El dueño de este vehículo, de Victoria, Australia, ya no sabía qué hacer para que cesen los ataques. Ya había llevado cuatro veces el auto al chapista y, cada vez que lo arreglaba, se lo volvían a abollar. ¿Podía ser casualidad? Claro que no.
Indignado, el hombre decidió comprar dos cámaras, las colocó en el interior del auto y puso a prueba al agresor.
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