Por Jorge Nahúm.
Termina un San Lorenzo-River, y a la hora del intercambio de casacas el más “gordito” no lo hace con otro jugador del Millo. Le entrega la azulgrana al juez de línea. Es el mismo árbitro asistente que en Paraná recibe unos guantes de arquero, después de un partido de Patronato.
El juez de línea es Julio Fernández, profesor de educación física y árbitro cordobés que dirige en Primera División del Fútbol Argentino desde 2010 y que se puso al frente de una escuela deportiva en Villa Cornú, ahora Fundación, para contener a chicos carenciados. Son 150 pibes a los que les enseña a practicar fútbol y hockey y les sirve la merienda. A pulmón. Con la colaboración de amigos y colegas, y de algunos "padrinos" que ponen el hombro. La camiseta, los guantes, los muchos otros obsequios que recibe no van a su colección personal.
“Matías, un abogado amigo que ataja en el torneo del gremio en Saldán, me trajo cajas con galletas Polvorita y le di los guantes. Y por la camiseta de San Lorenzo conseguimos el dinero suficiente para pagar una deuda con el trasporte que lleva a los chicos a las canchitas donde juegan partidos”, recapituló Fernández, quien se corrió de la línea de cal para una línea solidaria.
Un vagón. El Centro Comunitario el Vagón funciona desde hace 20 y pico de años en Villa Cornú, cerca de Argüello, a la altura de Donato Álvarez al 9.800, cuatro cuadras para adentro.
“Funcionaba un comedor, el ropero comunitario, una guardería... Como no había edificación pusieron un container y la gente del barrio decía que era un vagón. Y le quedó ese nombre”, evocó el juez de línea.
“La profe Mercedes Romero fundó en 2005 la escuelita de deportes y me convoca para dirigir a los chicos en fútbol. Iba y venía, tenía que viajar mucho por mi carrera de árbitro. En 2013 Mercedes adopta un hijo y me ofrece quedarme a cargo. Lo pensé mucho, había que endeudarse, comprometerse. En 2014 acepté y hasta 2017 funcionamos como escuela deportiva. Desde abril ya es la Fundación Deportiva el Vagón. En el mismo lugar y con el mismo nombre, porque es nuestro DNI”. Lo dice con un genuino orgullo.
Las canchas de fútbol del predio parquizado son un remanso en medio de las calles de tierra del barrio. Cuando llueve el sector queda anegado y muchos pasaban con los autos y las motos por sobre las canchas. Y hubo que poner un cerco.
Es el refugio para 150 chicos, que en el verano llegan a 200, para jugar al fútbol en el caso de los varones, y al hockey las nenas. De cuatro a 15 años, de martes a viernes y con partidos los sábados.
“Cuando terminan de entrenar se lavan las manos y van al comedor, donde tenemos tres tablones. Recién cuando están todos sentados se sirve la merienda. Y cuando se van todos deben saludar a los profes, con un beso, un choque de palmas, un abrazo... Para muchos de esos chicos será la última comida hasta el día siguiente, cuando almuercen en el Paicor”, describió.
Los hábitos de conducta son parte de la enseñanza. Julio Fernández se enorgullece al asegurar que los chicos no usan malas palabras dentro del predio y que son felicitados cuando les toca jugar en otras escuelas.
“Una vez desapareció un teléfono celular. El que lo hizo fue sancionado con dos meses sin ir a practicar deporte. Después volvió y hasta el día de hoy sigue con nosotros. Hay casos difíciles, todos los días. Los sábados, cuando vamos a jugar a otro lado, vienen los más grandecitos que se levantan solos, porque los padres no los acompañan. A veces llegan chicas, que fueron mis alumnas, y que ahora son madres y llevan a sus hijos a practicar deportes”. Un vagón de cola al que le hace falta una locomotora potente para seguir adelante.
Varios comercios de la zona aportan a la cruzada. Y les saca al fiado. Sus amigos árbitros también le dan una mano. Recibe una beca del Gobierno para pagar a los profes pero cubre todo el sueldo. Y también dinero para la merienda, pero alcanza para la mitad de los chicos. "Hoy les servimos leche chocolatada y pasta frola. Parte de esa merienda la solventamos con recursos propios", explicó.
Y hay que seguir empujando el vagón, cada día. "Sueño con edificar en el predio, poner tener una cocina, vestuarios y que los chicos, además de la merienda, puedan ir a desayunar y a recibir apoyo escolar. Me tengo fe y por ser fundación Tarjeta Naranja nos habilitó en el débito solidario para recaudar y estoy en gestiones con el Híper Libertad para conseguir ese tipo de aportes".
Lograr que el Vagón sea fundación le dio nuevos bríos. "Nunca pensé en decir basta. Eso sí, cada noche me duermo pensando en que ojalá tenga la capacidad de dejar a alguien apto para que continúe esta obra".
Hacer escuela por deporte
Julio Fernández es el coordinador de la ahora Fundación Deportiva El Vagón, que incluye a 10 profesores repartidos entre fútbol para los varones y hockey (mixto). Son Raúl, Franco, Ignacio, Florencia, Lula, Flavia, Facundo y Stefania. Tres de ellos empezaron como alumnos, cuando tenían ocho años.
Estudian en el profesorado y son parte del equipo, que se completa con Graciela y Marcela, las cocineras. “Acá no se paga cuota y me siento atrasado con los sueldos.
Tengo una entrevista con Medardo Ligorria (titular de la Agencia Córdoba Deportes) para conseguir dos becas más”, comentó el juez de línea.
El Vagón participa en la Liga Infantil Educativa de Fútbol, entidad que organiza una fecha solidaria en la que cada niño (juegan unos 800) ), dona mercadería. “Lo hacen desde hace cuatro años y con eso salvo tres meses de merienda”, celebró.
Es un juez de Primera
A los 37 años, Julio Fernádnez se consolidó como árbitro asistente en Primera División.
"Jugaba al fútbol en el Instituto Inmaculada. Mi hermano hacía el curso de árbitro y un día lo acompañé. Y me quedé. Fui el primero en debutar de mi tanda", rememoró.
Después de un largo recorrido por ligas del interior, por los torneos Federales, hasta que en 2009 debutó en B Nacional. Al año siguiente, lo promovieron a Primera.
Nunca se siente en off side por el apoyo de Gretel, su esposa. Y su terna arbitral favorita es la que integran sus tres hijos: Thiago (seis años), Conrado (4) y Benicio (2).