Ser madre no es cumplir con el ¨mandato social¨ de tener un hijo o, al menos, no debería serlo. Ser madre es una elección, con toda la responsabilidad y el amor que conlleva. Hay madrazas ¨del corazón¨ y otras a las que esa palabra les queda muy grande. Quizás porque creo que no es una decisión que se toma ¨a la ligera¨, en lo personal, esa elección se dilató en el tiempo más de lo esperado y hoy puedo hablar desde la experiencia de ser mamá a los 38.
Casarme y tener hijos no eran mi prioridad a los ¨veintipico¨. Tampoco a los treinta. Mi sueño era verme realizada como profesional y a los 19 años, mientras transitaba mi segundo año de Universidad, me aboqué de lleno a los medios (radiales, gráficos, audiovisuales) y nunca dejé de hacerlo. Aunque para mí siempre fue muy importante la familia. Quizás por eso nunca me fui de mi ciudad: porque los necesitaba cerca y estar siempre para ellos.
Pero desde hace casi un año mi realidad cambió: mi familia se ¨agrandó¨ y hoy mi profesión se comparte con el maravilloso oficio de ser mamá. Un oficio, sí… un trabajo puramente artesanal en el que se conjugan amor, pasión, alegrías, tristezas, desilusiones, aprendizaje mutuo y en el que cada experiencia es única e irrepetible. Un oficio incondicional cuyos lazos se construyen en el día a día para que den sus frutos y duren para toda la vida.
Trabajo, oficio, lucha… conceptos aplicables no solo a lo profesional sino a cada esfera de nuestro ser. Desde que nací aprendí que sin esfuerzo y sacrificio no se logra nada. Para lograr algo no basta con proponértelo; hay que trabajar duro y luchar para alcanzarlo. Y mi historia de vida está cargada de eso: lucha y sacrificio. Y en ese largo camino, para ganar algo, siempre resignas otra cosa. Nunca se puede tener todo. O me enfocaba ciento por ciento en lo profesional, o lo hacía a medias y dividía mis energías con otra cosa. Pero para mí es ¨todo¨ o ¨nada¨. ¨blanco¨ o ¨negro¨; no existen los ¨grises¨.
Y yo elegí. Una vez que estaba consolidada profesionalmente decidí apostar al amor y casarme a los 33. Un año más tarde empezaría un duro camino de esperanza y desesperanza; alegría y tristeza; fracasos y desilusiones. Cuatro duros años viviendo en una especie de montaña rusa emocional.
Cuatro largos años poniendo –literalmente- cuerpo y alma para que nuestro tan deseado bebé formara parte de nuestras vidas. Luchando contra viento y marea. Contra el sistema de salud; con la burocracia de las obras sociales y las leyes existentes, a la hora de dar cobertura o no a los tratamientos de fertilidad (Si ¨calificas¨ o no. Si sos ¨prioridad¨ o no por el simple hecho de trabajar y tener recursos económicos; o porque tu marido ¨ya tiene hijos¨… entonces ¨la prioridad es para otra pareja que no los tiene¨…). Gastando muchísima plata. Sobrellevando un dolor inexplicable por no poder ser madre, justo ahora que estaba decidida a serlo y deseaba formar mi propia familia.
Pero no podía ser de otra manera. Si no me costaba, no sería parte de mi historia personal. Porque ya les dije que para mí nunca nada fue fácil; que siempre tuve que ¨remarla¨ para todo. Y por supuesto, esta vez no sería la excepción. Con un tono tragicómico cuando hablamos con mi esposo siempre decimos que nosotros deberíamos ser ¨campeones nacionales de remo¨ - porque a él, igual que a mí, nada en la vida le fue fácil y tampoco nadie le regaló nada-. Somos tal para cual. Pero cuando algo te cuesta tanto, lo valoras más -¿consuelo de tontos, acaso?-.
Cuando me pidieron escribir mis vivencias, me quedé ¨tildada¨ por unos segundos con el celular en la mano. Pensé: ¨¿Yo?... Nunca hablé de mí; no estoy acostumbrada a contar mi vida personal públicamente y no se si quiero hacerlo¨. Aquel que me conoce sabe que es cierto y que preservo mucho mi vida privada. Pero acá estoy, escribiendo estas líneas… Quizás como un acto de justicia para esas tantas mujeres anónimas que no pueden ser madres y la gente les sigue preguntando por qué no lo son, sin saber el dolor inmenso que se siente al tener que explicar lo inexplicable para cumplir con el ¨mandato social¨. También por esas otras madres del corazón que le hacen honor a la palabra ¨mamá¨: las que adoptan un niño; las que cuidan a sus sobrinos o nietos como si fueran suyos. De hecho, mis hermanos y yo estaremos eternamente agradecidos a nuestra ¨segunda mamá¨, nuestra tía Coca, que siempre nos crió a la par de mis papás mientras ellos trabajaban. Hoy la historia se repite y mi hermana cuida por la mañana de mi hijo Lucas. Y mi mamá Marta lo hace por la tarde. A veces siento culpa por no poder estar tan presente con mi hijo como quisiera –quizás la misma culpa que sintió mi mamá por nosotros-. Pero es necesario que los hijos se adapten. Y ellos se adaptan; y lo hacen con más naturalidad de la que podamos imaginar.
No soy una madre ¨convencional¨ pero mi hijo desde que fue concebido no conoce otra cosa y va a crecer acostumbrando a convivir con eso. Convivirá con las noticias y la vorágine de una mamá que trabaja en televisión y está expuesta las 24 horas ante los ojos de la gente. De hecho, a las cuatro horas de vida ya era presentado en sociedad por los dos canales de cable de la ciudad. Ya desde la panza se acostumbró a mis ¨locuras¨: a pocos días de nacer, le pedí que aguantara un poquito porque tenía que cubrir las elecciones para el canal, el domingo 23 de octubre. Y Lucas esperó. Nació tres días después, el jueves 26 de octubre.
Y él es feliz. Sociabiliza con cuanta persona se le acerca y ríe y llora y juega y habla sin parar. Y es rebelde sin causa y me desafía para ver ¨hasta donde puede tirar¨. Pasa del amor al odio en dos microsegundos y reconoce a la perfección la ¨cortina¨ del inicio del noticiero (dice ¨ahí está… ahí está¨). Está maravillado con su papá y lo llama todo el día. Ama con locura a su tía ¨Taty¨ y se desespera cuando ve o escucha a su abuela Marta –cuando llega mi mamá no existe nadie más para él-. Hace ¨choque los 5¨ como le enseñó su tío Pablo; y sonríe cuando le muestro la foto de su abuelo Osvaldo que está en el cielo y lo pudo disfrutar sólo tres meses (también estoy ¨trabajando¨ en terapia el hecho que Dios me dio un hijo y se llevó a mi papá).
Lucas sabrá que su mamá, su papá, la ciencia y la voluntad de Dios hicieron lo imposible para traerlo al mundo. Que fue fruto de cuatro largos años de tratamientos fallidos hasta que finalmente el último dio sus frutos –y por partida doble, aunque su hermanita o hermanito no logró sobrevivir a los pocos meses-. Sabrá que, pese a todo, su mamá nunca bajó los brazos y volvería a hacerlo una y mil veces más por él. Resiliencia y superación.
Mi principito cumplirá un año en los próximos días. Cuando lo miro, viene a mi mente el largo camino transcurrido y pienso –con temor- en lo que está por venir. Pero de eso se trata vivir: de superar las dificultades y disfrutar cada segundo como si fuera el último. De no tener siempre todas las respuestas y de ser artífices de nuestro propio destino. Con errores y aciertos. De poder elegir, como yo elegí ser mamá y recién pude concretarlo a los 38.
Muchas felicidades a todas las madres que eligen día a día esta hermosa profesión. Y mi admiración a la mía y a todas esas mamis ¨postizas¨ que nos ayudan a crecer y nos enseñan a ser guerreras y a entender que solo con esfuerzo y lucha se logra lo imposible.