Luego de un año complejo de gobierno, signado por una pandemia mortal con efectos económicos devastadores, con el sistema de salud en jaque, con las aulas de toda la Argentina cerradas todo el ciclo lectivo, con un frente opositor integrado por partidos políticos que apoyan el individualismo y la meritocracia como llave para el progreso de la sociedad en su conjunto, con jueces funcionales al poder real y medios de comunicación hegemónicos con características desestabilizantes, resulta pertinente contextualizar ciertas limitaciones en el despliegue de la gestión de nuestro Presidente.
Sin embargo, hay un lineamiento programático que el Frente de Todos nos prometió antes de las elecciones de 2019, que no debería verse afectado por la coyuntura: “Volvimos para ser mejores”. Muchos de los que apoyamos con el voto confiando en esta declaración de principios del candidato no podemos hacer un juicio de valor de cómo se desarrolla esta máxima, aunque en términos generales, sí se verifica claramente el cumplimiento de otros ejes de la gestión, como por ejemplo la instrumentación de políticas solidarias, que incluyen y acompañan a los ciudadanos que lo necesitan.
Analizar el panorama general del “Volvimos para ser mejores” para los que estamos fuera de la política partidaria es muy difícil debido a que no existe en la Argentina información objetiva desde hace muchos años.
Uno de los aspectos que involucró este “Volvimos para ser mejores”, al menos como lo interpretó una parte del electorado, fue la esperanza de que no se repitieran hechos relacionados con la corrupción de los funcionarios públicos, a los que lamentablemente estamos casi acostumbrados desde que nació la Argentina. O bien que, si se producían dado que nadie puede controlar todos los niveles de la Administración, se castigaran.
A medida que uno se concentra en su territorio y en su ámbito de conocimiento, resulta mucho más sencillo evaluar si “Volvimos para ser mejores” fue sólo un slogan como “Pobreza cero” o realmente pretende ser un camino que recorrer con todos.
En estos días es noticia la conformación del Frente de Todos Universitario, que nuclea a docentes, investigadores, becarios, no docentes, trabajadores, graduados y estudiantes universitarios peronistas de Argentina.
El pasado 20 de noviembre se realizó el encuentro nacional del que participaron referentes de 60 Universidades Nacionales de gestión pública. Una de las figuras que acompañó este acto político fue el jefe de Gabinete de Ministros de la Presidencia de la Nación, Juan Pablo Cafiero. Sus palabras fueron “Tenemos que rescatar la idea de unidad, la unidad es nuestra fortaleza, nuestros enemigos perciben que la unidad es nuestra fortaleza, por eso atacan nuestra unidad”, tal lo publica Radio Universidad Nacional de Jujuy en http://unjuradio.com.
La palabra enemigo -cuyo significado es “Dicho de una persona o de un país: Contrarios en una guerra”- para referirse a ciudadanos y ciudadanas con diferentes miradas o intereses políticos, en la voz de un funcionario público de la más alta responsabilidad política en el país no es menor. Y no se trata de expresiones vertidas en una Unidad Básica, donde la pasión puede llevar a emplear términos de este tipo. Se trata de un discurso pronunciado en una reunión de dirigentes y actores universitarios unidos por un ideal.
Entonces corresponde analizar cómo el Frente de Todos encara su inserción en las Universidades Nacionales. ¿Un debate de ideas o estableciendo enemigos? Y aquí viene un segundo análisis. Entiendo que todo militante tiene el derecho de, en el ámbito partidario, aceptar los debates o no. Y, más aun, no me corresponde opinar si un partido político se basa en identificar enemigos o en construir en conjunto. Lo que requiere una consideración especial es que el Frente de Todos Universitario, el que identifica enemigos, se construye desde las estructuras universitarias que se sostienen con fondos del Estado Nacional. Y usar las instituciones del Estado para el beneficio personal, sectorial o partidario es corrupción, sin ningún tipo de dudas.
Un ejemplo es el caso jujeño. Se está disputando una interna en el Partido Justicialista de Jujuy, que viene de una historia de desencuentros importantes, en donde cada uno de los sectores defiende la unidad, lo cual es destacable. El pasado viernes 13 de noviembre algunos dirigentes de esta mesa de rencuentro peronista impresionaron con su capital de campaña. Tal vez los que sobresalen son los dueños de los dos multimedios de más alto impacto local y regional. Más allá de cualquier juicio de valor, se trata de empresarios que ponen en juego su capital personal o societario en pos de los próximos triunfos electorales del partido al que pertenecen. Los afiliados primero en las internas y luego los ciudadanos en las elecciones generales, tendremos la palabra como corresponde al ejercicio democrático.
Distinto es el caso de uno de los participantes de la reunión, que en el tablero del “todos ponen” se presenta con el respaldo del escudo de una institución como la Universidad Nacional de Jujuy, a la que tiene la responsabilidad de conducir para todos sus integrantes, incluso para los que no apoyamos el proyecto de Universidad que se pretende imponer desde los escritorios del poder. La Universidad somos las personas. Sus fundadores de 1972, sus alumnos, graduados, docentes y no docentes del pasado, del presente y del futuro, a los que no se nos debería poner como moneda de cambio en las internas partidarias.
Cabría preguntarse por qué los universitarios militantes de otras fuerzas políticas partidarias acompañan con el silencio este hecho singular y no se expresan públicamente sobre la diversidad de pensamientos que existe en toda institución educativa y democrática. Sin embargo, en la campaña electoral rumbo a las elecciones de consejeros académicos y superiores previstas para los primeros días de diciembre, de este tema no se habla.
Y tal vez la respuesta, como siempre, está en la historia. El Peronismo se caracterizó por ser un movimiento que congrega distintas corrientes de pensamiento. El comisario José López Rega fue un político peronista, policía y escritor argentino, conocido por “su influencia” sobre Juan Domingo Perón y María Estela Martínez de Perón en los ’70 y por haber organizado desde el cargo de Ministro de Bienestar Social la Triple A, grupo que persiguió a los que la Alianza Anticomunista Argentina consideraba apartados del peronismo. Es decir, creía fervientemente en un Peronismo con pensamiento único, en el que la diversidad debía ser aniquilada, tal como lo decretó la presidenta Isabel Martínez. Así nos fue después a muchos argentinos.
Actualmente “la persona de influencia” del Rector de la Universidad Nacional de Jujuy representa un pensamiento similar a la del Comisario: callar voces amenazando, persiguiendo, sumariando, agrediendo, aniquilando. Muchas personas le temen y hacen bien en hacerlo si su prioridad es conservar sus puestos de trabajo.
Desde la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Jujuy nos hemos ocupado de señalar estas cuestiones. Planteamos desde hace un poco más de seis años un proyecto de Universidad inclusiva, de calidad, vinculada a la actividad social y productiva, con compromiso hacia la comunidad que nos sostiene y trabajando codo a codo con todas las áreas de los Estados Municipales, Provinciales y Nacionales que nos inviten a hacerlo. Entendemos que estos lineamientos no son patrimonio de un único partido político y que, en consecuencia, la Universidad en su conjunto no se debería embanderar con ninguno de ellos.
En particular en la Argentina no está aún claro cómo los partidos políticos históricos concretan en la acción las respectivas doctrinas. Para los ciudadanos que no militamos en ninguno de los espacios partidarios resulta complejo determinar si el peronismo, además del de Perón, es el de López Rega y de Oscar Ivanissevich, es el de Menen y Cavallo, el del Dr. Kirchner con el renacer de la política que salvó a sus colegas del “que se vayan todos”, el de la Dra. Fernández que enfrentó con valentía los ataques de la patria financiera pero no pudo evitar bolsones de corrupción importantes entre sus funcionarios o, actualmente, el del Dr. Fernández que conduce el país intentando mantener un equilibrio quebradizo.
En el caso del radicalismo, tampoco es sencilla una definición de su conducta política a través del tiempo. ¿Es el del Dr. Frondizi y su modelo desarrollista, el de la austeridad y la transparencia del Dr. Illia, el del humanismo y la social democracia del Dr. Alfonsín o el radicalismo neoliberal del Dr. De la Rua, Domingo Cavallo y Patricia Bullrich?
No es conveniente abrir juicios de valor y se debe respetar la voluntad de las mayorías, lo cual es sumamente necesario. Lo que resulta complicado es atar el destino de una Universidad Pública al de alguna de las fuerzas políticas partidarias ciclotímicas que comparten el poder en la Argentina.
Si el destino de la Universidad Nacional de Jujuy en el Siglo XXI es ser una herramienta partidaria, será así, ya que cada uno de los alumnos, docentes, no docentes y egresados que votamos tenemos esa gran posibilidad, la de elegir nuestras propias autoridades y la obligación de hacernos cargo de las consecuencias de esta elección.
Sí queda claro que, para enrolar una Universidad a un partido político, el Estado gasta fortunas en facilitar la estructura y el presupuesto de todos en beneficio de algunos.
Nuestro presidente Alberto Fernández es docente en la Universidad de Buenos Aires. Sería muy bueno para nuestro proyecto de país que, así como el Dr. Fernández se ocupa de temas tan complejos como la economía, la salud, la paridad de género, la seguridad y la educación entre otros, se tome un tiempo para analizar los agujeros negros de corrupción que tiene en la dirigencia del Frente de Todos en el ámbito universitario, ya que ninguno de nuestros problemas se resolverá mientras sigamos destinando el equivalente a un Presupuesto Nacional anual en Educación al enriquecimiento o el beneficio particular de unos cuantos funcionarios corruptos.
(*) Decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Jujuy