Silicon Valley, el Valle de Silicio es conocido así por la alta concentración de innovadores exitosos en la industria que usa al elemento químico de soporte para su compuesto vital, el chips. Es un territorio impreciso y extendido al sur de la Bahía de San Francisco, al norte de California.
Pero Silicon Valley es también una idea, un concepto virtuoso en el que conviven armónicamente universidad, empresa y Estado al servicio del rápido desarrollo de las empresas de alta tecnología más competitivas del mundo.
El fenómeno tiene epicentro en la Universidad de Stanford, su dinámica experimental, su prestigio académico (27 premios Nobel), el espíritu emprendedor de sus profesores y alumnos inició la leyenda en 1939 cuando dos compañeros de esa universidad (William Hewlett y David Packard) construyeron un oscilador de audio en el garaje de su casa.
De allí nació nació Hewlett-Packard y luego Cisco, VMware, Yahoo!, Google, y de ahí también salen los cuadros más relevantes de la industria. En sus laboratorios hurgan inquietas las empresas de vanguardia que financian desarrollos experimentales en cientos de campos científicos, con saberes cada vez más integrados.
En el parking de la universidad nos recibió Adrián Lew, rosarino, ingeniero nuclear graduado en el Balseiro, profesor e investigador en la carrera de ingeniería mecánica nos contó sobre los avances tecnológicos que impulsa junto a sus estudiantes en impresoras 3D de metal. Sobre la génesis de experiencias de laboratorios que se transformaron en exitosas empresas de base tecnológica, sobre el ecosistema que los alienta, sobre el ensayo y error como método.
Las paredes que separan los laboratorios impecables y vanguardistas están empapeladas de investigaciones y hallazgos científicos. Aulas abiertas en los interiores y clases a la intemperie en los amplios y exquisitos jardines que ofician de conectores académicos. Un proverbio chino en el acceso de un edificio reza “el maestro nos abre la puerta, nosotros debemos atravesarla”. Sentados en el borde de una fuente enorme hacia adentro, un par de estudiantes refrescan sus pies, otros lo hacen despanzurrados en reposeras, unas latas de cerveza adornan la escena.
Cientos de bicicletas circulan todo el tiempo entre las residencias de los estudiantes y los modernos e innovadores edificios universitarios. Hay centros gastronómicos y hasta un shopping, y es que Stanford además de universidad, es un Estado municipal.
La majestuosa Iglesia Memorial, originariamente edificada para honrar el culto católico, es desde hace ya muchos años ecuménica.
El Estado de California es considerado el más progresista y tiene en San Francisco un paisaje urbano multicultural que se expresa en los rostros, en las ropas, en la gastronomía que descansa en sus calles onduladas. La ciudad también se define por la extraordinaria obra de ingeniería del Golden Gate y por el dilema de Alcatraz. Está cruzada por tranvías y hay más autos eléctricos que en cualquier ciudad de los Estados Unidos.
La agenda ambiental domina las decisiones corporativas y políticas: es el deber ser de nuestro tiempo. La huella de carbono se integra a los cálculos.
Emprendedores y estudiantes de China y la India avanzan en el dominio de la fuerza laboral de la industria, aunque también estamos los latinos y representaciones nativas de los rincones más remotos del planeta. En la industria sólo se habla en inglés, se pagan los mejores sueldos, es bienvenida la diversidad sexual y la autopercepción es la regla de las relaciones personales entre compañeros y patrones.
“Aquí el machismo no existe”, nos dice categórica Andrea Cohen, ingeniera tucumana haciendo carrera en Meta, donde trabaja en el diseño del próximo sistema de inteligencia artificial de Oculus, la apuesta más importante de Mark Zuckerberg. Andrea compara Suiza, donde hizo el doctorado en inteligencia artificial y Argentina donde se graduó, y hace cálculos. En unos más en otros menos, aquí nada. No tiene ninguna duda, se despliega aquí, se siente plena.
Silicon Valley es tierra de oportunidades, donde reina la acción, las historias inspiradoras. Donde todos quieren ser Elon Musk. Donde se repite como un mantra el camino al éxito: resolver un problema importante, poner pasión, determinación, terquedad. Corregir y volver a intentarlo una y otra vez, hasta alcanzar el éxito.
La startup es su modelo organizacional más logrado y exportado. Es la amalgama entre la academia y la calle.
Patricio Kaplan es un prestigioso ingeniero eléctrico tucumano graduado en Ciencias Exactas de la UNT que también pasó por las aulas de Stanford y hoy diseña chips en Amazon. Lleva más de la mitad de su vida en Silicon Valley donde cría a sus tres hijos. Emprendió cuatro startup, solo dos tuvieron éxito, pero su promedio es altísimo frente a la estadística de startups que fracasan en el intento.
Conceptualmente, una startup es una estructura empresarial armada para desarrollar un negocio rápidamente escalable apoyado en las tecnologías y la innovación. Las startups más conocidas son Uber, Airbnb, Instagram, Mercado Libre o Spotify.
Las startups son también llamadas empresas emergentes y se desarrollan mucho más si son acompañadas de un ecosistema emprendedor como es este el caso: con recursos humanos valiosos, mentores, marcos regulatorios claros, adecuado sistema de estímulos y a resultado, acceso al financiamiento y a servicios contables y jurídicos. Incubadoras y aceleradoras de empresas. Con redes de contención de empresas abiertas a la innovación y al riesgo de su financiamiento, a escuchar nuevas ideas y formas de llevarlas a la práctica.
En ese mundo se mueve como pez en el agua Jorge Zavala, un ingeniero mexicano que desarrolló un puñado de startups y que nos recibió en el coworking Hacker Dojo. Desde hace décadas Jorge ayuda a emprendedores mexicanos a introducirse en las entrañas de Silicon Valley. Al final del día practica el post mortem: qué hicimos bien, qué hicimos mal, qué podemos mejorar.
Sin embargo, su ejercicio preferido es Recuerda el Futuro, donde nos invita a describirnos detenidamente, con pelos y señales en un día determinado del futuro, y caminar hacia el. Esa empresa lleva adelante la Fundación del Tucumán impulsando una agenda activa de vinculación del empresariado tucumano con los emprendimientos más relevantes y exitosos de Silicon Valley en tres experiencias que han ido creciendo en intensidad con los años de la mano de Alberto Núñez y Flavia Jaime, como experimentados lazarillos de la emergente sociedad del conocimiento.
El modelo combina y establece adecuadamente el rol universitario, empresarial y estatal en la génesis, el desarrollo y la expansión de las empresas de base tecnológica y nos inspira a caminar en la construcción de un ecosistema local que aproveche mejor nuestras enormes potencialidades y las transforme rápidamente en oportunidades de trabajo y de negocios para nuestra gente.