La última dictadura no se llevó solo cuerpos: quiso borrar historias, proyectos, nombres. Pero a veces, el tiempo devuelve lo que el horror quiso callar. A casi medio siglo de su desaparición, los restos de Aida Villegas fueron identificados en el Pozo de Vargas, una fosa clandestina en Tucumán donde el Estado escondió a cientos de desaparecidos.
Aida nació en Córdoba en 1954, pero Catamarca fue su tierra. Allí creció, estudió, militó en la Juventud Peronista. Más tarde, ya instalada en Tucumán para cursar Psicología, se sumó a Montoneros. Era joven, idealista y comprometida. Todo eso bastó para convertirla en objetivo de la represión.
Fue secuestrada en 1976 en su casa, frente a sus familiares, a quienes encerraron mientras ella era golpeada y torturada. Después de eso, su rastro se perdió entre dos de los centros clandestinos más temidos del norte argentino: el ex Ingenio Nueva Baviera y la Jefatura de Policía de Tucumán.
Su nombre integró años después los expedientes judiciales de la Megacausa Arsenales II – Jefatura II, donde los responsables fueron juzgados. Pero no fue hasta ahora que su familia obtuvo una respuesta tangible: su cuerpo, hallado por el CAMIT, fue identificado por el EAAF y devuelto a la memoria.