Julio Ruggiero había terminado el servicio militar un año antes de la guerra de Malvinas y ya había planificado proyectos en Santa Clara del Mar, pero cuando estalló el conflicto bélico fue reclutado y le cambió la vida para siempre. Perdió una pierna, conoció a su actual esposa en un hospital, sus hijos pertenecen a las fuerzas armadas y la menor se llama “Malvina Soledad”; ahora logró ser concejal en Mar Chiquita y su historia sigue conmoviendo.
Antes de ir a Malvinas estudiaba y trabajaba a la vez en ebanistería, le tocó realizar el servicio militar en el año 1981, en marzo del año siguiente le dieron la baja por cumplido el servicio militar y regresó a su casa. Desde 1971 viajaba permanentemente a Santa Clara y tenía planificado instalarse en la localidad balnearia para abrir su carpintería, pero aquel 2 de abril estalló la guerra que cambiaría el destino de su vida y de todos los argentinos.
Llegó el telegrama y Julio se tuvo que presentar a defender su patria
“Yo ya era un civil prácticamente y me convocaron mediante un telegrama que decía que debía presentarme en la unidad en donde serví durante el año de servicio militar, el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 con asiento en La Tablada (La Matanza). Me presenté el día 6 a la mañana, me volvieron a cortar el pelo, estuvimos dos días preparándonos y el día 8 partimos. Estuvimos una noche en El Palomar esperando el avión, llegamos el 9 a Malvinas, hicimos escala en Río Gallegos donde nos alimentamos y cambiamos de avión”, comenzó relatando Julio en dialogo con Vía Mar del Plata.
Y continuó: “Recuerdo que llegamos, nos miramos entre nosotros y yo muy feliz no estaba por el motivo de que yo soy hijo de inmigrantes italianos que sufrieron la guerra en Europa; siempre mi padre en la mesa comentaba todo lo que se vivió en la guerra, que realmente se sufre mucho”.
Los primeros días estuvieron en Puerto Argentino recibiendo a otras unidades, descargando municiones y cinco días después partieron hacia una zona cercana donde empezaron a armar posiciones. “Nos instalamos ahí como colimba y ya dado de baja costaba mucho integrarme nuevamente a la disciplina, pero no quedó otra que prepararnos para la guerra: no teníamos mucha experiencia, los que estaban preparados para la guerra eran los militares, nosotros ‘los colimbas’ hacíamos más trabajo de mantenimiento en los cuarteles que de instrucción”, afirmó.
“Hacíamos guardia durante el mes de abril y ya para el 25 o 26 de ese mes las cosas estaban complicadas, no llegaba el alimento, empezamos a sufrir el frío y la poca alimentación. Comíamos una vez al día, dependíamos de otras unidades como el Regimiento de Infantería 25 que habían llegado el día del desembarco y tenían cocina; comíamos la ración ya fría y a veces nuestros propios compañeros se comían lo mejor y nos llegaba un caldo con poco fideo, pero teníamos que estar ahí para defender y esperar que empiece la guerra”, destacó el excombatiente.
Al recordar esos días, Julio revivió el temor que se sentía en las trincheras: “Estábamos todos con miedo porque no sabíamos qué es lo que iba a pasar y el miedo en una guerra se siente más de lo normal”.
El Bautismo de fuego: bombardeos por horas
“El 1° de mayo nos cambiamos de posición, fue el bautismo de fuego de la armada (tanto la argentina como la británica) fue un intenso bombardeo de horas contra nuestras posiciones. Ellos tenían muy buena información de cada una de nuestras posiciones, no nos podíamos mover de los pozos porque si te asomabas corrías peligro de que te maten”, sostuvo Ruggiero.
Y enfatizó: “Empezamos a sentir miedo, había cambiado el estilo de guerra porque al enemigo se le sumó la logística, el frío, la ropa húmeda durante todo el día, no poder comer bien. Teníamos que hacer kilómetros hacia el pueblo y buscar alguna casa abandonada para conseguir cosas para comer”.
En busca de comida, vivió un episodio que le cambió la vida
“Nos tocó realizar un reconocimiento en la costa, éramos un grupo de 8, salimos a la mañana y volvíamos cuando estaba oscureciendo, comenzamos a correr porque sonaban las alarmas de alerta roja, nunca supe por qué estaban bombardeando y tampoco supe jamás si pisé una mina que estaba colocada en el camino o fue una esquirla de bomba que cayó muy cerca. Sentí un impacto muy fuerte y caí aturdido”, rememoró.
Y añadió: “Arriba mío cayó el cabo primero y otro pibe que también estaba muy herido. El otro grupo que estaba con nosotros se fue corriendo pensando que estábamos muertos; el cabo y yo quedamos tirados ahí y cuando me miré no tenía la pierna y mi compañero tenía la cara destrozada. Él se guiaba de lo que yo veía y nos quedamos ahí calmándonos”.
“Yo me hice el torniquete, él se sacó la camisa y se envolvió la cabeza porque había quedado con la cara desfigurada. Intenté caminar, pero no podía, me había hecho el torniquete, pero me faltaba experiencia, salía mucha sangre y me estaba desvaneciendo. Yo le pedía al cabo primero que le avisara a mi familia y él me decía lo mismo a mí y nos dábamos fuerza para sobrevivir”, expresó Julio en el relato de lo que fue la peor experiencia de su vida.
“No era nuestro momento para morir, Dios nos iluminó y justo regresaba un grupo de soldados por ese camino, iban a buscar la comida y dejaron todo: a mí me cargaron a upa entre dos y el Cabo Primero -que podía caminar- lo llevaron también”, aseveró.
“Uno de los chicos que me levantó y me llevó, nunca me olvidé su cara y me lo encontré después de muchos años, se llama Marcelo Di Perna, vivía en Matanza y se vino a vivir a Mar del Plata; después de muchos años nos encontramos y me dijo que él se acordaba de haberme levantado en Malvinas. Yo le había pedido a él que me deje ahí o me matara porque no quería volver sin la pierna”, manifestó.
De casi perder la vida dos veces a conocer al amor de su vida en el hospital
“El día 26 me llevaron al Hospital de Malvinas, en el quirófano había cuatro médicos y todos estaban operando, había otra gente con amputaciones. Nos cargaron a un avión Hércules C-130, que abajo tenía pintada la cruz roja. Fue terrible, estaba lleno de heridos, había más de 70 personas en camillas colgantes, a mí y a otros pibes nos dejaron el piso en unas camillas en donde tenía suero y sangre a la vez, no había una asistencia médica arriba del avión porque era un traslado de heridos”, sostuvo.
Asimismo, destacó el drama que vivieron al partir de la isla: “El avión despegó de Malvinas y apenas levantó vuelo nos tiraron con calibres pequeños para derribarlo, tuvo que hacer maniobras el piloto de la fuerza aérea, el avión levantó vuelo y volvió a bajar para evadir los radares y siguió casi al nivel del agua hasta Comodoro Rivadavia. Estuvimos dando vueltas casi dos horas para poder aterrizar”.
“Había un hospital de campaña en el aeropuerto de Comodoro, nos asistieron y una enfermera me dijo: ‘Qué lindos ojos que tenés gringo, ¿tenés ganas de comer algo?’ No me olvido más de ese pebete de jamón y queso y la lata de gaseosa. Venía prácticamente anestesiado y la enfermera se dio cuenta que no debió haberme dado de comer por la anestesia y le dije que no se fije y me vuelva a dar de comer, le pedí otros dos sanguches más. Me cortaron la ropa sucia, la ropa estaba podrida de tanta humedad y me lavaron”, declaró.
También explicó que “los médicos me volvieron a operar, me armaron todo el muñón porque en Malvinas no me suturaron, me pusieron unos ganchos para sostener la unión de la piel y la carne. Me sacaron las esquirlas y ahí me reencontré con muchos compañeros que estaban internados. A la semana me volvieron a operar el muñón porque se había infectado. Me contacté con mis padres y les pedí que no viajaran a Comodoro y no les conté lo que me había sucedido porque no tenía las fuerzas para decírselo, me sentía culpable de todo. Todos los días me preguntaban qué decirles porque querían saber, yo quería que lo sepan por mí y personalmente”.
Con la voz quebrada, Julio enfatizó: “Cuando le conté a mis viejos se partieron al medio, no lo podían creer. Nuevamente me operaron por otra infección en el Hospital de Campo de Mayo de Buenos Aires. Ese año llegó un grupo de enfermeras que habían entrado ese año en la escuela del Ejercito, cuando estalló la guerra las mandaron a trabajar al hospital militar, fue la primera promoción de mujeres del Ejército argentino”.
“La guerra trajo cosas buenas: en el hospital conocí a mi señora, era una de las chicas de 17 años que estaba estudiando enfermería y trabajó ahí. Cuando me dieron el alta nos pusimos de novios, yo andaba sin pierna porque no tenía la prótesis (tenía que esperar a que me la hicieran) estaba rengo y ella me aceptó como estaba. Es una mujer maravillosa, hace 40 años que la conozco”, sostuvo.
“Es una historia inolvidable; con el apoyo de mi señora y toda mi familia pude salir adelante. Muchos compañeros míos no tuvieron la suerte de tener a alguien al lado que los escuche, tuve un buen pilar pero no todos los veteranos tuvieron, los primero cinco años se suicidaron muchos por falta de apoyo y ausencia del Estado”, sintetizó.
Por último remarcó que “el Estado nunca se hizo cargo de lo que fue Malvinas, siempre trataron de olvidarse y acordarse solo el 2 de abril” y agregó: “Dios me dio la fuerza de armar una hermosa familia, tengo tres hijos maravillosos. Siempre estuve en desacuerdo, no quería que ellos se relacionen con la milicia, pero creo que sale por vocación: dos son militares y uno policía, tengo cuatro nietos”.
Uno de sus hijos es policía en Mar Chiquita, su otro hijo es oficial y piloto del Ejercito y su hija más chica tiene 34 años, se llama Malvina Soledad, es militar y siguió los pasos de su madre, también es enfermera. Hoy Julio se instaló en La Caleta, partido de Mar Chiquita y es concejal de ese municipio.
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