Leila Guerriero vive en estado de alerta permanente. Mientras pasea en auto un fin de semana o incluso cuando hace las compras en el mercado de su barrio, siempre está intentando captar todo lo que la rodea con el mayor lujo de detalles. Para ella la realidad es una materia prima posible de transformarse en escritura, en algo a ser narrado, y es probablemente esta obsesión por encontrar una buena historia lo que la convirtió en una de las autoras argentinas de no ficción más reconocidas.
Periodista y editora, los textos de Leila Guerriero se publicaron en diversas revistas y diarios internacionales. Es columnista del diario El País de España y autora de libros como Los suicidas del fin del mundo, Plano americano y Una historia sencilla, entre otros. Acaba de publicar –acá y en España– Opus Gelber, un atrapante perfil sobre la enigmática y contradictoria figura del argentino Bruno Gelber, uno de los mejores pianistas del siglo XX.
"Un día leí dos entrevistas a Bruno Gelber donde él hablaba de su arte de una manera que me resultó muy emocionante. Algo de eso hizo eco en alguna parte de mí, la forma en la que él sentía que tenía que transmitir su arte para emocionar a quienes lo escuchaban. Me pareció que ahí había una historia, donde se juntan ciertas singularidades en una persona que no se ven tanto. No hay 100 ni 8 Brunos en Argentina. Es muy singular por su calidad y por esta imagen un poco extravagante que tiene. Atisbé en esas entrevistas un espíritu refinadísimo, muy difícil de encontrar de manera habitual", cuenta Guerriero en diálogo con Viadocumentos.
En Opus Gelber tejés una relación muy magnética con Bruno. ¿Ese vínculo te dificultó la escritura del libro?
No, para nada. Sí me costó convencerme a mi misma de que fuera un libro con tanto diálogo. Porque nuestra relación se jugó mucho en el diálogo, en las conversaciones con sus alumnos, su hermana, las cenas, los amigos. Yo no quería que el libro fuera como una larga entrevista con Bruno. Yo me entregué a una especie de magnetismo que yo sentía por él, el libro es un poco la historia de esa seducción ejercida por él, esa especie de juego del gato y el ratón. Yo me iba de viaje y quería volver rápido para seguir entrevistándolo y hablando con él, y viéndolo. El día que sabía que era la última vez que lo veía fue un momento de desgarro. Pero esa atracción no me complicó.
A lo largo de las entrevistas Bruno comenzó a hacerte preguntas muy incisivas. ¿Creés que le abriste la puerta de tu intimidad más que a otros entrevistados?
Si, las abrí más pero porque otros entrevistados no requerían eso. Nunca nadie me preguntó las cosas que me preguntaba Bruno. Todas las respuestas que yo le daba eran pies para que él retomara el tema y hablara él mismo. Me hacía preguntas muy incisivas y después se desinteresaba de mis respuestas. Al principio me descolocó un poco porque no estoy acostumbrada a esa clase de preguntas. Traté de manejarme con cierto sentido común, no abrir las puertas de mi intimidad a un grado confesional pero tampoco cerrarme en bloque y no responder nada porque esa apertura mía iba a formar parte de mi relación con Bruno.
Gelber es un personaje contradictorio, muy refinado pero también con algunos gustos un poco ordinarios, podría decirse. ¿Cómo explicarías esta contradicción?
Él vive en un mundo donde los gustos son tan exquisitos, la vie de chateau, y a su vez toma Fresita. Una vez que depuse mi prejuicio lo pude entender. Es un tipo que puede pagar una cena en un restaurante caro para 14 personas y después servir vino Callia del supermercado. Creo que son facetas contradictorias solo si uno tiene la idea preconcebida de lo que debe ser un sujeto dedicado a un arte tan sublime y elitista. Bruno es un extravagante y entre sus extravagancias está esta, que es la de ser un extravagante pero a su vez un pianista genial. Se empezó pintar los ojos cuando era chico y nadie le dijo nada, había un permiso tácito para la extravagancia. Lo entiendo y lo desentiendo todo el tiempo.
¿Cómo es la relación de Bruno con su arte y cómo es la tuya con la escritura?
Bruno es un gran vitalista, un gran disfrutador y tiene muchísima disciplina pero disfruta hasta de estudiar. Bruno tiene amigos, mira la televisión, sale, es un hombre en tiempo presente. Yo creo que tengo una relación con la escritura que se me presenta como algo que toma todos los espacios de la vida y soy consciente de eso. Yo sí soy consciente y por eso a veces me impongo un freno. Me sucede de ir dando una vuelta en el auto e ir mirando mirando mirando y pensar cómo poder transformar eso en escritura. Mi cabeza funciona captando cosas de la realidad para transformarla en materia prima de la escritura y eso tiene un costo fuerte, que es no poder parar. Es divino, pero es como estar en la trinchera y en estado de alerta permanente. Después, nada que no sea estar en estado de guerra te satisface.
¿Hay libros que te inspiran para sentarte a escribir?
Cuando escribo trato de no leer. No me ha pasado de tener un libro de cabecera, al contrario, te diría que cuando llego a la instancia de escribir estoy sola con el libro, estoy ocupada con todo eso. Lo que sí hice mucho con el libro de Bruno fue mirar muchísimos videos de Youtube de grandes pianistas de todos los tiempos y escuchaba la misma pieza tocada por muchos artistas y por Bruno.
¿Qué libros que estés leyendo ahora recomendarías?
El cubano Carlos Manuel Álvarez, me parece que es una gran voz muy interesante, de una generación bien nueva. Estoy leyendo muchos ensayos, de autores como Mark Fisher o Giorgio Agamben. Estoy metida también en el mundo de la poesía, con Anne Carson y compré el último libro de cuentos de A.M. Homes y una novela de una mujer que fue esposa de David Foster Wallace.
Con el furor actual de las series, ¿hay alguna que te haya atrapado por su forma de contar una historia?
Estoy viendo Mad Men, que me había negado, la empecé y la deje muchas veces como un libro que se te cae de las manos. Hasta que la empecé a ver seriamente y no pude parar. En cada capítulo la serie hace un salto al vacío en la continuidad, cierra con determinada situación y el siguiente capítulo engancha en cualquier otra parte, tres meses más tarde. Me pareció muy interesante narrativamente, esa especie de temporalidad medio espástica. Me encanta la sutileza y la imprevisibilidad de los conflictos, como se trabaja con lo no dicho y con el silencio interno de los personajes. También me quedó en la memoria la forma tan extraña de crear perturbación de una serie alemana que se llama Dark, un plan medio David Lynch aterrador, que uno no sabe qué está pasando.
En otras entrevistas dijiste que no tenés redes sociales. ¿Eso es compatible con la vida del periodista?
Yo tengo Whatsapp desde hace un mes porque lo necesité para poder concretar una entrevista con una persona que no da entrevistas. No sabía ni cómo usarlo, aprendí a manejarlo en unos minutos y fue muy fácil, en 10 minutos logramos lo que no habíamos logrado en un mes de mails. Lo uso muy poco y creo que lo voy a desinstalar. Me parece una pésima app para gestionar temas de trabajo y por otra parte es un app muy sintomática de la época, te obliga a la inmediatez. Y la gente es tremendamente poco clara cuando escribe por Whatsapp. En mi caso no tengo ninguna necesidad de tener Twitter o Facebook. Yo no tengo tantas cosas para decir todo el tiempo, creo que ya digo suficiente en mis libros y mis columnas. Me parece que en general lo que yo veo es que se termina confundiendo el mundo con la red social y tus amigos y tu micromundo. Lo que el algoritmo te muestra es solo un recorte de tus propios intereses y eso es peligroso, sobre todo si sos periodista.
¿Creés que estamos ante una crisis del periodismo?
Eso de bajar una nota porque no tiene suficientes clics. Creo que más que una crisis del periodismo es una crisis de las empresas periodísticas que no terminan de encontrarle la vuelta. Entiendo que los colegas tienen que adaptarse a muchas de las cosas que se les piden en las redacciones, pero así pasan las cosas que pasan con la desinformación que es como una epidemia, de subir rápido, pronto, subir cualquier cosa, pero subir ya. Se les ha otorgado a las redes sociales el rol que deberían ocupar los medios de comunicación.