Para Fabiana Cari Segovia las casi 48 horas que pasó perdida y sola en la yunga de San Lorenzo fueron interminables y llenas de miedo. Caminó lo más que pudo y fraccionó el alimento que llevaba en su mochila para mantenerse alimentada y fuerte. Llegó hasta un río y decidió seguirlo con la esperanza de llegar a alguna población. Pasó dos noches a la intemperie y con su ropa empapada. Lloró mucho aunque siempre intentó conservar la calma. Cuando los rescatistas la vieron, lo primero que hizo fue decirles que se había perdido, ellos la abrigaron y la llevaron de regreso a la base del cerro.
Apenas la encontraron y sacaron de la selva, Fabiana fue traslada el Hospital San Bernardo donde la estabilizaron porque presentaba un cuadro de hipotermia y deshidratación. Nunca soltó el palo al que se aferró para caminar y encontrar la manera de salir de ahí. El miércoles a la noche recibió el alta, y su estado de salud es favorable, más allá del cansancio. “Estoy re bien, solo quiero dormir”, le dijo a los medios que la esperaban a la salida del hospital.
Fabiana fue reportada como desaparecida pero la realidad es que se perdió cuando intentaba encontrar a los dos amigos que caminaban con ella desde la Quebrada de San Lorenzo. El problema fue que se desorientó y se cayó. “El golpe fue durísimo”, contó a El Tribuno. A partir de ahí comenzaron sus peripecias. “Golpeada, me di cuenta de mi absoluta vulnerabilidad y de que ya no podía regresar a la senda, así que intenté caminar un trecho pero ya no veía nada”, relató.
Se quedó sin batería en el celular antes que termine el domingo, pero llevaba algo de provisiones en su mochila, también el pantalón y la campera de su amigo. Cuando llegó la noche intentó dormir pero con miedo porque se le venía a la cabeza la posibilidad de que haya animales rondando el lugar. Al día siguiente siguió caminando hasta que llegó a un caudaloso río. “Tenía miedo de entrar en la espesura de la selva oscura y me mantenía sobre el curso de agua, estaba mojada de pies a cabeza. Temblaba y en parte lloraba. Grité y grité”, contó. “El río era violento y correntoso. Me asusté. Era difícil vadearlo y caminar por su lecho, muy peligroso. No quería entrar a la selva”, agregó.
El lunes caminó hasta que encontró un hueco de piedra al costado del río y se acostó a pasar la noche allí. Estaba húmedo pero protegido, expresó. Recordó esa segunda noche como fría e interminable. “Sentía que alguien gritaba mi nombre. Sentía la palabra Fabiana de manera interminable haciendo eco y cuando me detenía para escuchar de dónde provenía, solo el bramido del agua contra las piedras podía escuchar. Esas voces me persiguieron día y noche. Me alentaron”, dijo. Cuando los rescatistas Tano Isola y Ernesto la encontraron comenzó a temblar de la alegría. Ellos la abrigaron y con el correr de los segundos llegaron más personas.