Es una realidad que todo tipo de aprendizaje cuesta más cuando se adquiere a una edad adulta, no ya siendo un niño, sino cuando ya se traen consigo ciertos patrones de conducta y características propias que hacen que ese nuevo conocimiento cueste más asimilarse.
Lo cierto, también, es que cualquier nuevo desafío que se enfrente en edad adulta, implica un compromiso importante, pero a la vez, cuando se empiezan a ver los primeros resultados, la satisfacción por autosuperarse es mayor. En ese sentido, es que les puedo contar, en primera persona, mi experiencia acerca de aprender a manejar, a mis 36 años de edad.
Romper los miedos, la clave para aprender nuevos desafíos
Quizá no haya sido tanto el impedimento por el miedo. O quizá, ese miedo no haya estado manifiesto de manera convencional en pensar que podía suceder algo malo, así sea conmigo o hacia terceros.
Yo no tuve nunca ese miedo. Sabía de mis limitaciones, pero también era consciente de mis precauciones. Estaba al tanto de que aprender a manejar implicaría correr riesgos, dado que no solo era saber utilizar una máquina (el auto) que me era totalmente desconocida a nivel operativa, sino también que podía poner a en riesgo a otros conductores y peatones.
A pesar de ello, ese miedo nunca me frenó. Era otra cosa. Era pensar que, tal vez, eso no era para mí. O quizá, más adelante lo haría, pero no ahora.
Allí radicó mi primer obstáculo: procrastinar. Pensar que lo haría, pero que no era el momento. Ayudaron charlas con amigos, familiares, y el desafío de “más adelante” se hizo realidad. Solo bastaba animarse, y contratar algún servicio que me enseñara a manejar.
No digo que el desafío haya sido sencillo, tampoco que no haya tenido dudas, pero sí me sirvió un pensamiento muy básico que considero se debe aplicar en la mayor cantidad posible de todos los ámbitos de la vida: el momento es ahora, no el pasado, no el futuro. Vivir el presente.
La persecución de un sueño es algo muy valioso y un motor muy potente a la hora de tener objetivos por delante. Pero la consecución de ese sueño tiene un valor sin igual, más aún, cuando es algo que se anhela hace tiempo.
Ecuación sencilla: más adulta es la persona, es igual a mayor desafío, lo que es igual a mayor satisfacción
Resultará una obviedad, pero bien merece la pena ser mencionado. No es lo mismo adquirir un nuevo conocimiento cuando se es muy pequeño, donde la mente y el cuerpo está ávido de nuevos desafíos, que hacerlo a una edad adulta, cuando las dudas y los “no podré” se ponen en juego.
Lo cierto es que la mayor cantidad de los conocimientos que aplicamos de adultos los hemos adquirido siendo muy pequeños. Un idioma nuevo, costumbres diferentes, algún conocimiento técnico, etc.
Es por ello que cuando se aprende algo nuevo, siendo más grande, implica un mayor desafío. Porque nuestro cerebro nos pone ciertas trabas siempre vinculadas con las consecuencias que nuestros actos podrían traer aparejadas con el nuevo accionar.
La realidad difícilmente es igual a lo que imaginamos, en la gran mayoría de las veces, y es por ello que nuestros miedos (no quiere decir que sean infundados), pocas veces se terminan cumpliendo.
El resultado está a la vista. La ecuación es perfecta: cuanto más grande es la persona, mayor es el desafío, pero también mayor es la satisfacción por sentir que hemos roto con nuestras limitaciones y aprendido un conocimiento nuevo.
No voy a negar que en muchas oportunidades las dudas se apoderaron de mí, pero lo concreto es que lo volvería a hacer una y mil veces más: seguiría (y sigo) viviendo en el presente, buscando nuevos desafíos, tratando de adquirir nuevos conocimientos, porque de ese se trata: superarse cada día.