Antonio y María, sus nombres fueron modificados para preservar su identidad, se conocieron cuando ella tenía 18 años y él 26. Ambos oriundos de Villa Cañás, Santa Fe, un lugar con el estilo de vida de pueblo más que de una ciudad, donde todos se conocen, la siesta es sagrada y la sirena de la estación de bomberos anuncia la hora del almuerzo.
En una charla con Vía País, la pareja contó los comienzos de una relación que los marcaría para siempre.
Antonio jugaba al fútbol en Studebaker, uno de los clubes de la Liga Venadense que más hinchas moviliza en esa ciudad. “Estaba lesionado, mirando el partido, y pasaron tres chicas. Vi que una me miró y en ese momento me flechó, era María”, dice Antonio sobre el día en el que conoció a la joven.
Y agrega: “Cuando la miré me sacó la lengua, después de eso quería saber quien era”.
En esa época dar con la persona a la que habías conocido de vista se podía volver toda una aventura. “Al otro día la busqué por todo el pueblo hasta que encontré donde trabajaba, la esperé, y la invité a salir”, cuenta Antonio sobre cómo comenzó la relación.
Durante algunas semanas, la pareja se volvió inseparable, disfrutaban compartir interminables tardes de mates a orillas de la laguna, peñas en la que entrada la noche, Antonio deslumbraba a su joven novia con su clásica guitarra española, y la profunda complicidad que caracterizó su incipiente romance.
Sin embargo, ese no era el momento para ambos, María se enteró que su novio estaba comprometido, y tenía planes de matrimonio. El joven se vio en apuros y le contó la verdad, así también le prometió que dejaría su otra relación. Pero fue tarde, María no lo perdonó.
“Mi tío se enteró charlando en un bar y fue a mi casa a contarme que Antonio se iba a casar. Ahí tomé la decisión de terminar todo”, recuerda sobre la decepcionante noticia.
“Yo quería reconquistarla, pero no pudo ser”, agrega el hombre.
Antionio se mudó a Buenos Aires, se casó y tuvo tres hijos. Por su parte, María se quedó en Villa Cañás y formó su vida allá, abrió su propio local de ropa, se casó y tuvo tres hijos.
“Con el tiempo me fui olvidando, de hecho él se fue a Buenos Aires y perdimos el contacto, ni siquiera nos veíamos cuando él venía a Cañás. Él no sabía dónde vivía yo, pero estaba muy cerca de la casa de su hermano”, dice María.
“Nos reencontramos en Cañás, yo estaba en la calle y una amiga en común me señaló que en el auto que pasaba por la esquina iba Antonio. Lo vi y lo paré para saludarlo, para ver cómo estaba después de tantos años. Fue algo de amigos. Nos saludamos, y después empezamos a comunicarnos”, dice María.
“35 años habían pasado, nos reconocimos. La vi caminar y me di cuenta que era ella”, recuerda Antonio, y señala que ese día cruzaron escasas palabras.
La Avenida Avellaneda en el barrio porteño de Flores recibe a cientos de comerciantes de distintas partes del interior del país que se trasladan en micros de larga distancia a comprar por mayor para vender en sus tiendas locales.
María comenzó a viajar más seguido a Buenos Aires a comprar indumentaria para su comercio, aprovechando la cercanía, acordaron encontrarse para ponerse al día. “Comenzamos una linda amistad, charlábamos de nuestros hijos”, recuerdan.
“Lo primero que me dijo después de 35 años fue: “Que tonto fuiste”, porque no había seguido con ella. Cuando yo viajaba a Cañas la buscaba por todos lados y no la podía encontrar y estaba a dos cuadras de la casa de mi hermano, donde yo me quedaba”, lamenta el hombre.
Pueblo chico, infierno grande
María y Antonio mantuvieron una amistad con la que recordaban su adolescencia en el pueblo. Sin embargo, ésta no fue compatible con sus matrimonios, que para ese entonces ya estaban deteriorados. Antonio se divorció de quien era su esposa y María se separó del padre de sus hijos.
De a poco, se fueron acercando, recordando todo aquello que los unía y lo mucho que disfrutaban estar juntos. María y Antonio decidieron darse otra oportunidad, ser compañeros más que nunca, lo necesitaban, considerando que un divorcio en un pueblo como Villa Cañás puede despertar mayor repercusión de la esperada.
“No teníamos mucho, yo estaba pagando el divorcio, buscábamos monedas de los bolsillos. No estábamos bien económicamente”, cuentan sobre la situación que debieron afrontar una vez que volvieron a apostar a su amor.
Antonio empezó a trabajar en una galería y la Municipalidad comenzó a ofrecer terrenos. Pedimos un crédito y lo pudimos pagar. “Con esfuerzo se pudo hacer todo”, afirman.
Hoy Antonio y María viven en donde comenzaron a soñar juntos durante su juventud, pudieron superar las adversidades y disfrutan de esta segunda parte de su historia de amor. “Hay cosas que no se olvidan. El amor fue más fuerte”, coinciden.
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