Susana Aspiunza tiene 87 años, hace poco más de un año tomó la decisión de tatuarse, y hoy ya tiene cubierta casi la totalidad de su cuerpo. Es empresaria, viuda, madre y abuela, y tardó seis años en animarse a pasar por las agujas de un tatuador, por primera vez. Según contó en una nota de Clarín, que desde que tomó esa decisión, no paró: el primer dibujo fue un ave fénix, luego, fue por frases y hasta el nombre de sus hijos. En sus brazos y piernas prácticamente no queda lugar. Y según contó a ese medio, su idea es terminar esas zonas, y así seguir por el pecho y la espalda.
"De chiquita que quería tatuarme. Pero bueno, me casé, llegaron mis hijos, la casa, trabajé mucho… dejé pasar el tiempo, se me fue la vida y lo posponía. Quería; el tema es que no me decidía. Hoy digo que hay que hacer lo que uno quiere; tener la fuerza de voluntad de ir a hacer lo que uno siente. No importa el momento de la vida", reflexiona Susana a ese medio.
Su interés por los dibujos grabados para siempre en la piel, estuvo desde siempre, al admirar el tatuaje de una sirena que tenía el brazo de su papá. Para el primer diseño, se decidió por un ave fénix, en homenaje al fallecimiento de su hijo mayor, y la pérdida de sus dos maridos. Fue a partir de ese momento en que su paso por Mandinga Tattoo, ubicado en el barrio de Villa Crespo, se volvió habitual. Susana suele pedir entre cuatro y cinco turnos de antemano, y son usuales sus visitas al lugar para conversar, inspirarse en diseños que elijan otros clientes y escuchar los consejos de su tatuador, Cristian Rodríguez.
"Susana encontró algo que la rejuvenece. En el tatuaje encontró la juventud", cuenta al mismo medio, Rodríguez. Y agrega: "Su piel es muy fina, y a diferencia de un joven, tengo que estirársela mientras la tatúo. Pero le cicatriza en tres días".
Hasta hace un año, a Susana le incomodaba cómo se veían sus brazos y piernas, pero a partir de los tatuajes se animó a cambiar todo su guardarropas: los pantalones largos y jeans quedaron atrás, y fueron reemplazados por polleras por arriba de las rodillas, que nunca se había puesto. Cuando otras mujeres grandes le preguntan si tatuarse duele, ella es categórica: "Cuando tuvieron su primer novio, ¿las chicas no les decían que les iba a doler? Y lo hicieron. Cuando tuvieron su primer hijo, ¿les dolió? Y tuvieron más hijos. Acá es lo mismo. Doler, me duele. Pero aguanto el dolor, callada".