Nicolás Marin nació en un barrio de San Miguel, en la Provincia de Buenos Aires, a 500 kilómetros de la costa marina más cercana. “Nunca hubiese imaginado lo que me está pasando ahora”, nos cuenta emocionado. “Vivo en un sueño”, afirmó en diálogo con VíaPaís sin poder creerlo.
Es que el joven de apenas 23 años logró traspasar la pantalla. A sus siete años ya había sentido una atracción muy fuerte por el océano. Esa curiosidad solo se calmaba cuando prendía la tele del living de su casa y empezaba alguno de los tantos documentales sobre la naturaleza que sus padres le acercaban.
Dieciséis años después es él quién está del otro lado del televisor siendo protagonista.
Su camino no es igual al de otros fotógrafos reconocidos. “Mi primer acercamiento con el mundo de las imágenes fue cuando me anoté a un curso para saber como usar una cámara”, nos cuenta.
“Arranqué solo con un celular y a medida que fui creciendo, encontré una oportunidad con una asociación de corales y una escuela de buceo que buscaban gente. Mandé mi historia, sabiendo que tenía mucha experiencia con marcas, pero no así en buceo. Me sorprendí porque entre más de mil personas, llamaron a tres y quedó uno que fui yo”, recordó. Así emprendió viaje para San Miguel de Cozumel, en México.
Dentro del agua, a medida que sus prácticas de buceo mejoraban, comenzó a disparar con su cámara para dejar guardados todos esos encuentros submarinos.
Su feed de Instagram nos lleva a descubrir un mundo nuevo: colores fluorescentes, texturas que nunca antes sentimos, manchas, rayas y muchas aletas.
“Mezclo la fotografía como herramienta del arte, la ciencia como sustento teórico y el activismo para interpelar a la gente”, afirma Nicolás. Su principal preocupación como activista es que “las personas formen parte y empiecen a ser parte de la solución”.
“Siempre trato de mostrar que no solo es lindo el tiburón o el pez globo. Necesito que la gente entienda lo que está viendo. Que hoy está arrasándonos la sobrepesca y los plásticos. La ciencia me ayuda a poder explicar y que tenga sustento mi activismo. Trato de dar un mensaje para revertir la situación que viven los océanos”, dice convencido.
Su trabajo no termina cuando sale del agua, ahí recién está arrancando. Luego de registrar lo que vio, se pone en contacto con un equipo de biólogos con quienes reporta los comportamientos de las especies en peligro de extinción para su estudio y divulgación en las redes sociales.
“Estar en estos lugares es estar en una película constantemente”, explica el joven fotógrafo. “Siento que cuando voy a bucear directamente es como volar bajo el agua”, agrega.
“La primera vez que respiré abajo del agua para mí fue increíble. Era una sensación que no sé si la podría explicar en palabras. Metí mi cabeza por primera vez y me puse el regulador, que es el equipo con el que respirás abajo del agua, hice dos respiraciones profundas y dije: ‘Soy un pez, claramente soy un pez, ahora puedo involucrarme y sentirme yo también parte de ese ecosistema’”, recuerda.
Nicolás no le teme a ese enorme manto azul en el que se sumerge y se envuelve. “Yo el miedo lo refiero a lo desconocido”, nos explica.
“Mirá, cuando aprendés a manejar le tenés miedo también, pero no porque sea peligroso, sino porque no sabes cómo es. Cuando empezás a tirarte cada vez más al agua, interactuás con las especies, empezás a conocer más y hay algunas variables que ya no quedan inconclusas. Sabés los comportamientos, cómo se acercan a vos, cuáles son sus movimientos y su alimentación”, cuenta.
Una de sus fotografías más reconocidas es la de un tiburón ballena de 12 metros de largo con el que se topó cara a cara. Este encuentro con el pez más grande del mundo lo descolocó. Cuándo pudo incorporarse sacó la cámara y lo retrató en lo que afirma que es su foto preferida.
“Cuando abre la boca, puede medir hasta dos metros, yo entraría parado en ella incluso”, afirma y recuerda que sintió que el animal “lo chupaba” mientras succionaba intentando encontrar plancton. Cuenta que estaba tan cerca de su boca que podía ver cómo era por dentro el cuerpo del tiburón.
El encuentro entre ambos fue fugaz pero repleto de sensaciones. “Me pasó por abajo y al irse casi me roza con su aleta. Yo no lo podía creer”, recordó con la cara iluminada.
Mientras viaja por todo el globo acercando el mar a la gente, Nicolás sigue aprendiendo. “Yo hoy siento una conexión eterna con el océano y eso me hace conectar con las especies”, afirma con emoción.
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