Por Gabriela Martín.
Pertenecen a distintas generaciones y se mueven en distintos ámbitos, pero a todas las une la pasión por lo que hacen. La nadadora Cecilia Biagioli, la directora de teatro Marina Abulafia y la diseñadora Cris Tillard son cordobesas destacadas y mamás que no dejaron de lado sus respectivas carreras para dedicarse a la crianza de sus hijos.
Sin sacrificio no hay resultados y ellas lo saben. Horas de entrenamiento, concentraciones, giras y dedicación, mucha dedicación les permite sobresalir en sus profesiones. Cada una a su manera, coordinó horarios y tareas para seguir adelante con la tarea de formar una familia y brindarle el tiempo necesario, sin dejar de lado su vocación.
Desde hace años, el nombre de Cris Tillard, se ha transformado en una marca fuerte; una firma que "viste con elegancia" a mujeres de todo el país, pero para llegar hasta aquí debió atravesar un camino que no fue nada fácil. Mientras se perfeccionaba, criaba a sus hijos Nathalie, Nicolás y Carlos Tillard.
Marina Abulafia siempre supo lo que quería ser (y hacer). Desde jovencita se dedicó a la actuación y docencia. Hoy, consagrada en el rubro artístico, no solo es mamá de Sabrina y Franco sino que se siente un poco la "madre" de todos sus alumnos.
Para Cecilia Biagioli, nadadora olímpica y de aguas abiertas, la palabra sacrificio va unida a horas y horas de metros recorridos en el agua. El apoyo de su mamá y su suegra son indispensables cuando llega el momento de emprender largas concentraciones o viajes al exterior. Junto a su esposo, son las grandes aliadas en la crianza de Joaquín.
Tres mujeres, tres historias para homenajear a todas las mamás en su día.
Mamá nadadora
"Está bueno decir y demostrar que siendo mamá también se pueden hacer cosas y cumplir sueños. Joaquín me cambió prácticamente todo, desde los descansos hasta el sentir que estoy haciendo algo por alguien más. Es lo mejor que me pudo haber pasado, ser mamá es el mejor título que podría haber conseguido". Desde hace cuatro años, cuando Cecilia Biagioli debe planificar entrenamientos o participación en distintas competencias lo hace pensando en su hijo Joaquín.
Él la acompaña a algunos entrenamientos y empieza a entender que su mamá necesita respetar horas de descanso para poder continuar en la alta competencia. Algunos días de la semana, cuando Ceci termina con su preparación, lo acompaña a sus clases de natación. “Es lindo que me vea haciendo lo que tanto amo y que a él también le guste. También es importante para mostrar lo que es el esfuerzo, la disciplina; si bien es chiquito, se va formando bajo esos valores, en un ambiente lindo y sabiendo que todo sacrificio trae satisfacciones”, dice.
Los viajes siguen siendo un sufrimiento para los dos. Joaquín puede comprender el sentido de la ausencia de mamá, pero también reclama su presencia. La tecnología les permite estar conectados, pero cuando la concentración requiere más de dos semanas fuera de casa, a la nadadora se le estruja el corazón. “Es difícil siendo mamá irse de casa unos 30 o 35 días, los sufro bastante. Sufrimos los dos”, confiesa Ceci, quien quedó embarazada en 2012, el mismo año en el que murió su papá. La llegada de Joaquín le ayudó a atravesar el dolor de una manera diferente y le dio su título más preciado: el de mamá.
“Mamá es mucho amor, es el cariño que se da y se recibe de la manera más desinteresada. Es un amor cálido, puro, sincero, es compartir y formar a alguien para que en el futuro pueda desenvolverse tranquilamente”, cierra.
Mamá artista
"Hoy doy gracias a Dios porque puedo mirar para atrás y estar orgullosa de haber podido hacer lo que siempre quise y criar a mis hijos. No fue fácil, pero lo pude hacer y hoy soy lo que soy por haber estado acompañada por ellos". Desde los 18 años Marina Abulafia se dedica al teatro y su condición de mamá nunca la hizo dudar de lo que había elegido.
Sabrina, su primera hija, llevó un poco de vida gitana hasta que nació su hermano Franco. Marina confiesa ser una mujer de suerte porque siempre estuvo con sus hijos y pudo acomodarse hasta que ellos crecieron. “Jamás dudé del camino elegido y en eso soy contundente. Seguir trabajando me daba fortaleza y si hubiese cortado no hubiese sido yo. Ellos mismos se acostumbraron desde chicos, siempre fui muy activa, especialmente con ellos”, dice la directora de teatro.
Y agrega: “Por ahí me dicen, ¡mamá ya está! Pero a pesar de que a veces uno se cansa siempre digo que el día que deje de hacerlo me muero. Siempre le puse mucha pasión y me es imposible verme separada de esa función. No me puedo pensar de otra forma”.
Marina también conoce de esfuerzos y sacrificios. En el trayecto hubo momentos difíciles, en los que necesitó de la ayuda del resto de la familia. “He ido caminando hasta Radio Nacional con mi beba, mi papá me daba la tira de cospeles para que yo no dejara de hacer teatro. Ese era su aporte. Estas cosas se las contamos a nuestros hijos para que ellos sepan que lo construido fue hecho con mucho esfuerzo”, relata.
Para Abulafia la palabra mamá no se puede definir en una palabra. El ejemplo de su madre fue muy diferente al suyo, pero cada una a su manera le dejó una herencia imborrable a sus hijos. Y así lo define: “Soy muy madre y miro a través de sus ojos. No hay día que no haya mensajes, que no les pregunte como están o a qué hora llegan. Pero esto no es solo con mis hijos, en la docencia soy igual, soy madre de mis grupos. Consejera, contenedora, tener el oído permanente, mirar a través de los ojos de ellos y saber qué les pasa. Para mí eso es ser mamá. El abrazo, la mirada, entender desde la gestualidad como están, mirar más allá de eso”.
Mamá diseñadora
"Cuando nació el bebé de mi hija le dije que había nacido la persona que nunca la iba a dejar sola, que nunca más en la vida ella iba a estar sola. Que acababa de comprometerse e hipotecar su vida. Los hijos son eso, una hipoteca de por vida, es lo mejor que te puede pasar". Cris Tillard es una de las referentes del diseño nacional y su rol de mamá nunca le impidió seguir creciendo en su actividad.
“El camino fue bastante complicado porque cuando abracé esto tuve todo el apoyo de mi marido, pero en la mitad de la vida él se enfermó. Lo que era un hobbie dejó de serlo para pasar a ser una forma de vida y había que seguir con todo. Hubo épocas muy duras, muy difíciles, pero él siempre confío en mí”, explica Y sigue: “En ese tiempo no había diseñadoras que hicieran sus propios bocetos. Recuerdo que una vez le toqué la puerta, a las 11 de la noche, a Aldo Belén. Fui con un chico a upa y el otro de la mano a pedirle que me dé una mano porque quería aprender a dibujar y así poder bajar todas las ideas que tenía”.
A los 63 años y con tres locales en marcha, Cris sigue trabajando (y aprendiendo) con la misma pasión de aquellos inicios. “A tu laburo lo podés amar o no, pero si lo amás lo vas a mejorar en cada momento de tu vida y mis hijos respetaron siempre eso. A veces mientras le lavaba la cola se me ocurría algún diseño. Hoy volvería a hacer todo lo que hice y como lo hice. Los resultados están a la vista”, cuenta Tillard.
Y agrega: “Ellos son mi orgullo. Todos tienen un título, son buena gente, laburan y son muy respetuosos. Hoy que mi hija me hizo abuela me di cuenta que me perdí muchas cosas, pero para eso está el abuelazgo. Ahora me doy cuenta que me perdí muchas cosas de mis hijos porque trabajaba como loca”.
Pero ese trabajo que casi siempre se llevaba el día completo y le restaba la posibilidad de compartir más tiempo con sus hijos es el que la hace sentir orgullosa de haber sorteado tantos obstáculos. El que le permite mirar hacia atrás y pensar que volvería a recorrer el camino de la misma manera.