Se conocieron a través de una amiga de ella que se lo presentó. Después de tres años de novios, se casaron el 19 de julio de 1980. Entonces, Marta, de la ciudad de Córdoba, tenía apenas 19 años; y Ricardo, oriundo de La Consulta, Mendoza, 24.
Recuerda Marta: “Tiempo atrás de conocerlo, mi amiga me había pedido prestado un vestido largo porque tenía una fiesta en el casino de oficiales de la Escuela de Aviación Militar. Y le presté el que me había puesto para mi celebración de los 15. Ricardo era compañero de un cadete que salía con ella. Y un día, me propuso presentármelo. Así nos conocimos”.
Para abril de 1982, cuando comenzó la guerra de las Malvinas, Lucero era un muy joven oficial; con el grado de teniente, estaba destinado en la IV Brigada Aérea, con asiento en su Mendoza natal. Continúa Marta: “A diferencia de prácticamente todos los demás matrimonios, nosotros no teníamos hijos aún. Y yo no tenía a nadie en Mendoza; mis padres estaban en Córdoba, vivían en Barrio San Martín. Así que cuando Ricardo fue trasladado ya de manera permanente al sur, decidimos que yo estuviera con ellos mientras tanto”.
San Julián, al este de la provincia de Santa Cruz y a unos 360 kilómetros al norte de la capital provincial, Río Gallegos, era la base desde la que operarían los aviones A4C Skyhawk de la Fuerza Aérea Argentina durante la guerra. Lucero y sus camaradas, que se encontraban alojados en una hostería, habían estado antes del conflicto haciendo maniobras en la región, pero después del 2 de abril del ‘82, debieron instalarse en forma permanente”.
“Desde allá, todos los días a las ocho de la noche me llamaba por teléfono, unos minutos. Todos los días. ´Vas a ver que no va a pasar nada, que las cosas se van a arreglar´, me decía, tratando de tranquilizarme. Pero las cosas se ponían más difíciles, la angustia era mayor. Y empezaron las misiones de combate. Y comenzaron a volver de ellas sin algunos de sus compañeros. El 25 de mayo, fue el primer día que no me llamó…”
En aquella jornada e inspirados especialmente por la conmemoración del Día de la Patria, los pilotos argentinos atacaron a la flota británica en el Estrecho de San Carlos, al norte de las Malvinas, donde desde hacía cuatro días se realizaba el desembarco de tropas y la constitución de la cabecera de playa enemiga.
Volando, como es sabido, de manera rasante y a unos 800 km/h, los cazas de la Fuerza Aérea alcanzaban el estrecho y peligrosamente sorprendían a las naves del Reino Unido. Una vez determinados los blancos, lo que debía hacerse en segundos, trataban de ser lo más precisos posibles al arrojar sus bombas. Cuando Lucero intentaba cumplir con su misión, su avión se vio sacudido por la explosión próxima de un misil disparado desde uno de los buques. Mientras sentía y veía cómo su A4C se iba desintegrando, logró rápidamente eyectarse.
Sin embargo, al eyectarse, la misma fuerza del aire, a semejante velocidad, hizo que las piernas se le abrieran y se le luxaran las articulaciones de la cadera. Gracias a su paracaídas, cayó lentamente al mar, pero enseguida se dio cuenta de que no sentía sus piernas. Minutos después, y tras denodados esfuerzos, fue rescatado por los británicos y llevado en un lanchón al barco HMS Fearless (una de las naves más relevantes de la flota, donde funcionó el comando británico y donde incluso se firmaría la rendición argentina tras el 14 de junio).
Una vez a bordo del Fearless, y después de haber estado sobre el suelo, apuntado por marinos ingleses, recibió asistencia médica.
Desde ese buque y de acuerdo con la gravedad de sus lesiones, sería trasladado al hospital de campaña británico montado en viejas instalaciones de una planta frigorífica en San Carlos, puntualmente en Bahía Ajax. Allí, en la conocida como “The Green and Red Life Machine” (“La Máquina de la Vida Verde y Roja”, por el color de las boinas de los infantes de marina y los paracaidistas del Reino Unido), fue intervenido quirúrgicamente.
Su rodilla izquierda estaba comprometida. Y también tuvo una lesión en un oído, por golpes sufridos cuando quedó atrapado por unos instantes debajo del lanchón desde el que intentaban rescatarlo. Incluso, corrió el riesgo de haber sido alcanzado por la hélice de la embarcación.
Marta vuelve al relato. “Me acuerdo de que el mismo 25 de mayo a la noche, vino un colectivo azul de la Fuerza Aérea hasta la casa de mis padres; bajó un grupo de personas, entre ellas un sacerdote. Hablaron con mi mamá, conmigo; nos dijeron que estaba desaparecido. Traté de tranquilizarme. Fue como prepararme para lo peor. Lo primero que pensé fue “Y ahora, ¿qué hago? ¿Cómo sigo? Y si algo me recriminé en ese momento, fue no haber tenido hijos todavía”.
Después de estar en el hospital de campaña, Lucero fue derivado al barco hospital británico SS Uganda, en el que se le practicó una segunda intervención; y finalmente, al buque hospital argentino Almirante Irizar, a bordo del cual llegaría al continente los primeros días de junio, cuando el desenlace de la contienda se aproximaba.
La vida después de la guerra de las Malvinas
El reencuentro con sus camaradas, a quienes pidió ver enseguida al retornar al continente, así como con su familia y con Marta, resultaría tan emotivo como inolvidable; tanto como la calurosa recepción que le brindó el pueblo de San Carlos, en Mendoza, durante aquel frio otoño del ‘82.
“Y muy pocos días después, todavía cuando Ricardo tenía sus piernas enyesadas, quedé embarazada de nuestro primer hijo (Martín, que cumplirá 40 años en febrero del próximo año y es también oficial de la Fuerza Aérea). “Y… En esas circunstancias, uno se las arregla… Lo cargaban después a él…”, expresa sonriendo Marta, cuya expresión durante su relato transmite en todo momento una inmensa paz.
“Le llevó tiempo empezar a hablar de lo que había vivido durante la guerra. Y le costó mucho atravesar el descontento por la derrota y encima el desprestigio que sufrieron las Fuerzas Armadas y la falta de reconocimiento de quienes habían luchado por la Patria”, reconoce.
Y confiesa: “Ricardo nunca se sintió un héroe. Me decía que héroes eran los que habían caído; que él solo había cumplido con su deber. Pero sos mi héroe, le decía yo”. En aquellos años tan difíciles, le pedía a Dios que me ayudara a saber cómo apuntalarlo. Y me siento muy agradecida porque compartimos una vida colmada de amor, y en la que tuvimos a nuestros cuatro hijos: Martín, Julieta, Gastón y Nahuel. Y seis nietos”.
Lucero se retiró de la Fuerza Aérea, en la que fue un valioso instructor, a mediados de los ‘90. Fundamentalmente, por el hecho de no poder seguir volando como hubiese querido, a causa de las secuelas que en su cuerpo dejó la guerra. Se esforzó por adaptarse al medio civil y canalizó su pasión piloteando distintos aparatos; entre ellos, ultralivianos para fumigación de campos.
Realizando esa tarea, el 3 de marzo de 2010, cerca de las siete de la tarde, sufrió un fatal accidente. Sucedió cuando, aparentemente, los rayos del sol le dificultaron ver un alto eucaliptus mientras volaba a baja altura en las inmediaciones de la localidad cordobesa de Calchín. El 19 de julio del mismo año, Ricardo y Marta iban a cumplir 30 años de casados.
“Desde hacía un tiempo, le pedía que ya no volara. Le decía que quería disfrutarlo, que compartiéramos nuestros lindos días en la casita de campo, que habíamos logrado construir. Era nuestro nido de amor. Pero también trataba de entenderle que esos aviones que ahora comandaba, por más inseguros que parecieran al lado de los de combate, de alguna manera le representaban aquellos con los que debía cumplir una misión”.
Durante las horas de incertidumbre que Marta atravesaba al no saber nada de él durante la guerra, las horas siguientes a aquel 25 de mayo del ´82, Ricardo le escribió una carta estando internado a bordo del barco hospital británico SS Uganda. Una carta que desde el Atlántico Sur primero llegó a Londres; y de la capital inglesa, fue enviada a la Argentina.
Lucero le decía a su esposa “Ali”, porque su segundo nombre es Alicia. Pero también, el sobrenombre “Ali” pareciera estar en sagrada comunión con el cariñoso diminutivo de la palabra alas: “alitas”. Alas. Alas para volar. Alas para amar.
29-5-82
Ali, esposa mía
Recibe un beso como saludo y es mi deseo que te encuentres bien, quedo yo bien a Dios gracias. Amor mío espero que hayas recibido mi anterior carta, donde te decía de mi suerte al haber sido rescatado y salvado por los ingleses. No debes desesperarte porque me atienden muy bien. Sé que para ti no es fácil, sé que desde un tiempo atrás vives angustiada. Pero yo te pido que tengas mucha fe y recemos siempre para que todo esto termine. Son más de las 10 de la noche y pronto van a operarme nuevamente; como ves, este es un excelente lugar. Se acabó el tiempo, mi amor. Hasta pronto, un beso grande
Saludos y besos a todos
Tu Ricardo