El 3 de marzo de 2020 se confirmó el primer caso de Covid-19 en Argentina. Por el momento, la vida seguía totalmente normal, sólo había algunas recomendaciones de los especialistas. El 11 de marzo, viajé de Córdoba a Río de Janeiro, Brasil. En ese momento, en el aeropuerto de Córdoba aún no se veían barbijos; no había pánico.
Al llegar al aeropuerto brasileño, observé algunos barbijos en uso. Todavía no era obligatorio en ninguno de los dos países, así que las personas estaban un poco relajadas con ese asunto.
Aunque, con el paso de los días, los contagios de Coronavirus aumentaban cada vez más en Brasil, pero también en Argentina.
Nuestro pasaje de regreso estaba programado para el 22 de marzo. Sin embargo, el 17 de marzo, mientras estábamos en la playa, nos confirmaron que Alberto Fernández, presidente de la Nación, había decretado la cuarentena total para el día 19 de marzo. Ahora sí, habían decretado el estado de emergencia. En Brasil también comunicaron el aislamiento obligatorio.
La incertidumbre de una información volátil
En la mañana del 18, nos levantamos con un mail de la aerolínea, con la que teníamos el regreso, que decía “su vuelo ha sido cancelado”. La empresa comenzó a cancelar todos los pasajes hacia Argentina. La situación ya había cambiado la cara de los turistas. Las vacaciones quedaron en último plano y todo era preocupación e incertidumbre.
Al otro día, en Brasil, ya no podíamos salir a la playa, todos los locales empezaban a sacar sus cosas porque era un cierre total por tiempo indefinido.
Decidimos llamar a la embajada de Argentina en Brasil, porque nadie sabía qué medidas tomar. Si irnos de la isla por la escasez de productos, o si quedarnos y esperar. Todo era muy reciente. La embajada no sabía darnos una respuesta oficial, ni ellos la tenían.
En la isla sólo había confusión, mucha información diferente y caos. Se armó un grupo de WhatsApp de argentinos, donde comenzaron a compartir los horarios de ferry para quienes deseaban irse de la isla. Después de hablar con familiares, evaluar cómo estaba la situación en Argentina, decidimos volver al continente e irnos directamente al aeropuerto.
Esa misma noche, compramos los boletos de ferry y contactamos a un transporte que nos traslade de la isla hasta Río de Janeiro, que eran dos horas aproximadamente. Los argentinos tenemos ese instinto de estar todos unidos y más estando afuera del país. En esas idas y venidas, conocimos a una pareja de Rosario, quienes también decidieron irse. Así que, emprendimos el regreso juntos y acompañados de la incertidumbre.
Al otro día, 20 de marzo, nos levantamos, ya se notaban los aires desoladores de la cuarentena, agarramos las valijas, y nos fuimos a esperar el ferry para poder cruzar al continente y estar “más seguros”. Luego de unos minutos, la mayoría de los argentinos que habían quedado en el lugar, habían decidido también irse.
El ferry llegó, subimos, no recuerdo cómo conseguimos, pero todos ya con barbijos obligatoriamente. Al llegar al continente, nos topamos con las vallas que habían colocado los mismos vecinos en los accesos de la isla al continente. Parecía que se acercaba un apocalipsis. Sin embargo, un hombre nos permitió desembarcar por el muelle de su casa.
Un aeropuerto con seguridad extrema
Luego de unos minutos, el uber llegó a buscarnos, a nosotros y a la pareja amiga. Íbamos directo al aeropuerto de Río para intentar tomar el primer vuelo que salía para Argentina. Al llegar, nos encontramos con situaciones desbordantes: gente angustiada, llorando, varada, incluso, personas que durmiendo en el lugar desde hacía cinco días, esperando una respuesta. Cuando bajamos del auto, notamos que la situación era tensa y efectivos policiales habían abordado una seguridad más compleja.
Llegamos a la estación de nuestra aerolínea y había una fila interminable de argentinos reclamando por la situación. Los vuelos estaban totalmente cancelados, pero el gobierno argentino había mandado “vuelos de repatriación”.
Hicimos fila, nos anotamos, y ya no había nada que hacer, sólo esperar a que -por mail- nos avisaran cuándo teníamos el próximo vuelo. Podía ser al otro día o en muchos días después. Entonces, tuvimos que esperar en un hotel cercano y aguardar las novedades.
Al otro día, el 21 de marzo, nos levantamos con un mail que decía que nuestro vuelo había sido reprogramado para la tarde de ese mismo día. Por lo menos, la incertidumbre era menor, sabíamos que regresábamos a la Argentina.
¡Llegamos a Argentina! Pero todavía queda la peor parte
Emprendimos el regreso. Un vuelo directo que nos dejaba en Ezeiza. Pero, ¿cómo íbamos a volver a Córdoba si no había vuelos nacionales? Ahí empezó lo peor del viaje.
Llegamos a Ezeiza a las 21 de la noche, hacía frío. Cruzar migraciones no era como siempre. Los empleados del lugar estaban vestidos de blanco, con máscaras y barbijos. Desde que bajamos del avión, nos midieron la temperatura y nos hicieron llenar una declaración jurada. Pasamos esos trámites y al salir, había muchísima gente esperando a las afueras del aeropuerto.
El presidente había destinado colectivos de repatriación desde Buenos Aires hasta las respectivas provincias. Nos informaron que teníamos que volver a completar una lista y aguardar por orden, los lugares para los micro.
A la madrugada, llegaron más colectivos y hasta el otro día no había más. Cordobeses éramos un montón, pero sólo había un micro. Más de la mitad, quedamos varados, de nuevo, en el aeropuerto de Ezeiza.
Nos prometieron un bus que nunca llegó. Eran las 5 de la mañana y estábamos muy cansados, ya hacía casi un día estábamos viajando. Las noticias cambiaban todos los días, los casos aumentaban cada vez más y nosotros ni siquiera podíamos llegar a casa.
Una hora más tarde, la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) decidió poner al servicio de los cordobeses sus trafic para llevarnos a la provincia. Eran aproximadamente 10 trafic. Emprendimos viaje alrededor de las 8 de la mañana. Eran las únicas camionetas transitando por la autopista, las calles estaban desoladas.
Después de 12 horas de viaje, llegamos a Córdoba. El oficial tenía la orden de dejar a los pasajeros en la Terminal de ómnibus, pero luego de un llamado, encaró el rumbo para el aeropuerto. Al arribar, estaba todo cerrado, sólo había algunas personas con mascarillas, guantes y botas. No nos dejaban bajar. El chofer volvió a llevarnos a la terminal.
Regresamos a la terminal y volvimos a firmar una declaración jurada de aislamiento de 14 días por haber venido de otro país. Esta declaración, iban a pasar a controlarla durante esos días. Además te informaban qué hacer en caso de presentar síntomas.
Luego de todo el procedimiento, nos subimos a un taxi. Por fin, después de un día y medio regresamos a casa. Nunca vimos a Córdoba tan vacía. El único ruido que se escuchaba era del viento. Las calles vacías completamente, los negocios cerrados. De repente el país entero se había parado.