Pinceladas literarias en Vía Tres Arroyos: “Zoom”

Un cuento de Valentina Pereyra.

Pinceladas literarias en Vía Tres Arroyos: “Zoom”
Pinceladas literarias en Vía Tres Arroyos

Vía Tres Arroyos y una nueva entrega de Pinceladas literarias en esta ocasión presentamos “Zoom” de Valentina Pereyra.

Zoom

La viuda llegó a la Comisaría acompañada de su hijo mayor y del mejor amigo de su esposo. Reconoció la camioneta Toyota roja estacionada en la vereda de enfrente y le preguntó a su hijo si la policía la había rescatado del accidente.

Esperaron en el vestíbulo después de anunciarse con la oficial de guardia. El pitido de los llamados por handy y las voces de radio de los policías de calle interrumpían el estruendoso silencio. La oficial de guardia les tomó los datos y les indicó esperar a que los llamen. El reloj, único artefacto decorativo en la comisaría, marcaba las seis de la mañana, aunque la noche todavía se colaba por la puerta de entrada. Media hora después el comisario dejó su despacho junto a un hombre al que la panza se le escapaba por debajo de la remera azul.

Lo palmeó con pequeños golpes en la espalda y le sugirió que se calmara. El hijo mayor de la viuda no pudo bajar la vista del logo que el hombre que estaba de salida llevaba bordado en su remera. Ruta 2 S.A. con letras amarillas debajo de la figura de un torreón. Cerca de las siete de la mañana, la oficial de guardia los hizo pasar al despacho del comisario.

Detrás de un escritorio de madera con vidrio sobre la tabla, el expediente con sello del Hospital Pirovano de Tres Arroyos. La viuda retiró rápido la vista de la tinta de fibrón rojo que dibujaba letras con el nombre de su esposo. El comisario habló del occiso, de las pruebas, de las declaraciones que tenían que tomar, de la camioneta.

Las palabras retumbaban en la habitación que, como únicos muebles, tenía dos sillas, una mesa barra escritorio y una estantería de madera descangayada. El hijo de la víctima, de pie detrás de su madre, se alzó sobre su espalda tratando de leer algo del expediente médico.

El comisario cerró de un golpe la carpeta y les avisó que el fiscal estaría al caer. Les dijo que, en estos casos, se abría una investigación. La viuda tragó saliva, se secó los mocos y preguntó quién tenía la culpa. Las palabras le salían ahogadas y no se entendían. Después de aceptar el vaso con agua que le alcanzó un escribiente aclaró la voz, carraspeó y preguntó qué quería decir: “en casos como este”.

- Muerte dudosa, señora.

El amigo de la víctima se ofreció para que le informen a él los detalles y así, “ahorrarles un disgusto”. Cabeceó indicando la puerta, le besó la cabeza a la viuda y palmeó la espalda de su hijo mayor que giró el torso evitando el contacto. El comisario dejó el despacho junto con él sin soltar el expediente.

Quince minutos después entró el fiscal. Saludó a las apuradas después de presentarse y les pidió esperar hasta que tuviese suficientes pruebas como para hacer una hipótesis.

- ¿Pero, no chocó? ¿Busca a otro auto?

El fiscal cruzó miradas con el hijo mayor, movió la mano en señal de calma y se metió en otra habitación que, luego supieron, era su oficina provisoria mientras arreglaban la Fiscalía que se había inundado en la última tormenta. De camino entre una oficina y otra, se detuvo al pasar por al lado de la viuda y le dijo al oído que no podrían entregarle el cuerpo hasta que no hicieran la autopsia.

Cuando el comisario regresó lo escucharon hablar con la Policía Científica e indicarles pericias sobre la camioneta. El amigo de la víctima se ocupó de la viuda a la que le pidió que fuera a descansar un rato.

- Una vez que terminemos la dirigencia el instructor le informará al fiscal.

Los llamamos – dijo el comisario.

En el vestíbulo esperaban para ser indagadas dos mujeres con guardapolvo azul y un hombre vestido de guardia de seguridad. Los tres llevaban en sus uniformes el mismo logo bordado que tenía la remera del gordo que se cruzaron ni bien llegaron a la comisaría. Cuando pasó la viuda las mujeres se codearon y el guardia se quitó la gorra y les dio el pésame.

- ¿Usted conoció a mi marido? ¿Sabe cómo fue?

El hijo la empujó para la puerta y le pidió que dejara de preguntar y que ya le iban a decir. Antes de salir le echó una mirada furiosa al guardia que agachó la cabeza.

El comisario y el fiscal estudiaron el expediente: las medidas corporales del muerto, la descripción de su ropa, las fotos desvestido, las pruebas preliminares de los hisopados y los análisis sin informar todavía. El fiscal anotó al lado de cada hoja los indicios que podían armar una posible hipótesis. Las muestras del pantalón, la camisa, la camiseta, medias, zapatillas, sábanas, el acolchado, las toallas y las prendas se informaron en hoja aparte y, abajo, dejaron un espacio para que el fiscal incorporase los resultados después de que las analizaran en el laboratorio.

- El gordo ya vino a declarar.

- A ver, qué mierda dijo el pelotudo ese.

- La viuda se lo encontró cuando vinieron a preguntar por los hechos.

- ¿Dijo algo?

- No. Es boludo, pero no quiere Lola.

- El muerto, ¿tenía problemas cardíacos?

- Acá no escribieron nada. La mina no aparece, no sabemos qué pasó.

- Pedile al gordo, al encargado, que nos traiga las grabaciones de las cámaras, yo ya hice el escrito y mandé al instructor.

- ¿Hago pasar a las minas del telo?

Las mujeres entraron por separado. El fiscal le preguntó lo mismo. A qué hora recibieron la primera llamada de la víctima. Con qué pagó. Si pidió algo para cenar o para tomar. Si consumió del frigobar o si, cuando entraron la habitación estaba revuelta, cómo encontraron el baño y si vieron salir a la mujer que estaba con el muerto. Las dos coincidieron en que la cama todavía estaba hecha, que les cobraron unos minutos después de que tomaran el turno de la promoción de dos horas y media por el precio de una y que pidió dos cervezas de lata. Quince minutos después, de que el muerto dejara el pago en efectivo en la ventanilla, escucharon la alarma del portón de ingreso.

El guardia les ordenó abrir la puerta de la habitación 13; había visto por las cámaras a una mujer en bolas correr para la puerta de entrada al telo.

El siguiente en declarar fue el guardia. Contó que cuando vio a la mujer de la habitación 13 correr en bombacha con cinco grados, supo que algo no andaba bien.

- ¿Es común que salgan las minas corriendo y saltando paredones?

- No, no, señor. Quiero decir que corrí enseguida para afuera y les avisé por el Handy a las chicas del turno noche que abrieran la puerta de la pieza. Pero no es la primera vez que una mujer se raja porque la fajan o porque no se quiere enfiestar. Está prohibido entrar más de dos, pero vio…hay malaria.

El guardia dejó la persecución de la mujer porque se quedó sin aliento y, porque tuvo que llamar a la ambulancia después de que las mucamas del turno noche le avisaran que en la 13 había un fiambre.

- Volví para la pieza y el hombre estaba desparramado boca arriba y la cama redonda todavía giraba. El pobre tipo daba vueltas como una calesita mientras le salía baba y el olor a mierda era insoportable.

- ¿Llamó a la ambulancia?

- Sí, mis compañeras se quedaron en el pasillo porque les daba arcadas el olor a meo y caca y yo, apreté el botón para que la cama dejase de girar. No lo toqué, los ojos se los cerraron los doctores.

- ¿Con quién más habló?

- Con el comisario. El dueño del telo me dijo que si había un quilombo grande lo llamara directamente. Y, esto era una cagada, con perdón del muerto.

El instructor volvió del telo con el fotógrafo de la Policía Científica, el encargado y la grabación de las cámaras. Las revisaron e hicieron foco en el horario en que la camioneta Toyota roja entró por el portón de la habitación 13 y a qué hora la mujer que acompañaba al muerto corría en bolas por el pasillo de ingreso y pasaba por debajo de la barrera perdiéndose por la calle de tierra que da al fondo del telo y va hacia la ruta 228.

El dueño del telo al que todos conocían como “El Torreón” por la imagen en el cartel de entrada: una foto del de Mar del Plata, pero sin el monje, entró con el encargado al despacho del fiscal en la Comisaría y le dijo que se ponía a disposición.

- ¿Podemos arreglar algo para que no salga en el diario? Me van a hacer pelota, me voy a comer un juicio. Las viudas se ponen locas con estas cosas. Y, la mina, ¿saben quién es? A la familia le dijimos que fue un accidente.

- Los muchachos de la Primera sacaron la camioneta del garaje y la empujaron por la banquina de la Ruta 228 frente a la Rural – dijo el comisario.

- Por favor, fiscal. Pregúntele, acá, al comisario. Nosotros somos generosos, no jodemos a nadie. Los doctores dijeron que fue un infarto. Que la familia crea que se la puso mientras volvía del campo. ¿No le va a causar más dolor a la pobre mujer que encima de viuda, cornuda?

El fiscal se reunió con los doctores que asistieron al muerto en el telo y leyó el informe que entregaron. Pidió que no se retirara nadie hasta que tuviera los resultados de la autopsia y de las muestras que tomaron en la habitación.

Pasado el mediodía la viuda llamó a la guardia preguntando cuándo le iban a entregar la camioneta y el cuerpo de su marido. Tres horas de respuestas evasivas terminaron en la irrupción a los gritos del hijo del muerto que exigía las llaves de la camioneta y explicaciones que le salían aspiradas por la agitación que traía encima.

- Si ya la revisaron me la llevo. Ni un rasguño tiene, se piensan que soy boludo.

Con él estaba el mejor amigo de su padre; le pidió que se siente, sacó un cigarro negro y le convidó. Fumaron en la vereda mientras revisaban, por afuera, que no le faltase nada a la camioneta estacionada frente a la comisaría.

El fiscal los llamó a los dos a su despacho. Confirmó el infarto según los informes forenses y les dijo que podían retirar el cuerpo, pero que no cerraría el caso hasta no dar con el paradero de la mujer que estaba con el muerto en el telo. En el cuerpo del muerto no encontraron sustancias que supusieron un ataque inducido y tampoco había indicios de actividad sexual, incluso estaba vestido cuando entraron las mucamas. No tenía la billetera y en la guantera de la camioneta solo encontraron una linterna, no había ni un solo papel. El peritaje del celular iba a demorar meses porque tenía clave numérica.

Como parte de la indagatoria incluyeron las imágenes de las cámaras de seguridad del telo. El fiscal le pidió al hijo del muerto que las revise con él por si identificaba a la mujer que se escapó en bolas después de que su padre se infartara. Encendieron la computadora de escritorio del comisario, el fiscal introdujo el pen drive, puso a rodar las imágenes, hizo zoom en el cuadro donde se veía a la mujer pasando por debajo de la barrera de la entrada.

Amplió hasta que, aunque pixelada, se veía la espalda de ella en primer plano. Apuntó el índice a la pantalla y señaló un tatuaje atravesado por el hilo dental que sostenía la bombacha. El hijo del muerto se inclinó y empujó al fiscal para poder sentarse. Tiró para atrás el monitor y, sin decir palabra, se levantó la remera y se bajó la cintura de su pantalón. El fiscal constató que se trataba de un tatuaje igual al que le mostraba el zoom de la pantalla: una gatita Kitty y una frase ilegible.

- Dice “para siempre”. Nos la tatuamos en nuestra luna de miel.

SOBRE LA AUTORA

Valentina Pereyra nació en Tres Arroyos el 1 de enero de 1965. Como redactora de La Voz del Pueblo de Tres Arroyos recibió dos menciones de ADEPA por las notas “Las Gringa” y “Las casas mueren de pie”. Obtuvo mención en los concursos Expedientes en Letras por “Salir de Pobre”, en el Concurso de la Fundación Banco Provincia por “La Cruz” y por “El horno” en el concurso “Mar Abierto”.