Ayer recibí un mensaje, el primero de la mañana, en el que una persona muy importante
para mí me avisaba que se había mudado del otro lado del océano.
Era aún muy temprano para ser consciente de las emociones que eso me generaba.
Por un lado, una alegría inmensa por enterarme de que había cumplido su sueño.
Por otro, esa conocida tristeza que genera el saber que quienes queremos se alejan.
No me sorprendió para nada el sentimiento pues, hace un par de semanas, se mudó otra
de mis personas favoritas.
Hay pocas cosas, en mi opinión, que puedan compararse con la alegría y satisfacción que
genera el saber que quienes queremos están cumpliendo su sueños.
Creo que ahí está el reflejo del verdadero afecto.
A quien querés de verdad solo le deseás felicidad.
Y que todo sus sueños se vuelvan realidad.
Aunque eso implique que un océano o miles de kilómetros los separen.
Un día después de haber recibido la noticia y aún sonriendo de felicidad, puedo decirte
que lo que realmente cuesta es darte cuenta de que la vida sigue y ya.
Es rememorar todo lo que viviste con esas personas, las historias de madrugada, las risas
hasta las lágrimas, los abrazos a los que no siguieron palabras.
Creo que no es tanto angustia generada por tristeza sino más bien nostalgia.
De saber que el tiempo avanza y que todo cambia.
Y que no es que no le desees lo mejor a quienes amás para la aventura en la que hoy se
embarcan, sino que te sigue sorprendiendo el comprender que es inevitable crecer.
Y que si existe una verdad irrefutable es que nada va a volver a ser lo que fue.
Repito, no hay mayor alegría que la de ver felices a quienes amas.
Pero está permitido decir que se los va a extrañar.
No por retener.
No por querer cortar las alas.
Porque decirles que los vas a extrañar significa aceptar que fue maravilloso lo que viviste
con ellos hace un tiempo atrás.
Decirles que los vas a extrañar no significa que su historia vaya a terminar, sino avisarles
que son de esas personas inolvidables que ni el tiempo ni la distancia podrían hacerte olvidar.