No era lo mismo pero casi. Las calles de Alberdi siempre se visten de celeste cada vez que juega Belgrano. A pesar de que el partido era sin público por esta maldita pandemia de coronavirus, el pueblo Pirata se vistió como si fueran a entrar al Julio César Villagra.
En los alrededores, muchos vecinos salían nerviosos, vestidos con varios diseños de camisetas, en la Avenida Colón también se podían ver algunos de los miles de hinchas del club que viven en Alberdi y la calle Arturo Orgaz estaba ornamentada como lo que era: un día de partido.
Adentro del estadio, aunque no se veían. Los hinchas estaban. Las banderas que cubrían los cuatro lados del Gigante vistieron la casa para que el vacío del aliento constante que faltaba no se sienta tanto. Muchas banderas históricas.
Y, a medida que se acercaba la hora del partido, los rumores empezaron a llegar desde afuera.
Mientras los equipos del Pirata y de Independiente Rivadavia hacían el precalentamiento, las voces de relatores y comentaristas poblaban de sonidos la tarde. Los teros que anidan también defendían sus nidos a los gritos y también atravesaban la tarde.
El partido arrancó y, a los 9 de juego, el gol de Juan Barinaga sonó fuerte no sólo por los gritos de los pocos dirigentes presentes sino que, desde las calles, también Alberdi explotó en el desahogo del 1 a 0.
A lo lejos, algunos fuegos artificiales, bombas de estruendo y algunos bombos de gente que se fue juntando en los alrededores le dieron clima de partido que le faltaba al Gigante.
Ese aliento que venía de afuera, se sintió durante todo el transcurso del partido. Y, en el complemento, cuando el árbitro Andrés Gariano cobró el penal a los 10 minutos a instancias del juez de línea, hasta los teros esperaron para volver a gritar. Y lo hicieron cuando Pablo Vegetti cambió por gol la pena máxima.
Dos minutos después, volvieron los fuegos artificiales y desde adentro de la cancha, Belgrano devolvía con goles. A los 13, Joaquín Novillo con un cabezazo hizo delirar a los pocos que miraban de adentro y a los muchos que lo gozaban desde afuera.
Con el 3 a 0, el partido dio lugar al lucimiento de los pibes que iban ingresando en Belgrano y desde afuera, a medida que pasaban los minutos, se iba incrementando el murmullo. Las canciones se empezaron a escuchar en forma más clara, se empezaron a tirar los últimos fuegos artificiales y la noche le dio rienda suelta al festejo que hacía falta.
Porque en Alberdi, a pesar de cualquier pandemia, y de que la gente no pudo llenar el Villagra, el silencio no jugó. Porque siempre que juega Belgrano, el barrio lo hace sentir. Y, después de un triunfo necesario como el que logró ante los mendocinos, volvió la fiesta al barrio.