Eva Perón tenía 33 años cuando murió, el 26 de julio de 1952, tras batallar con un fulminante cáncer de útero. Aunque no había otra expectativa, considerando su estado de salud, su muerte conmovió a la país y sus funerales se extendieron por 16 días. Pasaron 70 años de aquel día, pero el recuerdo de su despedida sigue en la memoria de muchos.
Era un sábado frío y gris, y los ciudadanos seguían las novedades respecto de la esposa del presidente Juan Domingo Perón mediante los boletines que emitía Radio del Estado. “El estado de salud de la señora Eva Perón ha declinado sensiblemente”; “La señora está muy grave” y “La ilustre enferma ha perdido el conocimiento”, rezaban aquellos comunicados.
“Cumple la Subsecretaría de Informaciones de Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la señora Eva Perón serán conducidos mañana en horas de la mañana al Ministerio de Trabajo y Previsión donde se instalará la capilla ardiente”, fue entonces el último parte que leyó el locutor Jorge Furnot a las 21.36, y que había escrito Raúl Alejandro Apold, el subsecretario de Prensa y Difusión.
De inmediato, el país entró en duelo. De hecho, en acuerdo general de ministros, se declaró el duelo nacional con un luto por 30 días. Se decidió que la bandera nacional permaneciera a media asta durante diez y que en todos los templos se elevaran oraciones por su alma.
Asimismo, se ordenó que durante el sepelio las campanas de todas las iglesias doblaran a duelo cinco minutos, que el velatorio fuera en el Ministerio de Trabajo y que sus restos estuvieran en la sede de la Confederación General del Trabajo hasta ser trasladados al monumento que se había resuelto erigir.
Un velatorio multitudinario
El velorio tuvo lugar en el primer piso del Ministerio de Trabajo y Previsión, donde hoy está la Legislatura porteña. Eva había trabajado allí desde 1947: actualmente, el salón lleva su nombre y conserva su escritorio y un sillón de aquella época. Al otro día de la muerte, el domingo 27, a las 11 de la mañana, se habilitó la capilla ardiente en el Hall de Honor, y comenzaron a llegar ofrendas florales de a centenares.
Como la fila de gente no disminuía, aún bajo la lluvia y durante días, el 29 de julio Perón dispuso que el velatorio continuara el tiempo que fuera necesario, para que todo quien quisiera pudiera despedirla. Así, se resolvió más tarde que Evita permaneciera en el Ministerio hasta el sábado 9 de agosto. Ese día, se trasladarían los restos al Congreso de la Nación, en donde serían velados durante un día, para partir finalmente el domingo hacia la CGT, en donde no podría ser visto el cuerpo por un año, porque sería embalsamada.
Ese 9 de agosto, se celebró una misa en el Ministerio de Trabajo, luego fue al Congreso, y a las tres de la tarde, un grupo de 39 dirigentes gremiales la llevaron hasta la CGT.
Se estima que dos millones de personas colmaron la Plaza Congreso y sus alrededores a lo largo de todo el trayecto que duró tres horas. De los balcones caían flores blancas. “Fue un espectáculo impresionante y acallado”, escribió Joseph Page, en su biografía sobre Juan Domingo Perón.
Cómo fue el secuestro del cuerpo de Eva Perón
Cuando Evita murió, habían pasado menos de seis meses de las elecciones que le dieron un segundo mandato a Perón, que había comenzado en junio de ese año. El peronismo estaba en su esplendor, más allá de la oposición y de algunos intentos fallidos de levantamientos militares, nada hacía sospechar lo que sucedería en 1955, con el golpe de estado de la llamada Revolución Libertadora.
En ese escenario de “eternidad peronista”, se decidió embalsamar el cuerpo de Eva. Después de 16 días de velatorio, cuando llegó a la Confederación General del Trabajo, la idea era que luego fuera puesto en el Monumento al Descamisado (que nunca se construyó) para que sea su tumba definitiva.
Tras el derrocamiento de Perón, el 16 de septiembre de 1955, sucedió lo impensado: se secuestró el cadáver de la mismísima CGT, la noche del 22 de noviembre de 1955. Según se reconstruyó, el hecho fue ordenado por el general
Pedro Eugenio Aramburu, presidente de facto, y perpretado por un comando de marinos, al mando del teniente coronel Carlos de Moori Koenig, que entró por la fuerza al edificio, destruyó un busto de Evita en el primer piso y forzó la puerta del segundo piso donde se había montado una capilla para honrar a Evita.
Qué pasó después del secuestro
El cadáver fue llevado a deambular por diferentes puntos de la ciudad de Buenos Aires para no levantar sospechas, dentro de un camión. La paranoia de los secuestradores era tal que incluso el mayor Eduardo Arandía mató a su esposa embarazada creyéndola un “comando peronista” que pretendía recuperar el cadáver.
Más tarde, Aramburu destituyó a Moori Koenig y le encargó a coronel Héctor Cabanillas la tarea de sepultar clandestinamente los restos de Evita: fue la “Operación Traslado”. El entonces teniente coronel, y luego presidente de facto, Alejandro Agustín Lanusse contó con la ayuda de un sacerdote, el padre Francisco Rotger, nexo con las autoridades de la Iglesia Católica, a través de la orden de los paulinos, el padre Giovanni Penco y el papa Pío XII.
En abril de 1957, el cuerpo de Evita fue embarcado en secreto en el Conte Biancamano, rumbo a Génova, Italia, bajo el nombre falso de “María Maggi de Magistris” y fue enterrado con ese nombre en la tumba 41 del campo 86 del Cementerio Mayor de Milán.
En 1970, apareció la organización Montoneros y su tarjeta de presentación fue el secuestro del general Pedro Eugenio Aramburu. Entre otras exigencias, estaba la restitución de los restos mortales de Eva Perón. Sin embargo, no sucedió hasta un año después, cuando Alejandro Agustín Lanusse, ya como presidente de facto, le encargó al coronel Cabanillas la devolución del cadáver al expresidente Perón, que estaba exiliado en España.
Los restos de Evita fueron desenterrados de la tumba clandestina en Milán y devueltos el 3 de septiembre de 1971 a Perón en su casa de Puerta de Hierro, en la ciudad de Madrid.
Recién el 17 de noviembre de 1974, muerto ya Perón, la presidenta María Estela Martínez fue quien logró traer de nuevo a la Argentina, casi 20 años después de su secuestro, el cuerpo de Evita y lo llevó a la quinta presidencial de Olivos. En 1976 la dictadura militar que derrocó a Isabel le devolvió finalmente el cuerpo a la familia Duarte, quienes dispusieron que fuera ubicada en la bóveda que su familia posee en el Cementerio de la Recoleta, en la Ciudad de Buenos Aires, lugar en el que se encuentra desde entonces.