Quienes transiten la zona hoy encontrarán vallada la esquina de calle Córdoba y Av Salta. La cuadra se encuentra en alerta por posibles derrumbes y, si bien el fuego ya se extinguió, aún está latente el peligro edilicio con compromiso de edificaciones aledañas. Todo se llevó el fuego. Del viejo edificio de una manzana de superficie sólo queda una fachada y un cartel con una advertencia “edificio en mal estado por incendio”.
Atrás quedó el esfuerzo conjunto de los puesteros. Hoy todo se amalgama en un bloque calcinado de ropa, mampostería y hierro retorcido: escombros de sueños rotos.
Recordemos como nació el Mercado. Hacia mediados de los ´90, la pugna entre los puesteros callejeros, los transeúntes de un centro siempre congestionado, las veredas angostas y la presión de los comerciantes de locales céntricos, derivó, tras apretadas negociaciones, en la habilitación el 10 de diciembre de 1994 de un predio que pudiera albergar a los vendedores ambulantes y “manteros”. Se optó por un espacio con accesos por calle Salta al 200, Córdoba al 1100 y Jujuy al 200, el cual pertenece a un grupo empresarial que administra el lugar, cobrando un canon a cada puesto.
El Mercado se fue convirtiendo en parte de una identidad tucumana que parece ir desapareciendo poco a poco, donde caserones históricos van dando lugar a shoppings e incongruentes estacionamientos (tal el caso del chalet de los Aráoz, en calle Bolívar, devenido en predio de aparcamiento). El patrimonio de un lugar está en sus costumbres, en sus espacios icónicos, en su impronta arquitectónica. Lo que no demolieron ya las maquinas, lo hizo un fuego evitable, nacido de la imprudencia, de la falta de mantenimiento y control. Hoy, todos los descuidos juntos se llaman dolor. Dolor por las perdidas invaluables. Dolor por la destrucción del acervo cultural, y por aquello que no se puede recuperar y que trasciende lo material. Lo irrecuperable, eso para lo que no hay subsidios, estuvo plasmado ayer en la desolación, no solo de los puesteros, si no de una sociedad que ve consumirse, junto a las cenizas, lo que formó parte inalienable de la singularidad cultural.
La reconstrucción del Mercado será entonces, un volver a soñar, a proyectar. Hoy somos llamados todos, como conjunto social, a tender una mano solidaria a quienes comienzan su semana ayunos de todo sustento, arrasados por el fuego y las lágrimas, huérfanos de ese abrazo que se llama esperanza.