Nueva Zelanda: ¿por qué es el país perfecto?

Brotó desde volcanes en el sur del océano Pacífico. Nueva Zelanda es una tierra que combina ecología, tolerancia, bonanza económica y espíritu comunitario. Una travesía entre paisajes casi irreales, ciudades a escala humana y legados de la milenaria cultura maorí para intentar averiguar si en los confines de Oceanía se encuentra el mejor país del mundo para pasar la vida. 

Nueva Zelanda: ¿por qué es el país perfecto?
NUEVA ZELANDA PARA RUMBOS\nVIA DOCUMENTOS FOTOS DE GETTY IMAGES Y EMILIANO LASALVIA

No son tantos los países que pueden competir por ser el mejor lugar del mundo para vivir. Para estar en el ránking hay que contar con cosas como un entorno natural privilegiado y bien cuidado, igualdad social, tolerancia racial y sexual, economía e instituciones estables, una identidad cultural potente e ingredientes quizás un poco intangibles como la sensación de libertad. La lista completa es difícil de encontrar en alguna parte. Los países escandinavos, por ejemplo, podrían presumir de casi todos los ítems, pero su clima es tan gélidamente hostil, que un tipo del Caribe respondería, probablemente, "no, gracias, prefiero quedarme al solcito". O Japón, una de las sociedades más desarrolladas del mundo, cuyo carácter hiper estructurado impulsa tasas de suicidios escalofriantes, sobre todo entre los más jóvenes.

La ecuación parece resolverse justo al final del mapa, cuando uno llega hasta los confines de Oceanía y se encuentra –perdida en medio del Pacífico, aislada de absolutamente todo– a Nueva Zelanda. Habitualmente asociada al mejor rugby –el que juegan esos espartanos vestidos todos de negro–, Nueva Zelanda parece haber aprovechado la soledad de los confines para convertirse, silenciosamente, en algo parecido a la sociedad perfecta, un sitio a mitad de camino entre las promesas bíblicas del Edén y el paraíso natural y comunitario imaginado por la generación hippie.

Una de las mas lindas postales de Nueva Zelanda. (Getty Images)
Una de las mas lindas postales de Nueva Zelanda. (Getty Images)

Los datos fríos dicen algunas cosas, como que Nueva Zelanda ocupa el séptimo lugar en el Indice Global de Desarrollo Humano, cuando no está ni por lejos entre los países económicamente más potentes (en tamaño de PBI, está en el puesto 51 del mundo). O que la corrupción es igual a cero. O que el respeto a los derechos civiles es igual a diez.

Pero ninguna estadística es capaz de describir en realidad lo que pasa ahí. Ningún informe de la ONU puede transmitir el encanto de una geografía que es tropical y esteparia al mismo tiempo, una combinación fascinante entre el estilo de las islas del Pacífico y el de la Patagonia, cuya belleza es aún más alucinante de lo que se refleja en la saga de El Señor de los Anillos, que fue filmada por completo allí. Ninguna cifra podrá dar cuenta, tampoco, de un lugar donde prácticamente no existen rascacielos ni torres, donde casi no hay casa que no se encuentre a metros de un lago, una playa, un río o una montaña. Ni del carácter solidario y comunitario de su gente: hombres, mujeres y niños que tienen algo en la mirada como inocente y despreocupado, como si nunca hubieran tenido que enfrentar los conflictos y las tragedias que asolan al resto del mundo.

No son las cifras lo que atraen hasta estos confines del planeta a cada vez más jóvenes (entre ellos un montón de argentinos), a pasar meses en programas de work and travel, que en muchos casos luego se transforman en años.

Gran paisaje verde de Auckland. (Getty Images)
Gran paisaje verde de Auckland. (Getty Images)

En la bahía de Auckland

La puerta de entrada a Nueva Zelanda no es su capital, Wellington, sino la bellísima Auckland, la ciudad más poblada del país. Pese a contar con casi un millón y medio de habitantes (casi la cuarta parte de los cuatro millones y pico que tiene todo el país), es una ciudad extrañamente tranquila, que vive en un estado de domingo eterno: por las calles nunca parece haber demasiada gente y el concepto de colas o muchedumbre es absolutamente desconocido. El concepto urbano de Auckland es completamente diferente al que conocemos; tiene apenas un par de rascacielos y el centro se extiende apenas por unas cuantas cuadras, articuladas por la avenida Queen Street, donde están la mayor parte de los negocios. Llamada Ta-maki Makau Rau en idioma maorí, es una ciudad horizontal, que se extiende sobre colinas volcánicas, serpenteando entre bahías y golfos, desarmando cualquier amontonamiento urbano en una sucesión de barrios de estilo “suburbio inglés”, situados en su mayoría cerca de las centenares de playas que rodean al downtown.

Auckland da una buena muestra de la diversidad étnica de Nueva Zelanda, donde predomina la población de origen europeo (sobre todo, descendientes de ingleses e irlandeses), pero con una fuerte impronta del pueblo originario maorí (que constituye el 14%) y salpimentada por una variedad increíble de asiáticos y polinesios, llegados durante olas inmigratorias producidas durante los últimos 15 años. La llegada de inmigrantes –fruto del “milagro” económico neozelandés que comenzó a finales de los 90– provoca ciertas tensiones entre los neozelandeses de toda la vida, que sienten que están perdiendo muchos de sus trabajos a manos de los recién llegados. Como todo conflicto en Nueva Zelanda, es de bajísima intensidad, sobre todo si se lo compara con los problemas asociados a la inmigración que enfrentan otros países. Y, además, tanto locales como inmigrantes, cuentan con un elemento de integración que supera cualquier desconfianza mutua: el fanatismo compartido por los épicos e invencibles All Blacks.

El escritor español Manuel Vázquez Montalbán decía que el Barcelona era algo así como el “ejército desarmado” de Cataluña. Y este es un concepto que bien se podría aplicar a los All Blacks y Nueva Zelanda. El seleccionado de rugby es la “marca” más conocida del país, la razón por la que su nombre resuena en todo el mundo, y este “deporte de caballeros jugado por animales” es el ámbito en el que este trozo de tierra alejado de todo puede presumir de liderazgo universal.

El placer y la comunidad

La calidad de vida de Auckland es envidiable, sobre todo porque no tiende a las concentraciones sino a la dispersión. Lo cotidiano no transcurre en el centro sino en barrios playeros llenos de encanto como los que va enhebrando la costera avenida Tamaki o sitios más chic como Ponsonby (donde se concentra la comunidad gay), plagados de tienditas de diseño, restaurantes étnicos y cafés de estilo europeo.

El rugby no es solamente el deporte  más popular de nueza zelanda, sino también su “marca” más conocida a escala global. (Emiliano Lasalvia)
El rugby no es solamente el deporte más popular de nueza zelanda, sino también su “marca” más conocida a escala global. (Emiliano Lasalvia)

Salir de la ciudad hacia el norte implica adentrarse en un paisaje idílico, de suaves colinas tapizadas de verde y granjas que parecen sacadas de una película americana de los años 50. La vida en las afueras es rural y de estilo comunitario, y ningún sitio la representa mejor que Matakana, un pequeño pueblo situado a 70 km de Auckland, famoso por su agricultura orgánica y su cultura gourmet. En Matakana hay sitios como The Gourmet Within, comandado por el inglés Mark Griffiths y su mujer neozelandesa Carmel, que invitan a los visitantes a recorrer las granjas y el Matakana Village Farmer’s Market (un mercado de productores locales), para luego cocinar platos típicos de la región de manera comunitaria.

Esta filosofía orgánica y comunitaría (que sumada a la ecología es la Santísima Trinidad de la forma de vivir en Nueva Zelanda), impulsa inicitivas como OOOBY (Of Our Own Backyard: De nuestro propio huerto), un espacio en el que cada productor deja su excedente –desde vegetales, lácteos y embutidos hasta galletas, miel y musli– y luego se distribuye entre aquellos que lo necesitan. Nadie pide dinero a cambio y nadie toma más de lo que realmente precisa.

Corazón maorí

Hacia el sur de Auckland está Rotorua. El viaje son unos 300 kilómetros que se recorren estupendamente en auto o casa rodante, surcando parques nacionales y lugares como Matamata, donde se conserva Hobbiton, el pueblo de los hobbits montado durante la filmación de la pelicula El Señor de los Anillos, dirigida por un héroe local, Peter Jackson.

Hobbiton, el pueblo de los hobbits montado durante la filmación de la pelicula El Señor de los Anillos. (Getty Images)
Hobbiton, el pueblo de los hobbits montado durante la filmación de la pelicula El Señor de los Anillos. (Getty Images)

Llegar hasta Rotorua permite conocer un lugar donde la impronta de la cultura maorí es mucho más fuerte que en otros lugares del país. La ciudad está situada sobre un área volcánica y de intensa actividad geotermal, por lo que tiene un particular olor a azufre y desde el suelo emergen bocanadas de vapor. Para apreciar esta particularidad de la naturaleza (el archipiélago de Nueva Zelanda brotó del océano tras erupciones de volcanes sumergidos) el mejor lugar es el parque Wai-O-Tapu, un sitio bastante parecido a la imagen que uno tendría del infierno: piscinas de lodo y aguas fosforescentes en estado de permanente ebullición, nubes de vapor azufroso y chorros de aguas ardientes, como el que brota del géiser Lady Knox todas las mañanas, puntualmente a las 10.15.

La travesía culmina en el principio de todo, en el centro de la cultura maorí Te Puia, donde se cuenta la historia de este pueblo de navegantes, surcadores del océano y grandes guerreros, que vieron por primera vez estas islas brumosas hace miles de años. Y, poéticamente, las llamaron Aotearoa, “tierra de la gran nube blanca”.