Siempre se ha discutido y la doctrina no es pacífica cuando hablamos de del deporte del fútbol sobre su naturaleza social. Posturas que enuncian a favor de considerarlo un juego, en otros casos un deporte y algunos hasta en la osadía de entender esto como un elemento propagandístico e inclusive hasta un opio.
Lo cierto es hay sectores enormes que sin embargo dan rienda al apasionamiento visceral y quizás otro entendiéndolo como un amor impropio; al menos algo así en esta simplificación ensayística de una comprensión del fenómeno.
Pero más allá de eso, la historia suele ofrecer argumentos para cada una de las posiciones, con recuerdos y anécdotas que son realmente nutritivas. En este caso, quien suscribe adhiere despojado de culpas a la tesis de los amantes, aun al necesario coste del ocasional paroxismo.
Quizás parte del secreto de los amantes radique justamente en eso, en la historia clandestina o en la situación hermética. Pero hablamos de fútbol y también en este caso, cuando sucede resulta siempre necesario que nuestro reloj de sol acuda, no a los fines de tomar parte sino de impedir que la llegada del ocaso arrastre consigo historias y relatos que conforman la esencia de las cosas.
La fuerza es el derecho de las bestias
En el año 1941 el nazismo había adquirido la mayor parte de sus atrocidades y entre ellas la invasión de los territorios soviéticos. El frío se conjugaba con la maldad y la barbarie llevando tristeza y destrucción a los pueblos, a los ciudadanos de a pie, a los mismos de siempre.
Y los mismos de siempre, allí en Ucrania, eran los vecinos y colegas que jugaban en los dos grandes clubes potencia de la ciudad: el Dínamo de Kiev y el Lokomotiv Kiev. Cualquier semejanza con las denominaciones actuales es cierta.
La desesperanza de la guerra no tiene fronteras de ninguna especie. La mayoría de los jugadores fueron llevados al frente, los demás destinados a tareas forzadas comunitarias y la competencia había sido suspendida por los alemanes para evitar aglomeraciones de públicos.
¿Qué podía hacer un futbolista en su plenitud pero desocupado, allá en 1942, en Ucrania? Lo que pudieran…uno de ellos era barrendero, el otro trabajaba en una panadería, alguno por allí vendía carbón.
Nada puede detener la primavera, aún so pretexto de cortar todas las flores. Quizás por eso, tal vez por amistad o quien sabe que causa lo habrá impulsado lo cierto es que Nykola Trusevych (el arquero del Dynamo) encontró la chispa de la motivación que le implantó el deseo: jugar al fútbol.
Crecer entre las ruinas Entre los escombros, los residuos y las penas Nikola fue buscando a sus antiguos compañeros. Como fueran y en el estado en que se encontraban fueron apareciendo sucios, malcomidos y demacrados. Golpeados, dolidos y humillados. Apagados, tristes, Sin embargo, no estaban vencidos. Recuerdo ahora los cuadros de Quinquela Martin donde los obreros del puerto siempre están con la espalda doblada del esfuerzo pero nunca doblegados…bueno, algo así eran aquellos panaderos, carboneros, barrenderos ex jugadores en estado de guerra.
Con el auspicio de la panadería donde trabajaba Nikola armaron el equipo. El auspicio y patrocinio era bien claro: un kilo de pan para los once, los delantales de la panadería y las botas que se durante el amasado.
No quedaban equipos o clubes en el resto del territorio soviético. Solamente los soldados de las diferentes fuerzas de la ocupación estaban en condiciones de presentar una fuerza deportiva organizada y en condiciones, y así fue.
El cuadro de los obreros llevaría como nombre FC Start, quizás como un anhelo, quizás como un camino. Y los trabajadores sobrevivientes que lo integraban tenían nombres complejos y pretéritos…la complejidad del idioma podemos subsanarla, el olvido de los años es una tarea para el reloj de sol.
El FC Start formaba con Nykola Trusevych, Mikhail Svyridovskiy, Nikolai Korotkykh, Oleksiy Klimenko, Fedir Tyutchev, Mikhail Putistin, Ivan Kuzmenko y Makar Goncharenko, Vladimir Balakin, Vasil Sukharev y Mikhail Mielnizhuk. Estos nombres tienen el indeseado privilegio de la asiduidad en los libros de deportes y en los registros de guerra.
La gran campaña.
Estos hombres llevaron adelante una serie de partidos contra diferentes guarniciones militares. No hay registros escritos, tampoco estadísticas oficiales ni recuentos numéricos. Porque era la Segunda Guerra Mundial y no un campeonato de fútbol...por eso.
Sin embargo, la tradición oral y el esfuerzo de las sombras del tiempo que marca el reloj de sol permite algunas referencias: ganaron todos los partidos a la guarnición húngara (6 a 2); a la rumana (11 a 0), a los trabajadores del ferrocarril (9 a 1), a una escuadra alemana (6 a 0), al MSG de Hungría dos veces (5 a 1 y 3 a 2) y al Flakelf alemán (5 a 1). Los afanosos de la historia deportiva entenderán este epíteto: La máquina.
Este último resultado vendría a ser para las tropas de ocupación nazi una especie de afrenta. Una humillación desgarbada de sujetos esqueléticos, deshidratados y olientes a trigo, con el cabello teñido de harina y los dientes extraviados en la inanición que durante dos tiempos de 45 minutos simplemente jugaban a ser dioses del Olimpo. O a ser dioses, o simplemente jugar.
El Partido Final El Flakelf pidió la revancha. Casi una sentencia de muerte si tenemos en cuenta que este equipo estaba formado por tropas regulares de la Lutwaffe (la fuerza aérea alemana). Con sus vítores, imponencia física, preparación mental y un réferi que pertenecía a la misma aviación se presentaron a jugar el partido de desquite.
¿Qué puede pasar por la mente de una persona en esos momentos? ¿Cuánto valor es necesario para sobrellevar la inminencia de la muerte? ¿Es posible bailar en el cadalso? Dicen (aquí los datos se esparcen) que el duelo de la panadería les sugirió ni jugar, y que el resto de los sobrevivientes ucranianos les pedían que prese4rvaran sus vidas.
Pero el amor es así. O el fútbol también. Porque el día 9 de agosto en el estadio Zenit salieron a la cancha los dos equipos. El Flakelf impecable y arrogante, haciendo movimientos precompetitivos; el FC Start con los botines de trabajo rotos, los mamelucos recortados a la altura de las rodillas y unos guardapolvos arrollados en la cintura. Una justa dispar, desigual y despareja…casi como en tiempos contemporáneos.
El equipo alemán no escatimó recursos propios de la venganza y no del juego: patadas, golpes, codazos. Arbitrariedades, mentiras, engaños y estratagemas dolosas. Pero al terminar el primer tiempo el FC Start ganaba 3 a 1.
En el entretiempo, la jerarquía nazi se hizo presente en el vestuario donde los trabajadores se curaban las heridas de las patadas y los golpes. Fueron más que claros en el imperativo: ganar es morir. Y se fueron a las tribunas.
Las tribulaciones de los jugadores panaderos, barrenderos y carboneros solo se develarían en la cancha. ¿Quién podría culparlos, si apenas habían sobrevivido a las matanzas? ¿Vender sus vidas solo por nada? ¿Dejarse matar por una revancha sin ningún valor? Creo que todos seriamos conscientes si esos muchachos se iban a sus casas, porque al otro día había que amasar pan nuevamente.
Salieron a la cancha. Los alemanes rápidamente empataron el partido. Parecia todo dicho hasta que la magia impertinente de una gambeta o el alfilerazo letal de un tiro libre hacen la diferencia. No hay caso…nadie puede distinguir entre un juego o una pasión.
El FC Start ganaba 5 a 3. En el tramo final y cuando las tribunas alemanas estaban mudas un tal Klimenko paro la pelota en su área. Fue llevándola despacio eludiendo alemanes, uno a uno. Saltando patadas, esquivando rodillazos, oponiendo el cuerpo. Cuando llego frente al arquero de los aviadores lo esquivó con una gambeta de la cual nunca habrá fotos. Solo, frente al arco indefenso, casi debajo de los palos vencidos giró un cuarto su cadera. Y pateo la pelota a la tribuna, bien lejos, donde la miseria de los seres humanos no tiene más incumbencia.
El partido termino con los miembros de la Lutwaffe humillados y perdidosos. Y los ucranianos asustados a pesar del triunfo.
Hace muchos años una película llamada Escape a la Victoria recrea en parte esta partido que describimos. El final es de película porque se salvan todos, triunfantes, alegres y con mucha música. En la película actuaban Ardiles y Pelé, para darle cierta espectacularidad a la magia.
En cambio, los miembros del FC Sart tuvieron otro final. La mayoría de los jugadores fue secuestrada por las fuerzas nazis y murieron en sesiones de tortura. Otros sobrevivieron a eso, pero loes cortaron los dedos de los pies o los dejaron rengos. Eso también es miseria, eso también es venganza.
Solo dos hombres de aquellos muchachos capaces de jugar teñidos de harina y de patear la pelota hasta el cielo fueron supérstites de la guerra: Goncharenko y Sviridovsky.
Sus nombres son difíciles de recordar. Pero en Ucrania (que no clasificó al Mundial) un monumento recuerda esta proeza para siempre, a cada instante y como una forma de inclinar las divididas opiniones entre aquellos que aman y los que no.
Por Carlos Saboldelli