Lo que estamos viendo es el fin del ciclo de políticas monetarias ultra laxas a nivel global. Desde la crisis de 2008, pero especialmente en 2020, la Reserva Federal (y también sus homónimos de las principales potencias) inyectó billones de dólares al sistema financiero. Esto permitió que, en medio de la pandemia y la recesión económica, la bolsa registrase su mayor alza en décadas. Algo inconsistente a todas luces y que se explicaba únicamente por esta política monetaria tan atípica.
Pero también generó inflación. Primero se la explicó por la disrupción en las cadenas de valor, luego con la guerra en Ucrania y el shock en los precios energéticos, luego factores coyunturales. Finalmente, se confirmó que el problema era monetario. Con la suba de precios acercándose a los dos dígitos en la variación interanual, las autoridades empezaron a reaccionar.
Ahora que la Reserva Federal empieza a ajustar y subir la tasa, la burbuja que se infló debe desinflarse. Algo que en el siglo XXI ya vimos en 2001 y 2008.
Pero los impactos son heterogéneos. Por ejemplo, las empresas tecnológicas se vieron más beneficiadas que el promedio; su capitalización bursátil subió varias veces. En la reversión, también son las que más caen. Entonces, los que estén expuestos a este sector son los que estarán en una situación más complicada. Así ocurrió con el Silicon Valley Bank. Pero las dudas están sobre la solidez de más de una organización.
La política de ajuste monetario difícilmente termine ahí, ya que aún queda mucho por ajustar. En febrero de 2020, la hoja de balance de la Reserva Federal tenía US$4,1 billones en activos; trepó hasta casi US$9 billones a mediados del año pasado. Hoy bajó, pero a solo US$8,3 billones. Además, la inflación se ha mostrado más persistente de lo esperado, al punto que en el último mes la inflación núcleo en Estados Unidos subió, ubicándose en casi tres veces el objetivo de la Fed.
Para las economías emergentes, como Argentina, esto son malas noticias. Primero porque el ajuste monetario difícilmente no venga acompañado de una recesión en las economías centrales. Esto equivale a menor actividad económica global, que obviamente genera un shock negativo sobre los demás países. Además, a medida que la Reserva Federal sube las tasas de interés, hay un proceso de salida de capitales en los mercados más riesgosos. Esta salida de capitales sube los costos del crédito y, en términos generales, debilita la moneda de estos países. Todo esto con su respectivo correlato en la caída en el precio de los commodities.
El empeoramiento de las condiciones internacionales es una mala noticia para aquellas economías con severos problemas de endeudamiento, con déficits fiscales importantes y debilidades productivas. Argentina tiene todas estas vulnerabilidades juntas. Si el mundo estornuda, nuestro país se resfría.
Es imprescindible eliminar los desequilibrios fiscales y monetarios que tiene Argentina antes de que la situación internacional empeore. Es una cuestión de tiempos, hacer el ajuste en condiciones internacionales favorables es menos costoso que hacerlo en medio de una recesión global. En 2016 se pudo financiar el gradualismo; que el próximo gobierno lo pueda hacer es cada vez menos probable.
Eugenio Marí, Economista Jefe de la Fundación Libertad y Progreso.