En lo más alto de la Puna se escucha cada tanto un silbido, la única seña del vigilante de los ganados, escondido en su soledad.
Se dice que es un viejito lindo, vestido de lana y lienzo, con un gran sombrero de ala ancha, y diminutas ojotas con clavos de plata. Relumbra entre sus ropas un collar de víboras, y se cubre con un poncho que cambia cada año para el carnaval, enterrando el anterior.
Coquena vela por los animales, hijo de la tierra misma, patrón de los animales de campo y de los cerros. Todos los que viven en la Puna saben que castiga cruelmente a quienes cazan indiscriminadamente a guanacos, vicuñas, y el resto de la fauna silvestre.
Sólo permite la caza para alimentarse a la vieja usanza: rodeando las tropas con hilos y trapos colorados y boleándolas. Nadie lo ha visto, pero se dice que mata a quienes cazan en gran cantidad para vender cueros, que lo hacen sin necesidad alguna.
Se dice también que en el invierno, en tormentas de nieve y fríos helados, Coquena premia a los buenos pastores que salvan sus cabras a pesar del peligro.
Muy, pero muy pequeño, se pasea por las noches con una tropa de vicuñas, cargadas de plata y oro. Las correas con las que se atan las cargas son víboras vivas. Sin embargo, al cruzarse con alguna persona, Coquena desaparece, así como también las cargas. Las vicuñas quedan solas, pero se las reconoce por el lomo mojado de sudor por el trabajo.
No caces vicuñas con armas de fuego, no las maltrates ni sobre exijas, pues si Coquena se enoja, se lleva las llamas en medio de la noche y el frío.
Cazando vicuñas anduve en los cerros.
Heridas de bala se escaparon dos.
-No caces vicuñas con arma de fuego,
Coquena se enoja - me dijo un pastor.
- ¿Por qué no pillarlas a la usanza vieja,
cercando la hoyada con hilo punzó?
¿Para qué matarlas, si sólo codicias
para tus vestidos el fino vellón?
-No caces vicuñas con arma de fuego,
Coquena las venga, te lo digo yo.
¿No viste en las mansas pupilas oscuras
brillar la serena mirada del dios?
-¿Tú viste a Coquena?
-Yo nunca lo vide,
pero sí mi agüelo - repuso el pastor;-
una vez oíle silbar solamente,
y en unos tolares, como a la oración.
Coquena es enano; de vicuña lleva
sombrero, escarpines, casaca y calzón;
gasta diminutas ojotas de duende,
y diz que es de cholo la cara del dios.
De todo ganado que pace en los cerros,
Coquena es oculto, celoso pastor;
si ves a lo lejos moverse las tropas,
es porque invisible las arrea el dios.
Y es él quien se roba de noche las llamas
cuando con exceso las carga el patrón.
En unos sayales, encima del cerro,
guardando sus cabras andaba el pasto;
zumbaba en los iros el gárrulo viento,
rajaba las piedras la fuerza del sol.
De allende las cumbres de nieves eternas,
venir los nublados miraba el pastor;
después la neblina cubrió todo el valle,
subió por las faldas y el cerro tapó...
Huyó por los filos el hato disperso,
y a gritos, en vano, lo llama el pastor.
La noche le toma sentado en cuclillas,
y un sueño profundo sus ojos cerró.
Cuando el alba tiñe - limpiando los cielos-
de rosa las abras, despierta el pastor.
Junto a él, a trueque del hato perdido,
Coquena, de oro le puso un zurrón.
No más en los cerros guardando sus cabras,
las gentes del valle vieron al pastor;
Coquena dispuso que fuese muy rico.
Tal premia a los buenos pastores el dios.
Juan Carlos Dávalos