Hace 30 años, los médicos le dijeron a un chef alemán que su estado de salud se había complicado por una enfermedad en el hígado. Ante esta noticia decidió dejar Europa para recorrer el mundo, pero en Argentina le hicieron una propuesta que no pudo rechazar y desde entonces vive en Rafaela con el objetivo de darle una familia a personas con discapacidad en "El Ceibo".
Hans Gerd Wiesner trabajó en la cocina de los mejores restaurantes y hoteles del Viejo Continente, viajó como cocinero de "una de las personas más ricas" en esos tiempos sin embargo su salud hizo que de un volantazo en su vida en 1988.
"El pronostico de mi vida era corto por eso en el último viaje que hice decidí quedarme en Brasil con amigos. Después vinimos a Argentina, donde conocí bellísimos lugares del Sur y la idea era viajar hacia la Antártida, conocer el mundo", contó Gerd a Vía País.
Sus planes cambiaron en Bariloche cuando conoció a un vecino de Pilar, Luis Stochero, y lo invitó a Rafaela. Stochero le contó que un conocido vendía cinco hectáreas y le propuso hacer algo en ese espacio aunque el panorama no era alentador porque el terreno era "un gallinero abandonado" a las afuera de la ciudad. Pero eso no lo detuvo y así fue como "de una charla en un camping nace 'El Ceibo'".
Gerd tenía 28 años y "un montón de ilusiones pero nada bien definido", fue la necesidad de Rafaela y la región lo que hizo que se embarque en este gran proyecto: crear un lugar de encuentro para personas con capacidades diferentes.
"Los primeros años fueron muy difíciles, porque me veían con el pelo hasta la cintura, con aritos y desconfiaban, me veían como 'el loco alemán'", recordó entre risas.
Nada lo detuvo, ni su salud, ni la burocracia administrativo o los inconvenientes económicos. El proyecto se hizo realidad pero el lugar de encuentro se transformó en un hogar y en 1991 ingresó la primera persona a vivir con él y su mujer, Sonia Falkenberg, en la casa ubicada en Avenida Italia al 2000.
A 30 años de su fundación, "El Ceibo" creció a la par del barrio Italia y se transformó en un referente para los rafaelinos. Ahora 16 chicos viven en el lugar y otros diez hacen actividades a diario, pero el objetivo sigue siendo el mismo: darle un espacio de contención, una familia a personas con capacidades diferentes que atraviesan situaciones socio-familiares complicadas.
"La palabra internado es una palabra negativa para mi. Ellos no tienen familia o algunos los sacó la Justicia porque tienen una historia muy violenta es por eso que el objetivo es vivir en familia y dar un hogar", resaltó en un español con acento alemán que no desaparece.
El amor, la dedicación y la entrega de Gerd y Sonia se ven reflejados en los chicos que cada vez que los cruzan los abrazan y miran con admiración mientras los llaman mamá o papá. "Para mi acá es una pequeña isla y para ellos tambien", sostuvo y admitió que siente mucho orgullo al verlos pero además resaltó que a pesar de las cuestiones de salud "sigo gracias a ellos".
En la fundación-hogar los chicos están acompañados por profesionales que los ayudan y contienen. El fundador destacó que cada uno de ellos "tiene el alma puesto en esto" de manera totalmente desinteresada y que son una pieza clave para el crecimiento de "El Ceibo".
En el lugar tienen la posibilidad de aprender oficios o realizar actividades recreativas, aunque solo la carpintería se hace en el predio: "Esta es su casa y no una escuela, por eso queremos que sus rutinas sean como las de una familia".
Además, cada vez que pueden y con la colaboración de amigos hacen escapadas al campo, van a pescar o viajan. "Hacemos cosas como una familia normal. Yo lo vivo así, no como algo especial porque esta es mi familia", señaló.
También en busca de ayudarlos a que logren mayor autonomía tienen convenios con diferentes organizaciones o la Municipalidad para que los chicos realicen actividades y cobren un sueldo por las mismas como por ejemplo manteniendo plazas o ayudando en la Asociación Rafaelina Protectora de Animales. La inserción laboral es una de las cuestiones que más preocupan ya que hay una Ley pero esta no se cumple.
El establecimiento se sustenta gracias a la venta de comida y las clases de cocina que Wiesner da por las noches. A eso se suman los 1.800 socios que colaboran mensualmente: "Está el deseo de ayudar y eso es algo muy valioso", resaltó.
Además, cuentan con un aporte de la Comisión Asesora Municipal del Discapacitado, pero el dinero que ingresa es mínimo al lado de los gastos que tienen en el hogar, y sólo cuatro personas pudieron acceder a la pensión por discapacidad.
"Casi el 40 % del dinero viene de Alemania, de la fundación que crearon mis padres. Allá hacen actividades y eso nos permite vivir, sin ellos no estaríamos funcionando", contó y se mostró muy agradecido por el apoyo de sus amigos y familiares de aquel continente.
A pesar de las trabas, de los faltantes o dificultades que afrontan a diario, Gerd admite que no volvería a Alemania porque su lugar está en la "Perla del Oeste". "Muchos me preguntan si no quisiera volver a mi país, pero yo siempre digo ¿Qué hago alla? Me siento como un extranjero cada vez que vuelvo. Salgo del avión y me siento raro, no encajo. Acá es realmente mi lugar", aseguró.
"Todo es un aprendizaje muy grande y duro en la granja, mentalmente creo que es mucha la carga pero vivimos más cosas positivas que negativa. La vida que hemos hecho es bastante turbulenta pero realmente soy feliz", destacó.