La respiración como refugio

La ansiedad es un sentimiento de miedo e inquietud que interfiere en la vida de la mayoría de las personas. Las estadísticas arrojan que es una de las dolencias por las que más medican los psiquiatras.

La respiración como refugio
Según la OMS, la pandemia incrementó 25% los cuadros de depresión y ansiedad

Me quedo sin aire, como si dos sogas apretaran mi garganta, dos sogas fuertes, sí, bien fuertes y resistentes. Un nudo en el medio que me deja sin aliento, mi cabeza piensa en miles de cosas a la vez: un amigo al que extraño, el abrazo de mi hermano, la tesis que tengo que entregar. Intento relajarme, pero no puedo, me imagino cientos de escenarios posibles, así no me ayudo.

Ahora me acuerdo de mi tío que decía: “La cabeza a veces te juega una mala pasada, si querés volverte loca, pensalo”. Se asoma la desesperación, me ahogo y las lágrimas brotan de mis ojos como si las nubes se descargaran después de un día pesado, a veces dura poco, otras un poco más, en general bastante.

Pum, pum, pum, comienzan las palpitaciones, como si entre ellas estuvieran compitiendo para ganar una carrera. Me quiero despertar de esta pesadilla (no puedo), quiero salir del laberinto que me inventé, (tropiezo y caigo), sujetan mis piernas, “eeey ¿quiénes son?”, debo ser yo que no me dejo levantar.

No sé qué hacer con este loop. Llamo a una amiga que intenta calmarme, a la distancia claro, y me pide que vuelva a tener el control en mí misma, que pueda concentrarme en el presente, en el aquí y ahora, en lo seguro que tenemos, que muchas veces ignoramos.

“1, 2, 3, 4, 5 y 6″, - escucho del otro lado del teléfono - “Vos cerrá los ojos, sentate en un lugar cómodo y seguime…”

Comienzo a seguirla, visualizo los números en grande como si estuvieran proyectados en la pantalla de un cine que dará comienzo a una de sus películas. Mientras tanto, respiro pausada y lentamente, pierdo la noción del tiempo, no sé cuánto llevo así, tal vez 10, 15 o 30 minutos, no lo sé, pero tampoco importa.

Boom, boom, boom y boom, palabras sueltas que alteran mi mente y concentración, la lista de quehaceres que dejo religiosamente pegada cada mañana en la heladera: ir a la verdulería, al supermercado, llamar a mamá, entre otras cosas más. Me acuerdo del consejo de mi amiga: poner cada una de ellas en vagones de un tren y dejarlas ir…

Sigo, que esto no me permita abandonar, ¿en dónde estaba?, ah sí, 4, 5 y 6, veo luces de colores en un espacio interestelar, detrás escucho el mágico sonido del agua que se desliza por las pequeñas cascadas, me enamoro de la luz dorada, siempre me pareció atractiva, tal vez por cómo brilla y porque es parecida a la luz del sol cuando hace calor.

Ese destello lo veo revelador, salto para atraparlo, pero no llego, un poco más, ¡vamos!… y ¡Plaf! Lo agarré, lo abrazo fuerte, tal vez lo quiera para siempre, no lo sé, pero lo dejo entrar en mí. Recorre cada parte de mi cuerpo, como si fuera un escáner, cada célula, órgano y tejido. Barre todas las molestias, de a poco las raíces que me sostienen vuelven a respirar después de tanta lluvia.

Suena el timbre de casa, intento no abrir los ojos y visualizo inmediatamente el tren, lo veo pasar con cada una de las palabras que hicieron que mi mente se dispersara, lo saludo, me cuesta un poco dejarlo ir, pero no quiero subirme, prefiero quedarme en el lugar en el que me encuentro.

Mientras el tren adelanta su paso, escucho música clásica de fondo que endulza mis oídos y despierta mi curiosidad. No sé de dónde viene, pero igual salgo a buscarla.

A pesar de la luz brillante que elegí, siento frío en mi cuerpo y es que justo en este viaje me olvidé el abrigo. “Tenés que estar abrigada porque al estar en ese estado, desconectada de todo, puede que baje la temperatura corporal. Por más que no tengas frío al comienzo, luego puede ser que sí”, eso me había dicho Agustina, pero claro, ahora me había agarrado desprevenida.

La melodía se transporta por todo mi cuerpo, bailo y ruego que esto no termine. El ritmo de los violines me traslada a un portón luminoso y avasallante, entro y veo una pantalla gigante. Escucho aplausos, creo que la función ha culminado.

Una voz irrumpía del otro lado del teléfono: “respirá pausada y profundamente, inhalá y exhalá en 1, 2, 3, 4, 5 y 6…” Esos números indicaban que la maravillosa película en la que estaba sumergida llegaba a su fin. Intento reincorporarme lentamente, abro los ojos, me levanto del suelo y le agradezco. Me encuentro en el mismo lugar donde minutos atrás sufría de un ataque de ansiedad, pero ahora me siento aliviada y a salvo.

Quizás no debería ahogarme en un vaso de agua, quizás no debería querer escaparme desesperadamente a otro lugar en busca de una solución, quizás debería viajar al interior, en donde muchas veces, el peor escenario se lo crea uno mismo.

Según un artículo publicado el 18 de enero de 2023 en la página web de la Organización Mundial de la Salud (OMS), durante la pandemia, la depresión y la ansiedad aumentaron más de un 25%. Asimismo, se calcula que en el mundo cada año se pierden 12.000 millones de días de trabajo debido a estas afecciones. Un número que en realidad no es nada comparado con esa situación.