Es el último día del segundo mes del año y es domingo.
Parece un buen momento para hablar del tiempo.
Del tiempo como manera de medir la vida y como remedio.
Pasaron 59 días desde que alzaste tu copa para recibir al 2021.
Puede que nada haya cambiado desde entonces o, tal vez, tu vida haya dado un cambio por completo.
Sea como sea, febrero se va y marzo está esperando en la puerta para entrar.
Es curioso porque, de a ratos, seguro te parás a pensar en que hay ciertas cosas que jamás van a pasar; heridas y dolores que no crees que puedan sanar; situaciones que no te parece posible superar.
Y de pronto, 59 días pasaron en lo que pareció un abrir y cerrar de ojos.
Es normal ver a la gente usar relojes y calendarios.
Organizar días por tiempo y horarios.
Como si realmente alguien pudiera su controlar el paso del tiempo.
Como si de verdad planificar sirviera para evitar que las cosas pasen y ya.
Alto, esto no quiere decir que haya que ser desorganizado.
Claro que el orden es necesario.
El problema es cuando se planifica intentando controlar lo incontrolable.
Porque, por muy grandes que sean los relojes que se cuelguen, no hay manera de frenarlo.
Y por mucho que se llenen las agendas y calendarios, no hay forma de evitar que suceda lo impensado.
Te lo digo, las personas medimos todo en tiempo.
En edades, en planes, en cronogramas y en eventos.
La vida dividida en momentos.
Que a tal edad hay que lograr tal cosa o tal otra.
Estar tarde o avanzado.
La frustración que se siente al no poder conseguirlo.
El sentirse a destiempo.
Lo más terrible es que, a pesar de ponerle tiempo a todo, pocos son capaces de darse cuenta de que es lo único que no tenemos.
Y tal vez si no planificáramos tanto;
Si aprendiéramos realmente que no es un día más sino uno menos;
Todo sería un poco más simple y diferente.
Puede que entonces entenderíamos que por una razón muy importante a este momento se le llama “presente”.
Y que tenemos que aprovecharlo porque puede que mañana ya todo se vuelva diferente.
Buen domingo