Por Fabricio Esperanza
La visita al dentista suele generar terror en mucha gente, al punto de convertirse para algunos en una verdadera pesadilla. Si arreglarse la dentadura provoca en los adultos un miedo paralizante, para los niños representa un desafío aún mayor, y por supuesto una tarea a veces titánica para el profesional que debe atender a los pequeños pacientes: movedizos, renuentes a dejar abierta la boca, con llantos persistentes y hasta pataleos. Manuela García Díaz se dedica a la odontopediatría, un trabajo que ella misma define como una mezcla de psicología, docencia, instinto maternal y hasta de amistad. De esa misión imposible que es lograr una extracción entre berrinches, charlas kilométricas y lagrimones habló con Día a Día.
–¿Por qué te decidiste por la odontopediatría?
–Fue todo un tema, porque en realidad cuando cursaba en la facu, siempre decía que era una de las materias que me hacían decir “esto no es para mí, no es para nada lo mío”. Pero no porque me costara el estudio o los contenidos, sino precisamente porque en las prácticas no pegaba onda con los chicos. Pero después me recibí y cuando comencé en consultorio, los primeros pacientes que atendí eran niños, y aprendí a trabajar divirtiéndome con ellos.
–¿Divertirse o pegar onda es una premisa para poder laburar con ellos?
–Creo que esa es la clave. Lo difícil en odontopediatría no pasa por la complejidad de lo que tengas que hacer con el paciente, sino por generar una confianza con el niño que le haga perder el miedo. Si el chico no pierde un poco el miedo a abrir la boca, se hace muy cuesta arriba.
–Bueno, convengamos que el dentista le provoca temor hasta a los adultos.
–¡Por eso! Imaginate en los chicos. En ese proceso, llegué a un punto en que la atención de los niños es la parte de mi día en que mejor la paso. Por supuesto que me suceden cosas, se me largan a llorar, se me empacan, es difícil mantenerlos quietos y con la boca abierta, pero salvadas esas cuestiones lo que viene es una linda interacción.
–¿Cómo es tu estrategia?
–La cosa no es que venga y se siente en el sillón y ahí nomás pedirle que abra la boca. Lo que hago antes que nada es invertir, no gastar, sino invertir tiempo en charlar y preguntarle a qué cole va, si tiene hermanos, de qué equipo de fútbol es, o si hace alguna actividad fuera de la escuela.
–¿Y te pasó de tener que invertir muuucho tiempo?
–¡Jajaja! Sí, seguro. Más de una vez salimos con el niño del consultorio después de media hora y les dije a los papás que nos fue bárbaro, que charlamos un montón, pero que de los dientes ni noticias, que lo traigan de vuelta en un par de días.
–¿Tuviste casos más complicados?
–Sí, tuve niños que llegaban con verdaderos ataques de pánico, y es en esos casos donde pasa lo que acabo de contar, salir del consultorio y tener que decirle a los padres “mirá, hoy charlamos”. Es una combinación de psicología, amistad, hacer de compinche, tener instinto maternal… y paciencia. Porque los del apuro somos los grandes, en cambio ellos tienen sus propios tiempos. Además, es un tiempo que se dedica a superar el miedo al dolor que ellos piensan le puede causar el dentista.
–¿A qué le tienen miedo los chicos en el consultorio?
–A lo mismo que les causa terror a los grandes: el ruido de la turbina. Si vos vieras las caras que genera ese ruido, los paraliza. Es como el punto de quiebre, porque si lográs que te abran la boca escuchando eso, ya tenés gran parte del trabajo hecho. Igual, en odontopediatría se trata de trabajar con otros elementos y se deja como última opción la turbina.
–Habrás pasado nervios con los primeros pacientes...
–¡En las prácticas sobre todo! Me pasó en la facu, un niño me había tomado el tiempo, y agarraba la turbina y no había forma, hasta que se largó a llorar de una forma, y por supuesto que yo junto con él. Imagináte cómo me fue ese día con la profesora: bastante mal, porque la madre del nene se terminó peleando con la profe, todo mal. A larga me terminó aprobando la materia, jaja.
–¿Algún consejo para los papás?
–Que si no quieren pasar por todo esto, tengan en cuenta las recomendaciones para prevenir los problemas dentales en los niños. Es una frase recurrente en nosotros los dentistas, pero es una verdad grande como una casa.