Por Natalia Lazzarini.
La música es aquello que transforma, que inspira y relaja. Quizás porque evoca nuestro ser primitivo, el ADN de aquellas tribus que cantaban y danzaban alrededor de un fogón, tenga ese poder catártico y liberador. Cada vez que un niño toca un bombo, en esta escuela de barrio SEP –al sur de la ciudad de Córdoba– está expresando sus emociones, se está dejando llevar. Nunca más volverá a ser el mismo.
El patio de la escuela Raúl Ángel Ferreyra está pintado de colores vivos, que invitan a dejarse llevar.Cada aula tiene una tonalidad distintiva, que genera pertenencia y dan ganas de quedarse a estudiar.
Cuando el timbre del recreo suena, las baldosas del espacio techado son ocupadas por pequeños músicos que esperan la señal de largada, de un profesor, que los dirige atento como si fuera un entrenador de fútbol.
Entonces formarán una ronda y aguardarán el mágico ademán, como maratonistas a la espera de un silbato. El profesor Luis Castro golpeará sus palos cuatro veces, marcando el compás, y sus músicos-alumnos seguirán el ritmo, que irá creciendo en forma progresiva, cual si fueran gotas de lluvia que derivan en aguacero. La melodía suena natural, armónica, aunque un detalle llama la atención: los bombos no son bombos, sino tachos de pintura reciclados.
“Siempre estuve en contra de fabricar instrumentos en la escuela, por una sencilla razón. ¿Por qué daría a mis alumnos algo que yo como músico no usaría? ¿Por qué subestimarlos con las capacidades tremendas que tienen?”, cuenta Luis, quien hace cinco años desembarcó en esta primaria a la que asisten 236 estudiantes con jornada extendida.
Pero los preconceptos son ideas que se destruyen ante el primer indicio de realidad. Luis se encontró con un bombo reciclado, por casualidad, cuando visitó a su padre en barrio Parque Horizonte.
Era un hermoso instrumento hecho a mano, con un tacho de pintura de 20 litros y un retazo de lona en la parte superior, aros de hierro tensados con soga. “Lo toqué y sonaba una barbaridad”.
Luis se contactó con Lucas Esquivel, el músico y percusionista que había ideado aquel bombo que vio en la casa de su papá. Y ese fue el comienzo de un proyecto que nunca más se detendría.
"Me convertí en ciruja –bromea el profe–. Cada vez que andaba en auto, me fijaba en las esquinas para ver si encontraba algún tacho. Después escarbé contenedores y terminé convenciendo a mis amigos para que consiguieran más".
El proyecto de percusión con tachos reciclados entró como anillo al dedo en esta escuela de barrio SEP, que se caracteriza por utilizar una metodología basada en la acción y orientada a las necesidades de cada niño.
"Acá había estudiantes que faltaban mucho. A algunos teníamos que ir a buscarlos a sus casas – agrega la directora, Graciela Porcel de Peralta–. Con los bombos se generó un enorme sentido de pertenencia. Hoy los chicos llegan temprano, entusiasmados por tocar. Fue un milagro".
El trabajo de Luis consiste en enseñar las claves básicas de percusión y luego encontrar el ritmo de cada estudiante. Como quien enseña a caminar y deja que el niño marque sus propios pasos. "El bombo es mágico –agrega–. Permite que los chicos se descarguen. Se prenden y se identifican".
Cuando faltan unos minutos para el fin del recreo, el profe se pondrá en el centro de la ronda. Marcará cuatro compases y arrancará una nueva fiesta. Un llamado primitivo a la acción donde ya nada volverá a ser como antes.
Donaciones se reciben
Los alumnos de barrio SEP necesitan colaboración: tachos de 20 litros (pintura, aceite, impermeabilizador), sogas (cinco o seis milímetros de ancho, largo de por lo menos siete metros), hierro del 4,2 en varillas de 1,10 metro, lona (si es posible de pileta en retazos de 60 centímetros por 60), hilo encerado y tarugos de madera de cinco centímetros de largo por ocho milímetros de ancho.
También instrumentos en desuso (guitarras, flautas dulces, entre otros) sanos o para remendar.
Los interesados pueden contactarse con la escuela Raúl Ferreyra, de 8 a 14, al (0351) 434-4004 o vía mail a EE0410532@me.cba.gob.ar