Panorama político nacional: dale tres al círculo rojo

Por Edgardo Moreno

(Foto: Marcos Brindicci/REUTERS)
(Foto: Marcos Brindicci/REUTERS)

Las declaraciones de los arrepentidos en la causa de los cuadernos no sólo han revelado el modelo de recaudación de sobornos que aplicó durante años el kirchnerismo. También mostaron detalles del trato cotidiano que el expresidente Néstor Kirchner le dispensaba a sus colaboradores.

Uno de los exfuncionarios que decidieron colaborar con el juez Claudio Bonadio describió cómo Kirchner, por una nimiedad como la entrega impuntual de un diario, ordenó que le aplicaran unos sopapos correctivos a su jefe de protocolo. "Dale tres", instruyó a su secretario privado.

La primera novedad política relevante que arrojó la investigación de Bonadio fue que el círculo selecto de empresarios líderes de la Argentina está ahora recibiendo esos golpes por haber admitido la voracidad expoliatoria del kirchnerismo.

La segunda novedad es que las empresas a las que pertenecen se vieron obligadas a reaccionar con una urgencia que la política desconoce. Dejar que las cosas pasen y especular con el paso del tiempo es un privilegio de la política. Las empresas carecen de esa prerrogativa. Sus necesidades de financiamiento, la cotización de sus activos, sus compromisos ineludibles de pago, siempre tienen fechas de vencimiento que no esperan hasta la próxima elección.

Eso explica las traumáticas contorsiones que no pueden ocultar en estos días. Paolo Rocca tuvo que explicar en primera persona lo ocurrido con Techint en los días en los que chavistas y kirchneristas se asociaron para expropiar una de sus empresas en Venezuela y cobrar sobornos de magnitud diplomática por la compensación en Argentina.

Aldo Roggio tuvo que dar un paso al costado para preservar la actividad de la empresa que fundó su familia hace 100 años. Gerardo Ferreyra se negó a colaborar con la investigación del juez. Su obcecación es irrelevante. Su principal colaborador ya confesó actividades ilícitas.

La tercera novedad de la causa de los cuadernos es que la causa ya dejó de ser sobre lo que dicen los cuadernos. Las declaraciones disparan esquirlas en todas las direcciones.

Lo que dijo Uberti reabre interrogantes sobre el caso de la valija de Antonini Wilson. El frágil cuello de Oyarbide acerca la causa de enriquecimiento ilícito de los Kirchner a la cosa juzgada írrita. La confesión del empresario Gabriel Romero ya motivó un pedido de indagatoria a Cristina por sobornos en Hidrovías. El secretario de Abal Medina contó cómo el dinero negro llegaba a los bolsillos de La Cámpora.

Y en eso llegó Fidel. José López, el hombre de los bolsos, decidió en la cansina tarde del viernes hacerle caso al consejo que le dió paternalmente Carlos Zannini en la cárcel de Ezeiza. Habló como arrepentido.

A tres años de haber terminado su gestión, protagonizó una inauguración más: la de una larga lista de gobernadores e intendentes durmiendo con ansiolíticos.

En definitiva, la causa de los cuadernos se ha transformado en un mapa detallado de la economía política del más reciente experimento populista: un modelo extractivo con matriz de acumulación diversificada.

Y una organización ya endeble de exfuncionarios que en cualquier momento empiezan reclamar para la investigación judicial el punto final y la obediencia debida.

La cuarta novedad es que el núcleo argumental de la defensa de Cristina Fernández ha colapsado. Durante tres años reclamó una auditoría integral de la obra pública. Confiando en que el círculo rojo de empresarios que tenía asociado en la trama de los ilícitos sería el guardián más celoso del silencio.

De repente, a esa auditoría la está haciendo un juez al cual detesta. Por eso instruyó a su bloque de senadores para que proponga una bicameral que le incaute con urgencia la investigación a Bonadio.

El juez se movió con destreza. Obtuvo el apoyo del presidente de la Corte de Justicia, Ricardo Lorenzetti y de otro supremo, conocido para el justicialismo: Horacio Rosatti.

Rosatti fue ministro de Justicia de los Kirchner. Renunció cuando la marea de los sobreprecios en la obra pública ya llegaba a la puerta de su despacho.

Bonadio sabía de antemano que los senadores justicialistas protegerían a Cristina. Ordenó allanamientos en departamentos contiguos y demostró que el edificio pertenecía a testaferros de Néstor. No allanó a Cristina, sino a la complicidad del PJ.

El atrincheramiento de los senadores sólo se explica por el temor que la causa de los cuadernos inspira en los gobiernos de provincias. Pero la presión social sobre el Congreso inaugura una quinta novedad.

Mientras los arrepentidos eran sólo empresarios, no estaba en juego la conducción de la estructura política. Ahora Cristina está pidiendo a sus seguidores un imposible: que vayan todos presos para preservar su libertad.

Pese al respaldo solapado que ha obtenido del Papa, no debería olvidar una de sus frases de cabecera: el todo es más importante que las partes. Es el límite inherente a todo liderazgo político.

Cristina se ha transformado en el cabo suelto. A casi un año de las elecciones presidenciales, nunca pudo avanzar con su propuesta. Nunca pasó del insurreccionalismo a la oposición. Mucho menos de la oposición a la alternativa. Ahora los cuadernos la enviaron de regreso al inicio. El peronismo está convulsionado. Le estalló el procedimiento de expulsión gradual.

Mauricio Macri tiene poco margen para disfrutar de ese desconcierto. La misión del Fondo Moneario Internacional dejó anclada una duda: ¿el último retoque del dólar y las retenciones son un indicio de que el horizonte de recesión será más largo que en el cálculo inicial de Christine Lagarde?.

Hay argumentos que el oficialismo también está obligado a abandonar. Si Luis Caputo dedica sus días a desactivar la herencia explosiva en letras del Banco Central, ¿cuál fue el gobierno que activó ese mecanismo?

El Presupuesto todavía no ha sido acordado con los gobernadores. Pero el ajuste ya llegó en las partidas destinadas a la obra pública.

No lo trajo el lápiz rojo del ministro Dujovne. Antes llegó la caligrafía prolija del chofer Centeno.