos que duraron para siempre, el invicto bajo las manos quitándole a su adversario la posibilidad de vencerlo, derrotándose a sí mismo.
Se quedó inmóvil en el centro de la escena esperando el aplauso y la ovación que se merecía y que demoró en llegar ante la incredulidad de los presentes pero que luego estalló como ninguna.
Nunca nadie pudo con él. Solo una vez cuando anestesiaron su espíritu inquebrantable y lo convirtieron en sombra de su sombra, cuando lo trampearon en un terreno ajeno para que la historia tenga una revancha heroica. La verdad, dicen tenerla unos u otros y será siempre subjetiva.
Uno de sus rivales más reconocidos dijo sobre el invicto: "En la previa nunca se lo vio nervioso, llegaba al palo sabiendo que iba a ganar" En todos los rincones de Sudamérica aun hoy se lo sigue ovacionando a pesar de su ausencia eterna, aun hoy se lo sigue reconociendo por su nombre y su apodo: El Zorro, el tordillo de la historia."
Participó en 157 domas y recorrió mas de 82 mil kilómetros en 135 pueblos y 7 provincias distintas (Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Río Negro, La Pampa, Neuquén y Córdoba).
Mario Markic, contó su historia en el programa "En el Camino" que se emite por la señal de noticias TN, dos milongas lo recuerdan, varios versos se han escrito en su nombre, y un documental, "Montando al Zorro" del cascallarense Juan Ignacio Domínguez, ganó el premio al mejor cortometraje en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Un monumento lo recuerda, acá en Tres Arroyos.
Fue el rey de las jineteadas durante 23 años. Vivió 28. se fue mansamente un 26 de diciembre por la tarde, mirando al norte, como cuentan que se mueren los buenos caballos. Su tumba es visitada cada año por cientos.