Entre los consumidores fundamentalistas encontramos a los más leales carnívoros y a los más detractores de la carne, que en base a un comportamiento más emocional que racional, se acercan de todos modos a una conducta que roza el fanatismo. Entre estos extremos existen los flexitarianos. Estos consumidores comen de todo también, pero tienen en mente disminuir el consumo de carne, fundamentalmente por sus creencias en torno a su impacto negativo en la salud.
En nuestro país, las preocupaciones ambientales crecen en la agenda de interés de la población y si bien abandonar el consumo de carnes por su supuesto daño al medio ambiente no está en la cabeza de la gente de la misma manera que lo está en un consumidor europeo, norteamericano o australiano, lo cierto es que esas demandas por transparencia ambiental y garantía de buen comportamiento climático ya están entre nosotros.
Hay en verdad muchos jóvenes centennials y millennials que absorben, con un alto grado de adhesión, todo lo firmado por el activismo ambientalista en las redes sociales. El efecto “Greta”, cuando por ejemplo la joven sueca apunta a las emisiones de la ganadería, se suele tomar como bandera para dar sentido a las identidades y a las vidas de los más jóvenes y es allí donde el sector cárnico paga los platos rotos. Quizás quienes más deberían hacerse cargo en la responsabilidad del deterioro ambiental son las empresas petroleras, las productoras de energía y el transporte, pero su poder de lobby ha sido y es mucho más fuerte que el de la carne.
¿Qué puede hacer la cadena de ganados y carnes en este escenario adverso?
Una de las claves será desplegar un marketing más agronómico. Es un concepto no tan desarrollado pero entiendo que hay que promover este punto de vista. Las preguntas del consumidor sobre cómo se produce nuestra carne, qué implicancias tiene en el trato animal y cuál es su impacto en los recursos naturales pueden responderse con la ayuda de un abordaje más agronómico.
Será necesario un creciente aporte de esta disciplina ya que ayudará con su enfoque sistémico a definir las condiciones de producción ganadera que conduzcan a una mayor armonía con el medio ambiente y los animales. Será fundamental clarificar las mejores prácticas de manejo agronómico (para el alimento de los animales y para los animales propiamente dichos) y es aquí donde el capital intelectual de nuestros profesionales deberá poner sobre la mesa todos sus conocimientos y habilidades para lograr más kilos de carne con el menor uso de recursos.
Más productividad implica más kilos de carne con menor emisión de gases o lo que es mejor aún, más productividad puede significar ir de la mano con más créditos de carbono en nuestros sistemas productivos, si nos convencemos que podemos vender no solo carne sino también servicios ecosistémicos.
Es cierto que los mercados se vuelven cada vez más difíciles porque el consumidor es infiel y no tiene confianza en las empresas, las marcas y los productos. Para recomponer esa credibilidad en el producto, hay que romper con varios mitos y prejuicios.
Se va a requerir que los agrónomos investiguen, generen conocimiento, cuenten y expliquen todo lo que sucede puertas adentro de un establecimiento ganadero y puedan sacar a relucir la palabra clave: transparencia. Por ello será necesario brindar detalles sobre qué esfuerzos se hacen para mejorar el confort de los animales y, en paralelo, lograr menos estrés y más eficiencia de los rodeos, y ver cómo se reduce el uso de agua por kilo de carne producida y el uso de agroquímicos en los cultivos que se destinan a la alimentación del ganado.
Habrá que contar qué se hace para aprovechar integralmente el forraje y los subproductos de las agroindustrias, evitar el deterioro de nuestros pastizales naturales y mejorar la captura de carbono en los sistemas silvopastoriles a lo largo del país. En este sentido, el IPCVA ya ha aprobado desarrollar en 2022 un proyecto de investigación para poder mostrar al mundo la declaración ambiental de nuestra carne. No es un detalle menor. Se necesitarán profesionales con fuerte conocimiento agronómico.
Primero hay que dotar a nuestras carnes con todo este conocimiento e información como valor agregado al producto y, lógicamente, después habrá que saber contarlo o promocionarlo. Demás está decir que la tecnología será siempre nuestro aliado porque sin ella no será factible lograr los objetivos propuestos. Y en esto será imprescindible la actualización profesional porque la ganadería de precisión, la ganadería regenerativa, la economía circular y el blockchain, por citar algunas, ya están entre nosotros y habrá que, no sólo conocerlas y gestionarlas, sino sacarle el mayor provecho económico posible.
Todo parece indicar que la batalla por la reputación de las carnes estará cada vez más influenciada por lo bueno o malo que se hable y converse en las redes sociales pero, paradójicamente, y por lo que he resaltado en estas líneas, la base de lo que tenga la carne para construir una imagen positiva dependerá de lo que pueda desarrollarse tranqueras adentro.
La agronomía tiene y va a poner lo suyo para dotar de mayor competitividad a la ganadería y a nuestras carnes. Los Ingenieros Agrónomos lo sabemos y ya hemos puesto manos a la obra.