El 3 de abril de 1996, cien agentes del FBI se internaron en un bosque del norte de Estados Unidos. Esperaban encontrar al terrorista más esquivo de la historia, un hombre al que buscaban desde hacía casi 20 años. Un verdadero fantasma.
Y allí estaba, en ese lugar recóndito de Montana, viviendo en una cabaña que construyó con sus propias manos, sin luz eléctrica ni agua corriente. Un lugar que para muchos podría ser peor que el exilio, pero que a él, una persona con fuertes problemas para socializar, le sentaba de maravilla. Allí había vivido como un ermitaño casi la mitad de su vida, enviando cartas-bomba a lo largo y ancho de Estados Unidos. El hombre se llama Theodore (Ted) John Kaczynski, pero todos lo conocen como el Unabomber.
Un comienzo genial
“¿Podría haber estado menos enojado, tratar de acercarme de alguna manera? ¿Pude haber sido más comprensivo, un mejor hermano?”, se lamenta David Kaczynski, hermano menor de Ted, y la persona que finalmente lo entregó al FBI.
Pero cuatro décadas antes, en los años 50, Ted y David todavía eran dos niños. Y hay una anécdota de aquella época de inocencia: Un verano que pasaron en las afueras de Chicago, su padre trajo una cría de conejo y lo puso en el patio trasero de la casa, dentro de una jaula hecha de madera y cables. David y otros niños del barrio se acercaron a verlo. De pronto, alguien gritó "oh, déjenlo ir". Se dieron vuelta y vieron a Ted con el rostro desfigurado ante la imagen de ese conejito que temblaba dentro de su prisión y lejos del lugar a dónde pertenecía.
Desde pequeños, los hermanos Kaczynski se destacaron por su inteligencia, pero Ted particularmente era un prodigio mental. A los 15 ya había terminado el colegio y un año más tarde, en 1958, ingresó a estudiar matemáticas en la Universidad de Harvard. Cuatro años después ya estaba graduado y a finales de 1967, se convirtió en el profesor asistente de matemáticas más joven en la historia de la Universidad de California.
Sin embargo, sus alumnos no disfrutaban mucho de sus clases: al parecer, consistían en una exposición palabra por palabra de los manuales y no contestaba preguntas de los estudiantes. En cambio, sus superiores tenían un muy buen concepto de él, ya que había publicado varios papers matemáticos que lo perfilaban como una de las mentes más brillantes del país. Nada parecía oponerse entre Ted y un futuro muy prometedor. Pero entonces todo cambió.
Vivir (y matar) en soledad
En junio de 1969 y sin dar ninguna explicación, Ted renunció a su cargo como profesor y se fue a vivir a la casa de sus padres, en Lombard, Illinois. Dos años más tarde, se mudó a un terreno que compró en las afueras de Lincoln, Montana, en un bosque del norte de Estados Unidos. Su objetivo era volver a la naturaleza, ser autosuficiente para no depender del mundo exterior. En una especie de cliché para la cultura norteamericana (recordemos a Henry David Thoreau y Christopher McCandless), aprendió sobre plantas, cultivos y construyó una cabaña de madera, de tres metros por cuatro. Sin agua, electricidad o teléfono, Ted cavó un pozo de agua, instaló una bomba y consiguió una estufa para no morir en los duros inviernos en el bosque.
Si bien su cabaña no estaba en un terreno muy grande y se podía acceder por un camino de tierra, los vecinos no se acercaban demasiado, sobre todo porque, si lo hacían, Ted solía disparar su rifle al aire para asustarlos. De vez en cuando iba al pueblo: "Nunca conversaba", recuerda Rhoda Burke, cajera de la despensa a la que iba: "Venía una o dos veces al mes a comprar alimentos, los ponía en la parte de atrás de su bicicleta y se iba a su casa".
Desde allí, con una existencia algo extravagante pero no tan inusual en ese pueblo de apenas mil habitantes, Ted terminó de desbarrancar y comenzó su larga campaña terrorista. Su primera bomba fue para Buckley Crist, un profesor de la Universidad de Northwestern. El 25 de mayo de 1978 encontraron un paquete con su dirección como remitente en el estacionamiento de la Universidad de Illinois. A Crist le pareció sospechoso, ya que él no había enviado el paquete, y llamó a la policía del campus. Fue el oficial Terry Marker quien abrió el paquete explosivo que le hirió una mano. Fue la primera víctima de Ted.
A esa bomba le siguieron quince más a lo largo de 17 años, la última enviada el 24 de abril de 1995, un año antes de su detención. En total, mató a tres personas e hirió a otras 23. Entre sus objetivos, figuraron profesionales varios pero todos miembros del establishment tecnológico y científico, particularmente profesores universitarios y empleados y pasajeros de aerolíneas, de ahí el nombre con el que lo identificó el FBI cuando tomó el caso: UNABOMB (UNiversity and Airline BOMber) y que luego la prensa rebautizaría como Unabomber.
La detención
Si bien sus primeras bombas eran bastante rústicas, con el paso de los años fueron haciéndose más sofisticadas. Una de las razones por las que fue casi imposible rastrear al Unabomber, fue que construía sus bombas con elementos de muy fácil acceso y que puede comprar cualquiera. Además, sus víctimas no seguían un patrón claro y solía dejar pistas falsas en las bombas. "Nadie sabía por qué atacaba este sujeto. Uno sabía por qué el IRA atacaba en Reino Unido, sabía que había grupos radicales en EE.UU. o ladrones de bancos que a veces usaban bombas. Pero esta persona atacaba sin razón aparente", dijo en una entrevista al diario El Comercio, James Fitzgerald, el agente que logró capturarlo.
Finalmente, el Unabomber cae en las garras del FBI por culpa de su hermano. En 1995, Ted envió cartas a varios medios pidiendo que un periódico de tirada nacional publique un ensayo de su autoría: La sociedad industrial y su futuro, luego conocido como el Manifiesto del Unabomber. Si accedían a compartir su texto, decía, desistiría de su accionar terrorista. The New York Times y The Washington Post lo publicaron en septiembre de 1995, y ese fue su fin. Su victoria se transformó en su derrota definitiva.
"La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana", dice el Manifiesto en su primera línea, un buen resumen de la visión que tenía Ted sobre el mundo como una pesadilla tecnológica. Como los luditas creyeron hace casi 200 años, Ted veía en los avances tecnológicos un camino que solo lleva al sufrimiento y a la alienación.
"Me resultaba horrible considerar que mi hermano podía ser esa persona", dijo David sobre el momento en que leyó el Manifiesto, poco después de su publicación y alentado por su mujer, que le hizo notar el parecido entre las ideas expuestas en ese texto y las cartas que Ted le había enviado en las últimas décadas. Entonces, contrató un detective privado para que investigara a su hermano, a quien no veía desde hacía 10 años. Con pruebas más contundentes, contrató a un abogado que negoció con el FBI, ya que temían que Ted fuera asesinado al momento de su detención, como suele ocurrir con los terroristas.
La semilla del Unabomber siempre vivió dentro de Ted. "Desde mi punto de vista, Ted siempre fue una persona perturbada y con los años fue cada vez peor", dijo David en una entrevista al The New York Times, un mes después de la detención de su hermano. "Lo que más me sorprende es que puso un muro a su alrededor", agregó. "Creo que su habilidad para tener una conciencia, por tener simpatía con las personas, le crearon a él un problema que no pudo solucionar de otra forma que tapando esos sentimientos".
Finalmente, en enero de 1998, Ted se declaró culpable para evitar la pena de muerte y desde entonces cumple cadena perpetua en ADX Florence, junto a otros terroristas extranjeros y domésticos, en una prisión de máxima seguridad diseñada para que nadie pueda escapar jamás. Hoy tiene 76 años y allí pasa 23 horas al día en una celda de dos metros por tres y medio, no mucho más chica que aquella cabaña de madera.