Un artículo publicado en la revista New York Magazine volvió a poner sobre la mesa la hipótesis de que el nuevo coronavirus -técnicamente llamado SARS-CoV-2- no tenga un origen zoonótico, sino que sea producto de una fuga de un laboratorio.
La teoría más difundida tiene que ver con un virus alojado en un murciélago, que luego se mezcló con el virus de un pangolín, y finalmente llegó a los humanos en forma de la COVID-19 que ya todos conocen y que mantiene en vilo al mundo entero desde diciembre de 2019.
El novelista y ensayista Nicholson Baker escribió en New York Magazine un extenso artículo titulado “La hipótesis de la fuga de laboratorio. Durante décadas, los científicos han estado conectando virus con la esperanza de prevenir una pandemia, no de causarla. Pero que si …?”, que se publicó el 4 de enero.
Allí repasa la historia de los virus que se han gestado en laboratorios, para investigación humana, y recoge testimonios de decenas de expertos. Ninguno de ellos puede descartar tajantemente que el origen de coronavirus no tenga que ver con un error en la seguridad, una fuga.
E incluso va más allá: arriesga que se trata de un virus de diseño, creado por humanos y que se volvió “más infeccioso en uno o más laboratorios, tal vez como parte del esfuerzo bien intencionado pero arriesgado de un científico para crear una vacuna de amplio espectro”.
Pero ya que ninguna de las dos hipótesis está probada definitivamente: ni la del origen zoonótico, con su murciélago y su pangolín, ni la de la fuga de un laboratorio, Baker emprende una recapitulación del pasado para darle un marco histórico a la llegada del nuevo coronavirus al mundo.
Una posibilidad razonable
“Durante las últimas décadas, los científicos han desarrollado métodos ingeniosos de aceleración evolutiva y recombinación, y han aprendido a engañar a los virus, a los coronavirus en particular, a esas bolas puntiagudas de proteína que ahora conocemos tan bien, para que se muevan rápidamente de una especie de animal. a otro o de un tipo de cultivo celular a otro”, remarca.
Algunos de estos experimentos, explica Baker, “tenían como objetivo crear nuevos, más virulentos, o cepas más infecciosas de enfermedades en un esfuerzo por predecir y, por lo tanto, defenderse de las amenazas que posiblemente puedan surgir en la naturaleza”.
Advierte, también, que a lo largo de los años ha habido algunos accidentes de fugas, y que la posibilidad no es remota. Según un artículo de 2012 del Bulletin of the Atomic Scientists, había un 80% de posibilidades de que “se produjera una fuga de un patógeno pandémico potencial en algún momento de los próximos 12 años”.
Y antes de dar paso a los testimonios de expertos, postula: “Proponer que algo desafortunado sucedió durante un experimento científico en Wuhan, donde se diagnosticó por primera vez el COVID-19 y donde hay tres laboratorios de virología de alta seguridad, uno de los cuales tenía en sus congeladores el inventario más completo de virus de murciélagos muestreados en el mundo. No es una teoría de la conspiración. Es solo una teoría”.
“Los laboratorios de alta contención tienen una historia susurrada de cuasi accidentes. Los científicos son personas, y las personas tienen momentos torpes y se empujan y son mordidas por los animales enfurecidos que están tratando de inocular nasalmente”, establece, y luego brinda el testimonio de Alina Chan, científica del Instituto Broad del MIT y Harvard. “Existe una posibilidad razonable de que lo que estamos tratando sea el resultado de un accidente de laboratorio”, le dijo Chan a Baken en julio de 2019.
Muchos expertos coincidieron con Chan. “Hay muchas características inexplicables de este virus que son difíciles, si no imposibles, de explicar basándose en un origen completamente natural”, dijo Nikolai Petrovsky, profesor de endocrinología en la Facultad de Medicina de la Universidad Flinders en Adelaide, Australia.
Sin evidencias
Luego vino la guerra ideológica detrás del nuevo coronavirus, con Estados Unidos y China en el centro de la escena. La administración de Donald Trump acusó a los orientales de haber diseñado el virus con la intención de una “guerra química”, y científicos de todo el mundo salieron a respaldar el origen “natural” del COVID.
A lo largo del artículo, que recopila detalladamente los hechos históricos y las declaraciones públicas de científicos y funcionarios de todo el mundo, Baker presenta uno a uno los argumentos que ponen en duda el verdadero origen del virus.
“Hay algunos puntos de acuerdo útiles entre los zoonoticistas, aquellos que creen en un origen natural del virus SARS-2, y aquellos que creen que probablemente provino de un laboratorio. Ambas partes están de acuerdo, cuando se les presiona, en que no se puede descartar de manera concluyente un origen de laboratorio y tampoco se puede descartar un origen natural, porque la naturaleza, después de todo, es capaz de logros inverosímiles, aparentemente teleológicos”, sintetiza más adelante en el texto Baker.
Y, después de explicar el camino científico para encontrar al animal que habría servido de vínculo del virus con los humanos, amplía: “A pesar de este esfuerzo de gran alcance, por el momento no existe ningún huésped animal que los zoonoticistas puedan señalar como el eslabón perdido. Tampoco existe una única hipótesis acordada para explicar cómo la enfermedad pudo haber viajado desde los reservorios de murciélagos de Yunnan hasta Wuhan, siete horas en tren, sin dejar a ningún enfermo atrás y sin infectar a nadie en el camino”.
E insiste: “Este patógeno de mosaico, que supuestamente ha evolucionado sin la intromisión humana, se dio a conocer por primera vez en la única ciudad del mundo con un laboratorio al que el gobierno de Estados Unidos pagó durante años para realizar experimentos en ciertas cepas oscuras y hasta ahora no publicadas de virus de murciélagos, que luego resultaron ser, de todos los organismos del planeta, los que están más estrechamente relacionados con la enfermedad”.
Los argumentos, las recopilaciones de presiones políticas y la palabra de los involucrados abundan en el texto de Baker, que recoge punto por punto los acontecimientos desde mucho antes de siquiera tener noticias del virus que ahora es pandémico.
“Durante más de 15 años, los coronavirólogos se esforzaron por demostrar que la amenaza del SARS estaba siempre presente y debía ser defendida, y lo demostraron mostrando cómo podían curar los virus que almacenaban para obligarlos a saltar especies y pasar directamente de murciélagos a los humanos. Más y más virus de murciélagos llegaron de los equipos de campo, y fueron secuenciados, sintetizados y ‘reconfigurados’ (...) En esta cena compartida internacional de cocina genética, se inventaron y almacenaron cientos de nuevas variantes de enfermedades. Y luego, un día, tal vez, alguien se equivocó. Es al menos una explicación razonable y ‘parsimoniosa’ de lo que pudo haber sucedido”, arriesga Baker sobre el final.
Y agrega: “Este puede ser el gran metaexperimento científico del siglo XXI. ¿Podría un mundo lleno de científicos hacer todo tipo de cosas recombinantes imprudentes con enfermedades virales durante muchos años y evitar con éxito un brote grave? La hipótesis era que sí, era factible. Valió la pena correr el riesgo. No habría pandemia”.
“Espero que la vacuna funcione”, cierra.