“Cuando éramos chicos, mi mamá nos hacía el desayuno y con mis primos nos quedábamos jugando bajo el árbol de la casa hasta que nos llamen para comer el asado que hacían los hombres”, así evoca sus recuerdos Eugenio G. Vívidas imágenes de su niñez durante las pascuas.
Eugenio tiene 86 años, el tiempo le fue forjando la sonrisa y sus ojos marrones delatan la firmeza y el carácter decidido de su persona. Vive sólo y tiene por costumbre tomar mate en la vereda durante las mañanas y las tardes chaqueñas.
Viudo hace algún tiempo, padre de dos hijos y abuelo de tres jóvenes, Eugenio pasa los días de cuarentena acompañado de una vieja radio a pila y un perro que ya casi no ladra. Las calles polvorientas del sur de la ciudad parecieran acompañar su soledad.
“En las Pascuas solíamos ir con mi mujer a la iglesia y después íbamos a almorzar con alguno de los muchachos a sus casas”, recuerda. Su mirada parece detenerse en un punto lejano mientras añade que “siempre es bueno tener presente a Dios, más en estas épocas”.
Eugenio parece tranquilo, toma un sorbo de su mate, y se aduce que a su edad “no es el miedo a la muerte lo que más aqueja sino aquellos que quedan sufriendo”. “Desde que el gobernador dijo que no se podía salir -en referencia al aislamiento dispuesto por Capitanich- no puedo ver a mis hijos”, afirma un tanto compungido. “Sólo los saludo por teléfono, hablo con mis nueras, los quiero abrazar, si me enfermo ahora no los podré ver más”, dice y en su voz se manifiesta un quiebre casi imperceptible.
“Para las pascuas siempre nos juntábamos con los muchachos a timbear pero con el tiempo se fueron muriendo de a uno”, comenta. Hacemos una pausa para que se acomode en su silleta, tras el tejido que le oficia de medianera la distancia pareciera infinita. “Ahora ya no se puede ni ir al kiosco así que menos que menos ir a la iglesia pero como pasan las misas en la radio es como si estuviera ahí”, explica Eugenio.
En otro punto de la charla, Eugenio comenta que a su edad todos los días son iguales cuando no ve a su familia. A modo de broma señala que “ya ni cosas para limpiar hay en la casa porque ya limpió todo”. Por lo que su rutina se reduce a cocinar y pelear con el perro.
¿Pero cómo hace con los insumos diarios? Simplemente su nieto se encargó de hacerle una buena provisión de mercadería, vive sólo y consume pocas cosas. No tiene gastos más que el costo del alimento balanceado para su can.
Suena el teléfono desde dentro de la casa. Eugenio agradece la charla y desaparece tras la puerta de entrada. Queda en el aire un rastro de su espíritu insondable. Y un sinnúmero de reflexiones comienzan a desfilar en la cabeza.
Pero, ¿y si vemos a una abuela?
Elvira tiene sesenta y algo de años, sonríe ante la pregunta. Vive detrás de la Unidad Federal Presidiaria n° 7 de Resistencia. Por lo que presencia cada noche la sirena que anuncia la prohibición de la circulación que implementa el cuerpo de seguridad provincial.
Junto a su nieto de 7 años y a su hija, pasa los días de la cuarentena abocada a juegos y la lectura. Su hija hace home office en horario comercial y es quien se encarga de realizar las compras de todo lo necesario para el consumo en el hogar. Por lo que Elvira no sale absolutamente para nada. Excepto “aquella vez”, hace unos días, que debió ir al centro de salud del barrio para aplicarse la dosis de la vacuna antigripal.
“Se gasta muy poco pero todo aumentó”, afirma desde el otro lado de la reja. “Se tiene mucho cuidado con la higiene y eso en lo que más se gasta”. La seguridad del hogar y el saber que sus seres queridos se encuentran a resguardo le dan esperanza. “Hacíamos vida hogareña antes de la cuarentena, así que no se modificó mucho”, comenta.
Según la abuela Elvira, “vivir con un niño la despeja mucho”. Pasan las tardes jugando o haciendo tareas que le mandan por WhatsApp mientras su hija trabaja desde la computadora.
Religiosamente todas las mañanas hacen sus oraciones. Sólo lamenta no poder asistir a las liturgias propias de la época. Pero se entretiene con juegos de mesa y a veces alguna película.
“Las pascuas siempre fueron un momento de reflexión pero con esto que pasa -la pandemia- se vuelve mucho más significativo”, explica. Hace tiempo quedaron atrás las reuniones familiares con primos, hermanos y sobrinos. Sin embargo evoca el recuerdo mirando al cielo como si en las nubes se reflejarán aquellos momentos.
“Preocupa mucho que la gente no tome consciencia y siga saliendo”, señala con un dejo de descontento. En la provincia desde que se decretó el aislamiento, son miles las personas detenidas por no respetarlo. Con ocho fallecimientos por COVID-19 es entendible su preocupación.
A pesar de la situación, su hogar continúa con las tradiciones evocadas por el cristianismo. Se buscan variantes para no comer carne roja, se bendijeron ramos, y se realizan oraciones en nombre de aquellas personas que lo necesiten.
“Esto va a pasar, pero esperemos que se aprenda algo”, afirma. Su reflexión deja al descubierto que aún se puede confiar en la consciencia ciudadana, que en gran parte ha logrado entender que el cuidado nos concierne a todos.
No son fechas que se puedan pasar por alto. Tampoco es una situación tan pasajera. Puede servirnos de aprendizaje. Y, ¿qué mejor que aprender de quienes han forjado con sus propias manos la sociedad de la que formamos parte? Ellos, los abuelos, tienen más por decir. Tal vez deberíamos volver a sentarnos a su alrededor y escucharlos atentamente. Y cuidarlos, siempre cuidarlos.