Por Matías Candoli
Alberdi volvió a ser más Alberdi que antes. Porque a uno de los barrios más populares de Córdoba le faltaba algo. Las calles de esta parte de Córdoba se empezaron a poblar temprano este sábado 9 de setiembre de 2017. Porque volvía Belgrano a jugar en su cancha después de cuatro años. Y nadie se quería perder la fiesta.
Apurados por entrar, los hinchas del Pirata llegaron bien temprano para lograr la mejor ubicación para estar en la fiesta. La nueva tribuna llamada con el nombre de Tomás Rodolfo Cuellar y ubicada sobre calle Hualfin se empezó a pintar de celeste con banderas, globos y muchas camisetas y gorros. Hubo tiempo para homenajear a Cuellar con la entrega de plaqueta a los familiares del gran Tito que recibieron la distinción con mucha emoción. Los trapos parecían todos nuevos, acordes con la reinauguración y los ánimos también.
Era todo alegría, toda efervescencia, todo música en ese estadio Julio César Villagra que tiene un corazón Gigante. Las plaquetas a las empresas La explosión del recibimiento fue impresionante. Papelitos, fuegos artificiales, banderas tapando la Preferencial y el telón de los Piratas que siempre está presente. Y la ansiedad para que la pelota vuelva a rodar apenas salió el equipo hizo que el clima del partido se arme rápido.
Pero Belgrano en cancha no pegaba una. El aliento no paró nunca desde la popular Pirata, en el primer tiempo bajaron algunos rumores de esos que crecen a medida que el equipo juega mal.
El complemento empezó más o menos igual. Los cuatro costados del Gigante exhalaban nervios. Los jugadores parecían contagiarse. No coordinaban, los rumores eran gritos hasta que en un centro pasado, a los 20 de la segunda mitad, Lema se la bajó a Epifanio García que, en la segunda que tocó, hizo delirar a los 30 mil hinchas que coparon Alberdi.
El gol tranquilizó a todo Belgrano. A los de pantalón corto y a los que hacían el aguante desde afuera. Y fue aguante, del que Alberdi ya sabe. Del pelear cada pelota como si fuera la última, de sufrir hasta el final la embestida del rival, de mirar el reloj a cada rato pero nunca de dejar de alentar. Y el desahogo del final cuando el árbitro pitó el final fue la coronación de una tarde feliz. Porque Belgrano volvió al barrio. Y, aunque seguro que tiene que mejorar mucho, quién le quita la alegría al Mundo Pirata.