José “Pepe” Mujica pidió este miércoles a los argentinos que se “quieran un poco más” y que discrepen todo lo que quieran, pero construyan “un nosotros”. Además, el expresidente de Uruguay expresó que los habitantes de este país son “algo más que hermanos” con los uruguayos porque nacieron de la misma placenta en un parto doloroso.
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Mujica dio un discurso reflexivo en la Casa Rosada sentado al lado de Alberto Fernández, que destacó su “compromiso, conducta y resiliencia” y le otorgó la condecoración del Collar de la Orden del Libertador San Martín.
“Es un modelo de conducta para los que amamos la política. Y es para los argentinos además un presidente singular del Uruguay, que fue capaz de volver a unir a ambos países en un momento en que nos mirábamos de reojo”, dijo Fernández antes de entregarle a Mujica la máxima condecoración que entrega el país.
El discurso completo de Mujica
No soy afecto al protocolo, a las ceremonias. Porque no soy otra cosa que un paisano con unas cuantas lecturas. Y me abruma. Las tradiciones de esta casa, los contenidos que tiene. Sé que los seres humanos, desde tiempos inmemoriales, necesitamos reliquias, símbolos, que traten de resumir nuestros sentires. Inventamos las banderas, signos de todo tipo. Así somos los sapiens.
En realidad, mi amigo, le anduve disparando un año y medio por lo menos, sacando el bulto. Se atravesó esta pandemia. Y estoy veterano. Pero no quiero darle chance a la muerte. Ella vendrá a buscarme un día de estos, pero yo no le voy a facilitar el juego. Porque con todos sus avatares, la vida es hermosa y hay que tener conciencia de que se no está yendo. Probablemente venimos de la nada y a la nada volvemos.
Y por eso, respeto a todos los humanos que tienen definiciones religiosas porque las viejas preguntas, como cuál es el sentido de la vida o donde empieza y dónde termina, son eternas y permanentes. Y estamos programados para luchar por la vida. Pero como es algo cotidiano, nos levantamos y nos acostamos y estamos vivos. No le damos valor a ese único milagro que hay para cada uno de nosotros, que es haber nacido, tener la aventura de consumirse en el tiempo, como una brizna de hierbas, como una luz que se prende y que se apaga.
Por eso, los humanos construimos un montón de ínfulas, monumentos fenomenales, tumbas. Los edificios más maravillosos que ha hecho el hombre, fueron como escapándole a la muerte, queriendo dejar algo. Monumentos, tumbas, reliquias. Esa trampa del amor a la vida con la que estamos programados nos lleva a hacer toda clase de fenomenales pantomimas que construyeron buena parte de la cultura, el arte y las tradiciones de la sociedad.
Y entonces, yo paisano, que soy una especie de neoestoico en un tiempo que no es para el estoicismo, voy a contrapelo de todo, entonces soy un bicho raro. Porque mi filosofía está desarrollada en la soledad y pienso como los aimaras, pobre es el que no tiene comunidad, el humano que no tiene compañeros y compañeras. El que puede vivir dentro de la multitud, pero está gruñido de soledad, porque los humanos somos gregarios.
Tenía un compromiso con el amigo (Alberto Fernández), que me había dicho de esto. Y estoy preocupado porque la relación de la Argentina con el Uruguay, porque soy viejo y aprendí alguna cosa. Y cuando a la Argentina le va bien, al Uruguay le va bien y al revés también.
Hace muchos años una compatriota que vivía acá me dijo: mi patria está donde comen mis hijos. Cuántos compatriotas míos han pasado por estas calles y han hecho de la Argentina parte de sus vidas.
Y sé que no somos hermanos, somos algo más que hermanos. Nacimos en la misma placenta. Un parto doloroso de descuaje de una nación. Y su historia está ahí. Y sé que el río que separa también une. Y sé que vivimos en una América balcanizada y que somos una hoja al viento en un mundo que se está construyendo alrededor de gigantescas unidades.
Y yo soy un viejo en retirada. Pero que tuvo la precaución de abrir la cancha para que quede gente, luchando por algo que va a ser eterno porque los humano nunca conquistamos cosas definitivas, sino apenas subimos escalones transitorios. Y la vida es corta, y se va… Y hay que preocuparse de que las nuevas generaciones levanten viejas reliquias y banderas y que tengan el coraje de cometer sus errores, no los nuestros. Y esa parte, por lo menos, está en parte cumplida.
Pero igual no tengo ganas de morirme, ninguna. Porque me gusta el vino tinto y desconfío que del otro lado no voy a poder tomar vino tinto. Y me gustan otras pequeñas grandes cosas.
No es poca cosa tener de amigo de a un presidente de la República Argentina. Que parece un pastor de ovejas y conductor de rebaño de leones, todo a la vez. Le toca timonear el barco en tiempos muy difíciles, pero quiero a la Argentina, quiero a América Latina, y estaré del lado permanente de aquellos que con aciertos y errores ponen toda la carne en la parrilla por un sueño de que en estas playas haya un poco más de justicia social, y de menos diferencias entre los iguales.
Por eso, mi agradecimiento a esto, que es un reconocimiento de fraternidad. Un hasta siempre. Mientras me quede alientos, con las causas más nobles de nuestros pueblos y con una prerrogativa adentro de mi alma: argentinos, por favor, quiéranse un poco más. Discrepen todo lo que quieran, pero construyan, luchen por un nosotros. Son parte vital de nuestra América Latina. Y tienen que tener conciencia del mundo que se nos viene encima.
Ese mundo que va a determinar que lo que se va a llamar proletariado dentro de veinte o treinta años son los que están entrando a la universidad hoy. Y que no solo el capital decide en la historia, sino que empieza a decidir cada día más el conocimiento. Y tenemos que gastar una fortuna en las cabezas de nuestros muchachos y nuestras muchachas. Porque sino en América Latina vamos a componer el continente de humanidad intrascendente. Con semejante desafío por delante, pro los que van a venir, quiéranse un poco más queridos argentinos. Y tengan un abrazo desde la otra orilla. Este reconocimiento no es para este viejo, es del pueblo argentino a mi pueblo. Y gracias.