En menos de dos siglos, desde la revolución industrial de 1760, la quema de carbón y luego el uso sin control del petróleo y el gas, comenzaron a liberar una molécula llamada dióxido de carbono (CO2) que no se desintegra fácil y que se asentó en la capa inferior de la atmósfera funcionando como una gran red que atrapa el calor del sol e impide que se escape al espacio.
Es por este motivo que nuestro planeta subió 1,2°C de temperatura desde ese momento y las predicciones a futuro (si seguimos produciendo de la misma forma que lo hacemos), muestran que esa cifra irá en ascenso. En unas décadas podríamos llegar a los 3°C.
Lamentablemente no dan igual los niveles de CO2 que haya en la Tierra. El planeta Marte no tiene dióxido de carbono y eso lo vuelve inhabitable. Venus, por mencionar otro ejemplo, tiene dioxido de carbono de más: no hay forma de vida biológica que pueda aguantar semejante calor.
Desde que los seres humanos estamos en la Tierra, nunca antes la concentración de CO2 en la atmósfera fue tan elevada. Y sigue subiendo.
¿Cuáles son los efectos de la crisis climática? El futuro que ya llegó
Las emisión de dioxido de carbono están generando una serie de modificaciones en todo el mundo. Las “Periodistas por el Planeta” los enumeran muy bien en su último libro (Re)Calientes.
“Groenlandia se deshace como un pote de helado fuera del freezer (...) El hielo de millones de años se rompe por dentro y termina transformado en gigantescos icebergs que se desgranan en el mar, sudando como jugadores de fútbol (...) Que no haya nada de hielo ahí no solo afectará a los osos polares, desencadenará una serie de efectos de retroalimentación muy complejos”, argumentan.
Las olas avanzan, comiéndose las líneas costeras, amenazando ciudades enteras. “Creció también el nivel del mar y sus aguas se acidifican, hinchadas de CO2, como quién se llena la boca de caramelos y no puede hablar más. El cambio de composición química afecta la vida marina entera porque el calcio de los esqueletos de los animales más pequeños, que están en la base de la cadena alimentaria, se disuelve en un medio con menos pH. La mayor presencia de CO2 convierte el agua en un medio más ácido, lo que disuelve los organismos. Los animales marinos más grandes tienen cada vez menos oxígeno, menos alimento”, agregan.
Un cuarto de la vida marina depende de los arrecifes de coral que sufren por el aumento de la temperatura. Es por eso que las autoras nos preguntan: “¿Podrá toda la vida adaptarse tan rápido a una transformación tan radical?”
Otros eventos extremos que estamos viendo tienen como protagonistas a los cielos, que cada vez están más calientes y son más húmedos. Cuando descargan su furia nos lo hacen notar con más intensidad. Los huracanes destruyen todo a su paso. Las lluvias extremas son cada vez más comunes, pero también las sequías como la que estamos viendo ahora en Argentina. A su vez los incendios aumentan en todos los continentes como efecto de este fenómeno.
Acuerdos que no se cumplen
El 12 diciembre de 2015, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21), 195 países firmaron el Acuerdo de París que tenía como objetivo comprometer a los Estados a reducir sustancialmente sus emisiones de gases de efecto invernadero para estabilizar la temperatura promedio global alrededor del 1,5° C por sobre los niveles preindustriales y así evitar que para finales de siglo la temperatura aumente los 2° C considerados como “punto de no retorno”.
Sin embargo tras más de 7 años desde su firma, pocos acuerdos se han llegado a cumplir, el volumen de emisiones mundiales no para de crecer año tras año, e incluso los paises que superan su limite de emisiones permitido “venden” su cupo a otros paises que no alcanzaron su tope y necesitan la plata. A esto se lo llama “el mercado de carbono”.
La publicación de la primera parte de la Sexta Evaluación del Informe del IPCC de la ONU vuelve a insistir en que empresas y Estados reduzcan sus emisiones de dióxido de carbono (CO2) –y otros gases de efecto invernadero–, hasta llegar a un nivel neto cero en torno a 2050.
Cansados de las mentiras y de los acuerdos que se incumplen como si no estuviesemos hablando del futuro de la humanidad, millones de jóvenes, trabajadores, estudiantes y campesinos de todos los rincones del mundo nos invitan a imaginar una verdadera transición energética donde se abandonen los combustibles fósiles y se pongan en pie energías limpias que contemplen tanto las necesidades humanas, como las de la naturaleza.
Exigen un mundo donde las decisiones se tomen de forma colectiva, para el bien común y no para los negocios de unos pocos. “Dejen de abrir sitios de extracción de petróleo, gas o carbón y paren de bloquear la transición de energía limpia que todos necesitamos con tanta urgencia”, exclaman desde el ambientalismo.
“Hay que poner un freno de mano urgente”, “No hay planeta B”, “No es el clima, el problema es el sistema”, “Nuestra casa está en llamas y ellos avivan el fuego”, son algunas de las consignas más populares que encontramos dibujadas en carteles y pancartas que adornan movilizaciones masivas y que deberíamos empezar a escuchar para actuar de inmediato.