Sábanas desparramadas.
Ventanas entreabiertas.
Mensajes sin leer en el buzón.
Afuera, en la calle, la gente sentándose a tomar café y comer al sol.
Ojos achinados, peinados totalmente deshechos.
Lentes de sol, gorras y sombreros.
Pizzas recalentadas en el microondas, pastas o asados.
Sobremesas que duran tardes enteras con amigos y familia.
Puestas de sol con tus personas favoritas.
Mates en ronda.
Cafés y libros a solas.
Tardes de sofá y películas.
De yacer en el césped sintiendo el Sol en las mejillas.
Tu canción favorita reproduciéndose en una secuencia infinita.
De abrazos fuertes y sinceros.
De besos en la frente; o de esos en la boca con media sonrisa.
De pijama o arreglado.
Lo cierto es que los Domingos son días sagrados.
De recuerdos y añoranza. De viejos amores y templanza.
Son días sagrados los domingos.
A veces un poco tristes, pero, como en todo en la vida, la clave para
superarlos siempre es tener con quien compartirlos.
Eso sí que es algo por lo que estar agradecido.