Hace algunas semanas, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, había advertido acerca de que el planeta que habitamos ya se encuentra en estado de “ebullición”, como resultado del cambio climático y el consiguiente calentamiento global. El razonamiento nos llevó a un término equivalente, como “hervor”, y a colegir que, al final de cuentas, estamos al horno.
Sin embargo, la situación parece agravarse más pronto de lo que se podría imaginar: ahora se afirma sin vueltas que “ha comenzado el colapso climático”.
Con matices, tanto la ONU como el observatorio meteorológico europeo Copernicus coincidieron en que las temperaturas medias durante junio, julio y agosto del verano boreal (hemisferio norte) fueron las más elevadas desde que se tiene registro. Para Copernicus, 2023 será probablemente el año más caluroso de la historia a nivel global.
Los resultados de semejantes mutaciones son conocidos, aunque los líderes políticos del mundo sigan más ocupados en otros asuntos. Períodos del año en que el calor es más fuerte que lo habitual (por caso, durante los meses de invierno); sequías prolongadas; incendios forestales; lluvias copiosas que provocan inundaciones de envergadura inédita y con saldos trágicos, y la recurrencia de huracanes en regiones tropicales son algunas de las consecuencias visibles del agitado cambio climático.
Al emitir sus reportes sobre esta problemática, la mayoría de las instituciones internacionales aluden a la “responsabilidad humana” por la devastación que va generando este fenómeno en el mundo. Queda claro que se refieren a la insostenible emanación de gases de efecto invernadero, motivo crucial del aumento de la temperatura del planeta.
Ahora bien: sería prudente, a esta altura, apuntar a los verdaderos responsables del desorden, pues es poco factible que los millones de pobres que no pueden acceder a un plato de comida caliente por día sean los causantes de la crisis climática. En realidad, sufren otras ausencias que (dicho sea de paso) los gobernantes no aciertan en resolver.
Pero plantados en el tema en cuestión, el deterioro del planeta exige medidas urgentes y coordinadas por parte de los estados, y una profusa información en modo de campañas públicas que oriente a esa enorme franja de la población mundial que no tiene la necesaria dimensión de lo que está en riesgo.
En tal sentido, difundir aquellos conceptos que muchas veces quedan acotados y encerrados en los documentos que se suscriben en las cumbres de mandatarios mundiales. Por caso, como bien enumera uno de los dictámenes de la ONU, alertar que el clima global “está implosionando más rápido de lo que podemos hacer frente, con fenómenos meteorológicos extremos que afectan a todos los rincones del planeta”.
Los referidos diagnósticos encienden luces de alarma también para el hemisferio sur, del cual la Argentina forma parte. Por estas tierras, son frecuentes los incendios forestales, las inundaciones y las alteraciones de las temperaturas.
En resumidas cuentas, urge tomar medidas antes de que el derrumbe climático nos pase por encima.