Un juez a través de un fallo obligó al Sanatorio Otamendi a suministrarle dióxido de cloro a un paciente con coronavirus y a raíz de esta situación se encendieron las alarmas en la comunidad sanitaria.
El dióxido de cloro no está autorizado como fármaco sino como desinfectante, no posee la autorización de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) para su comercialización, ni tampoco cuenta con el respaldo científico para tratar la enfermedad causada por el virus, y su ingesta puede acarrear serias consecuencias para la salud.
Mientras la Sociedad Argentina de Infectología (SADI) evalúan qué acciones realizar en repudio a la medida, el cardiólogo y especialista en hipertensión pulmonar y trasplante de pulmón y corazón, Sergio Perrone (M.N. 65.665), realizó un escrito en el que cuestionó la decisión del juez federal subrogante, Javier Pico Terrero, y del neurocirujano personal del paciente, Dante Convert, quien le recetó el dióxido de cloro al hombre.
“Será un placer poder asistir médicamente a aquellos que tengan los efectos indeseables del dióxido de cloro, eliminar de la carrera de medicina a aquellos ‘neurocirujanos’ (que aplican una práctica tan particular, no muy distante de la que le dieron a Maradona) y, por sobre todo, a personas como Terrero que aparentemente se le olvidó el latín en un concepto básico de la medicina: ‘primum non nocere’ (lo primero es no hacer daño)”, afirmó Perrone.
En este sentido, puntualizó: “Existen tratamientos con más basamento científico que pueden ser de utilidad en algunos pacientes con COVID-19 que el dióxido de cloro, que no sólo ya ha cobrado sus víctimas sino que también ha provocado daños en órganos vitales”. Entre las consecuencias se enumera insuficiencia respiratoria, cardíaca y hepática aguda, arritmias, hemólisis, vómitos y diarrea severa. “Todo depende de la concentración en que el dióxido de cloro se incorpora al organismo”, detalló.
“No sé si el excelentísimo colega o el juez saben que el dióxido de cloro (CLO2) es un compuesto químico que consta de un átomo de cloro y dos átomos de oxígeno (supongo que deben haber estudiado algo de química). Además es fácil recordarlo: Di: dos, Oxido: Oxígeno, Cloro: Cloro. Perdonen las ironías, pero desconozco el nivel intelectual de los interlocutores y las uso solamente para amenizarles el relato, aunque sé que algunos, entre ellos el magistrado y el neurocirujano, la tomarán seguramente como una afrenta personal” sentenció el médico.
Y agrega: “El ClO2 es un gas verde amarillento por encima de 11°C, un líquido marrón rojizo entre 11°C y -59 ° C, y como cristal de color naranja brillante por debajo de -59°C que se disuelve en agua a temperatura ambiente. Al ser gaseoso y, señor juez, como es difícil de tomar un gas, habría que respirarlo. Pero eso irritaría los alvéolos de los pulmones, que están de por sí bastante complicados en el paciente. Ante eso, se lo suele administrar en solución al 25 o 28% de clorito de sodio en agua destilada para su uso como blanqueador y para descontaminar superficies industriales, ya que se asemeja a la lejía o el cloro”.
“Sin embargo, si alguien respira dióxido de cloro, esta sustancia podría ser absorbida a través de los pulmones, lo cual complicaría a un paciente con neumonía por coronavirus. Así que será cuestión de tomar la solución, seguramente preparada en concentraciones ‘a ojo de buen cubero’ (perdone señor juez, pero acá sí que se me acabó el latín) por Dr. Facebook o por sus colegas Dr. Twitter o Dr. Instagram, y que Dios los ayude”, expresó Perrone.
Para finalizar, el medido expuso: “Si le produce algún efecto tóxico, llame a Dios, él está disponible a toda hora o a mí, que también atiendo a toda hora, nunca abandonaría a un paciente. Pero si decide llamarme a mí, sepa que después de hacer todo lo posible por salvar la vida del paciente, con todo lo que la ciencia pone a nuestra disposición, iré contra usted, su neurólogo de cabecera y su juez, por una medicina y una justicia mejor. El que avisa, no traiciona”, añadió.