Todo comienza a la mañana cuando, si hay buen tiempo, Gustavo llega entusiasmado, busca la aspiradora en el interior del edificio del hipermercado, y la lleva sobre sus ruedas hasta el lavadero de autos, que se encuentra en la misma playa de estacionamiento. Gustavo se toma sus colectivos diariamente para ir y volver de su trabajo, al que afronta con notable dedicación. Y si no hay buen tiempo, lógicamente tratará de ponerle buena cara, ya que los autos a lavar serán excepcionales…
Con gran dedicación también, labura Ale. Es el encargado del lugar. Oriundo de la provincia de Santiago del Estero, apostó por venirse a Córdoba a trabajar en el lavadero de su cuñado, que también se llama Alejandro pero al que le dice Nicolás, su segundo nombre. “Tenía un trabajo en Santiago, laburaba en una ferretería; durante 8 años, estuve allí. Y si bien llegó a gustarme mucho la tarea y aprendí un montón, estaba solo en el local siempre; no tenía quién se preocupara por mí ni nadie de quién preocuparme yo”, cuenta.
Y ese pensamiento de Ale es lo que define su actitud diaria, al asumir la responsabilidad sobre su equipo, que integran Gustavo, Lautaro y Lorena. Son un reloj. Le meten, le meten y le meten. Al compás de los sonidos de la aspiradora y la hidrolavadora –que está soldada por todos lados a la estructura del lavadero, para que no se las roben; ya les han afanado reflectores, y otros elementos-.
También en acción permanentemente: rejillas; cepillos; trapos de distinto tipo; y todos los líquidos, claro: desde el fundamental, el agua, hasta el shampoo, pasando por el resaltador de caucho, que aplican casi artísticamente, en un último instante de contacto con el auto que acaban de convertir como mágicamente de una linda máquina a una joya deslumbrante, pulcra.
“Me gusta que tengamos una buena relación, que nos llevemos bien; que trabajemos tranquilos y lo más contentos que podamos. Todos tenemos nuestros problemas, pero tratamos de dejarlos afuera del trabajo”, dice Ale. Y agrega: “Trato de conseguir las mejores condiciones para cada uno; si algo no me da lo mismo es cómo se sientan ellos. Aprendí en este trabajo a llevar la responsabilidad sobre un grupo de personas; me respetan y los respeto a cada uno. Y si algo me pone contento es que se sientan bien”.
Lautaro, que el día en que hacemos esta nota no está presente porque debió aislarse por prevención por Covid-19, es el más chico del equipo. Está en el último año del secundario. Durante una jornada de trabajo, un cliente arengó “¡Lautaro, no vas a dejar el cole por nada del mundo, eh!” y él respondió hasta patrióticamente y con una sincera sonrisa: “No, quedate tranquilo. Si no, nuestro país nunca va a salir adelante”.
Mientras tanto, Lorena, con su particular y muy copado estilo, hace un interior, entre todas las fases del lavado de las que se puede encargar perfectamente, igual que cualquier varón. El lavadero, en ese sentido, también es un ejemplo de la igualdad de género. “La mujer de por sí es sumamente detallista”. Es una de las máximas del lavadero. Y la verdad es que lo mejor que le puede suceder a un auto es pasar por las manos de Lore, quien desde la paz de la música de sus auriculares labura totalmente concentrada. Y justamente, no se le escapa ni un solo detalle.
Cuando va cayendo la tarde y se acerca el cierre del lavadero, es magnífico observar los rayos del sol sobre el agua en el pavimento. Es el agua que, imaginariamente y a través de esos mismos rayos, se vuelve impecable y se transforma en bendita. En agua bendita con la que es ungida cada una de las personas que trabajan, denotando el carácter de su dignidad… ¡Feliz Día, Ale, Lore, Gustavo, Lautaro y Nicolás!