La atención prioritaria que el país político le dispensa a la evolución de los mercados le permitió al gobierno de Mauricio Macri cerrar la semana respirando con alivio.
La secuencia iniciada con el apoyo del presidente norteamericano Donald Trump y el avance de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional para incrementar la asistencia financiera obtuvo como respuesta un dólar más calmado.
Del FMI se espera algo más que un adelanto de desembolsos que ahuyente el fantasma de la insolvencia para el año que viene. El gobierno gestiona fondos nuevos para despejar el horizonte un poco más allá de la actual gestión.
Esa señal clausuró la agitación de los días previos, que no sólo se cargó a medio gabinete. También puso en evidencia las limitaciones graves del oficialismo para renovarlo.
La frágil calma financiera puede conducir a una percepción ilusoria. Desde la primera corrida cambiaria del año hasta el momento, la devaluación ha sido tan potente que la principal incógnita política -y por la cercanía, también electoral- es el modo en que se trasladará ese ajuste a la economía real.
El ajuste postergado por el gradualismo llegó del mismo modo en que el país ha elegido hacerlo en las últimas décadas: imprevisible y desordenado, el pass trough de la devaluación a la economía real es todavía una incógnita.
Aún no se sabe cómo y con qué estacionalidad se acomodarán los precios por sector, haciendo equilibrio entre la pulsión inflacionaria, los límites de la recesión, las tasas inaccesibles y la renovación de stocks en dosis homeopáticas. Y cómo, en ese contexto, los sectores asalariados o subsidiarios de la asistencia estatal reaccionarán para reacomodar sus ingresos.
El Presidente viene actualizando con retardo su diccionario de la emergencia. Llamó turbulencia a lo que era una tormenta y luego tormenta a lo que ya era una crisis. Ahora que admite la crisis, sostiene que el desafío es evitar sus consecuencias más dramáticas.
Pero ese ajuste acaba de producirse y por una vía drástica, siguiendo el más recurrente de los modelos argentinos.
La devaluación que estacionó el valor testigo del dólar en los suburbios de los 40 pesos cambió otra vez el escenario. El mismo que los actores políticos habían revisado de urgencia cuando el dólar llegó a 25 y forzó el pedido de ayuda al FMI.
Aquella primera corrida había mandado al archivo la receta gradualista. La más reciente, desactualizó el acuerdo con el Fondo. Y detonó la inercia del sistema político que andaba deambulando sin acordar el Presupuesto, mientras el caldo ya hervía.
Una lectura provisoria de estos días vertiginosos indicará que el apoyo de Trump vino a darle a Macri el oxígeno que no encontraba ni en su propio equipo político.
Pero esa lectura debería subrayar también -y con la misma intensidad- que ni el respaldo de Trump hubiese sido suficiente si antes el Gobierno no hubiese resuelto recurrir a un remedio habitual: el retorno de las retenciones.
Frente al déficit inflexible, con su equipo de gestión desorientado y los gobernadores esquivos a la reducción del gasto, la administración Macri se limitó a imaginar un múltiplo para recaudar en la aduana. No llevó al FMI un gobierno políticamente renovado para recuperar credibilidad. Le alcanzó con la receta clásica: un cánon por cada dólar de la exportación. Y todo eso, por cuatro pesos.
El remedio es malísimo, reconoció Macri. No se equivoca. El país cree que el agro cubrirá el rojo. Pero el sector exportador será en última instancia el agente de retención del impuesto inflacionario.
Aunque todavía se desconoce la dimensión del impacto final del ajuste en la economía real, hay indicadores políticos novedosos que caracterizan esta crisis de manera distinta a las últimas que atravesó el país. Y por los que todavía Macri retiene márgenes de gobernabilidad y su coalición, moderadas expectativas políticas a futuro.
La primera de esas novedades es que, pese a las operaciones tan desembozadas como torpes de sectores del kirchnerismo, el sistema político todavía no se deslizó hacia el abismo de la ingobernabilidad. No hubiese ocurrido si Macri perdía en la elección de medio término como le ocurrió a Fernando de la Rúa.
Y en el frente del peronismo territorial y parlamentario, si hasta la reposición de las retenciones los gobernadores podían atrincherarse en la discusión del Presupuesto, esa circunstancia ha cambiado.
El ministro Rogelio Frigerio es optimista. No lo era cuando se discutía una reducción del gasto. Pero ahora al bache lo cubrirán los ingresos. Los gobernadores han sorteado la peor parte. El debate ya es sobre los anexos. Con una variación interanual del dólar superior al cien por ciento, cualquier prórroga del Presupuesto actual equivaldría a un ajuste peor que el peor de los presupuestos nuevos.
La clave será blindar por ley la cláusula de retenciones para evitar demandas judiciales.
La segunda novedad es que tanto el oficialismo como la oposición no kirchnerista conservan, pese a la crisis, sus posiciones de partida para el año electoral. Ambos han sido devaluados, pero todavía pueden aspirar razonablemente a retener sus territorios.
El escándalo de los cuadernos le arrebató al peronismo la posibilidad de ser la alternativa transicional frente a la crisis económica. Del mismo modo que la crisis económica le devaluó al macrismo su expectativa de reelección.
Es que la tercera novedad -y acaso la más relevante- es que el ajuste económico actual se ha revelado hasta ahora como el de mayor grado de tolerancia social por la estabilidad de sus instituciones políticas.
Sólo los habitantes del abismo quieren volver al abismo. El resto del país sostiene con sus hombros el mandato democrático.