La hermosa casona de doña Francisca Bazán de Laguna, con su fachada de columnas salomónicas que tanto nos costaban dibujar en la escuela, simboliza como ninguna otra imagen la idea de la Independencia nacional. El recuerdo popular de este hecho, detalles más o detalles menos, se completa con los congresales, elegantes señores de levita y galera que llegaban a San Miguel de Tucumán desde lugares muy lejanos, para decidir que se cortaba el cordón umbilical con la vieja España y había nacido una nueva nación en el concierto mundial.
Una mirada más profunda de aquel momento de nuestro pasado, nos obliga, sin embargo, a reconocer al menos dos dimensiones en la cuestión: por un lado, la independencia declarativa –aquella determinación explicitada en Tucumán que fue relevante para el desarrollo del programa emancipador de las Provincias Unidas del Río de la Plata al recuperarlo de claudicaciones de la política- y otra que si bien transitó por las decisiones políticas como la primera, no se construyó en los papeles, sino en la "carne" de los pueblos y tampoco fue un día sino que llevó quince años.
Sin el menor ánimo de minimizar el valor del 9 de julio de 1816, fecha que llevamos los argentinos en nuestro ADN, debe advertirse que la declaración de Independencia llega a poco más de un año que la elite que gobernaba desde Buenos Aires, bajo la dictadura de Alvear, maquinara convertir a las Provincias Unidas en un protectorado de la colonia británica, luego de fracasar el proyecto de regresar a la sombra del rey Fernando VII.
Finalmente semejante claudicación, que alguna historiografía justifica señalando la restauración de las monarquías absolutistas en Europa luego de la caída de Napoleón, rodaría junto con Alvear en abril de 1815, al mismo tiempo que, muy lejos de ese escenario, los gauchos jujeños y salteños comandados por Martín Miguel de Güemes lograban un gran triunfo sobre fuerzas realistas en el ignoto caserío de Puesto del Marqués.
Pasaba que las maquinaciones alvearistas para regresar al dominio español o convertir a las provincias del Río de la Plata en un protectorado inglés, tenían adeptos entre algunos jefes del ejército patriota y una serie de extraños episodios ponían de manifiesto connivencias con el enemigo que Güemes y su gente, demostrando una autentica vocación por la independencia, deshicieron de un duro golpe en aquel combate.
Son muy sugestivas estas líneas escritas por Güemes, destacando el triunfo de sus hombres en una carta al director interino Álvarez Thomas: "Aquí, en esta provincia de Salta, tiene V.E. cuatro a cinco mil campeones abrazados con el sagrado fuego de la libertad de la patria, y altamente entusiasmados con el patriotismo más puro e incorruptible […]".
Nos detuvimos en este episodio de Puesto del Marqués porque se trata de un antecedente muy importante que demuestra, entre otras cosas, esa bipolaridad recurrente en la historia argentina entre las decisiones que se toma en los cenáculos de poder de Buenos Aires y las que adoptan los líderes locales del interior profundo, con el acompañamiento de sus pueblos y en el escenario principal donde se define la historia.
Pero Puesto del Marqués no es el único ejemplo de independencias emergidas no de los papeles sino de la "carne" de los pueblos. Hay muchísimos ejemplos pero basta con recordar que hasta el año 1816, los jujeños ya habían sufrido las invasiones realistas de Pío Tristán y Joaquín de la Pezuela; y al comenzar 1815 otra vez soportaban en la Puna las avanzadas de fuerzas virreinales.
Se habían producido dos éxodos y les esperaba lo peor: la "Gran Invasión" de 1817 que dejó a su paso la mayor destrucción de la que se tuvo noticia en la Guerra de la Independencia.
A fines del 16, en Yavi caía fusilado el capitán indígena Diego Cala y eran tomados prisioneros decenas de hombres y mujeres patriotas, algunos de los cuales terminaron degollados en la plaza de Potosí o el coronel Juan José Fernández Campero, apresado en esa misma jornada, que murió en Jamaica cuando lo llevaban a España para juzgarlo por traición al rey.
Un dato curioso: Campero había sido elegido diputado al Congreso de Tucumán por Chichas pero las obligaciones de la guerra en la Puna y su detención en noviembre de 1816 no le permitieron incorporarse al cuerpo.
El 13 de julio de 1816, al informar a las autoridades del Congreso de Tucumán que la noticia de la declaración de la Independencia había sido comunicada al pueblo con repiques de campanas, salva de artillería e iluminaciones por tres días, Güemes afirma que "todo este virtuoso y noble vecindario ha consagrado nuevamente su propia existencia a la libertad del país y al exterminio de sus liberticidas".
Es decir que la consagración a la causa de la independencia era de hecho anterior a la solemne formalidad de la Declaración de Tucumán (Luis Güemes: "Güemes Documentado", tomo III).
Si bien no puede hablarse ni en Jujuy ni en ningún otro lugar de las Provincias Unidas del Río de la Plata de un alineamiento unánime a la causa de la independencia porque la ruptura con el orden colonial dividía profundamente a las sociedades de la época, es evidente que desde el punto de vista de la "carne" de los pueblos, existió una independencia de hecho que en Tucumán, con la declaración del 9 de Julio, se volvió de derecho.
Fue aquella una independencia con actores que no usaban galeras ni eran doctores, ni jamás se habían puesto una levita. La mayoría de ellos no tenía encima más que unos pocos trapos para cubrirse el cuerpo y estaban acostumbrados a dormir en el monte y a pasar hambre seguido, mientras "bombereaban", acechaban o emboscaban a los invasores.
También hoy es el día de ellos.
(*) Periodista jujeña. Profesora de Historia.