En los últimos 10 días, los rafaelinos hemos pasado de no tener casos de coronavirus, a tener 10 positivos, dos de ellos internados en Rafaela y otros dos en Córdoba y Buenos Aires. La rapidez de los hechos, la evolución de la epidemia (sabida, por otra parte), hace que se actúe impulsivamente y no racionalmente.
En las últimas horas, muchos de nosotros, los rafaelinos, hemos empezado a señalar con el dedo a potenciales sospechosos de ser portadores de virus. Bajo la consigna de que han actuado irresponsablemente, se los acusa de enfermar a toda la sociedad. No solo de haberlo hecho, sino de, prácticamente, hacerlo intencionalmente. Esto es conocido como desinfodemia. Es decir: una epidemia de desinformación. Su núcleo no tiene ARN, sino bits. Y su propagación es tan contagiosa como cualquier otra pandemia.
Recapitulemos: todo comenzó con una señora, que será acusada por el Ministerio Público de la Acusación, anticipando casos de coronavirus internados en el Hospital. Quince días antes de que realmente ocurriera. Fue tan burdo, que se desarmó rápidamente.
El sábado en donde se dio a conocer le primer caso, se expuso públicamente, a través de mensajes de Whatsapp, el perfil de Facebook de alguien que no tenía nada que ver. Tuvo que salir a pedir que se aclarara esto. El medio que inició todo no tiene responsables conocidos.
Esto hizo que se dieran menos datos estadísticos (sexo, edad, potencial origen del contagio) de lo que se dan en otros lados. ¿El motivo? Visto lo ocurrido, el resto de los enfermos prefirió el anonimato y preservarse del escarnio público.
Eso llevó a que los rumores se acrecentaran. Y rápidamente se acelera el contagio de la desinfodemia, que a su vez, potencia a la pandemia, porque uno de los puntos clave que tiene, es quitarle credibilidad a los organismos oficiales. Más desinformación, más contagios reales.
La búsqueda de la identificación de quienes son los infectados nos lleva a la literatura y a la historia. "La letra escarlata" de Nathaniel Hawthorne, los brazaletes (con esvásticas o con estrellas amarillas) en la Alemania hitleriana son buenos y rápidos ejemplos.
Ante la simple pregunta de "¿y para qué querés saber?" se desarma todo argumento. "Así no me contagio", repiten. La velocidad del contagio es sumamente superior a la confirmación del diagnóstico. Dicho de otra forma: no lo van a poder saber. Y es esa incertidumbre la que motiva a cada uno de nosotros en buscar responsables de lo que nos puede pasar.
Claro que nadie piensa en la "señora del Villa Rosas". O a quienes, a lo largo de toda la mañana de este martes, señalaron como (ir)responsables, de querer enfermar a los rafaelinos de bien. Una persona que dio positivo y otra que aún dudaba si lo era o no. Absolutamente desarmadas desde lo emocional, más allá de lo biológico.
Curiosamente, ya conocemos la vacuna para la desinfodemia. Que sirve para la pandemia del coronavirus, pero también para la vida en general. Y tiene miles de años de antigüedad. Se trata de la vacuna triple de Sócrates.
Cuenta la historia que una persona se le acercó a Sócrates y le dijo "¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?".
-"Espera un minuto -replicó Sócrates-, antes de decirme cualquier cosa, quisiera que pasaras un pequeño examen. Es llamado el examen del "Triple filtro."
– “¿Triple filtro?”
– “Correcto”. Antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea tomar un momento y filtrar lo que vas a decir. Es por eso que lo llamo el examen del triple filtro.
El primer filtro es el de la verdad: "¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?".
– “No -dijo el hombre-, realmente solo escuché sobre eso y……..”
– "Bien, entonces realmente no sabes si es cierto o no". Ahora permíteme aplicar el segundo, el filtro de la bondad: "¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?"
– “No, por el contrario………”
– "Entonces -continuó Sócrates-, tú deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto. Tú puedes aún pasar el examen, porque queda un filtro": El filtro de la utilidad: "¿Será útil para mí lo que vas a decirme de mi amigo?"
– “No, realmente no”.
– "Bien -concluyó Sócrates-, ¿si lo que deseas decirme no es cierto ni bueno e incluso no es útil, por qué decírmelo?"