Opinión: Cristina, en el país de las maravillas (o de los infiernos)

Por Fabián Bosoer. (De La Razón)

DYN33, BUENOS AIRES 23/09/2017, LA EX PRESIDENTA Y CANDIDATA A SENADORA NACIONAL POR LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES DE UNIDAD CIUDADANA, CRISTINA FERNÁNDEZ, DURANTE LA CONMEMORACIÓN POR LOS 70 AÑOS DEL VOTO FEMENINO, EN EL CENTRO RECREATIVO VESELKA, DE LA LOCALIDAD BONAERENSE DE CANNING, PARTIDO DE EZEIZA.  FOTO:DYN/PRENSA UNIDAD CIUDADANA.
DYN33, BUENOS AIRES 23/09/2017, LA EX PRESIDENTA Y CANDIDATA A SENADORA NACIONAL POR LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES DE UNIDAD CIUDADANA, CRISTINA FERNÁNDEZ, DURANTE LA CONMEMORACIÓN POR LOS 70 AÑOS DEL VOTO FEMENINO, EN EL CENTRO RECREATIVO VESELKA, DE LA LOCALIDAD BONAERENSE DE CANNING, PARTIDO DE EZEIZA. FOTO:DYN/PRENSA UNIDAD CIUDADANA.

La ex presidente Cristina Kirchner está en campaña. Se postula como candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires, pero pretende liderar la oposición al Gobierno nacional y eso la obliga a recrearse bajando al ruedo de la competencia política habiendo perdido su condición de liderazgo indiscutido y primus inter pares. Como no logró encolumnar al justicialismo en las PASO, armó una agrupación propia, la Unidad Ciudadana, desde la que pretende volver a colocar detrás de ella al peronismo, en alianza con otros nucleamientos.

Convengamos que no es algo nuevo para ella: está retomando el camino que recorrió en los años 90 como diputada y senadora por Santa Cruz, integrando el bloque justicialista durante la segunda presidencia de Carlos Menem y los gobiernos de Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde, cuando su marido era amo y señor de la provincia.

Pero ahora es bien distinto. No se puede quitar de encima el traje de Presidente y jefa partidaria que portó durante ocho años. No puede hacerlo porque –a favor o en contra- esos ocho años de su gobierno más los cuatro de Néstor Kirchner constituyen su principal capital político.

Y son, al mismo tiempo, su límite infranqueable. Una plataforma que nadie puede disputarle y, a la vez, una mochila demasiado pesada para atraer nuevas voluntades y adhesiones.

En registro de campaña, la ex presidenta y candidata enfatiza los contrastes entre el presente y el pasado. "Prefiero mi país -dijo textualmente en la entrevista televisiva con Luis Novaresio, la semana pasada- donde cualquiera podía decir lo que quisiera del Presidente". "Mi país...", dijo. Como si este país, el actual, fuera para ella "otro país", en el que no hay libertad de expresión ni estado de Derecho. "Estamos como Venezuela", se permitió comparar.

En otro acto, en Lomas de Zamora, le pidió al Gobierno que en lugar de "hablar del futuro" se "ocupe del presente" y cuestionó la campaña electoral del oficialismo, al advertir que "no hay que sacarse fotos con los pobres". Sostuvo que "este 22 de octubre hay que votar por el presente, hay que votar por el hoy y el ahora", tras advertir que "nuestro pueblo no puede vivir esperando que les prometa que el futuro va a llegar, porque la olla hay que pagarla hoy y las tarifas hay que pagarlas hoy". "Quiero que quienes gobiernan este país no me hablen del futuro, quiero que se ocupen del presente. Vamos a votar por el presente, por lo que nos está pasando y por lo que nos quieren quitar", señaló. Y agregó: "Nosotros nunca les prometíamos futuro, construíamos presente que es lo que la gente está necesitando. Construir presente. ¿Si no tenés laburo de qué futuro me estás hablando? Si no tenés más remedios porque no los podes pagar ¿de qué futuro nos están hablando?". Ese es precisamente el problema: un gobierno que "construyó presente" distribuyendo la extraordinaria renta producida por las exportaciones agropecuarias, repartiendo subsidios al consumo y las tarifas, aumentando la deuda pública, desalentando las inversiones y cerrando la economía terminó hipotecando el futuro. Ese fue parte de su legado que hoy se está pagando. No habló del futuro: lo hipotecó.

Sus palabras revelan también una concepción del poder. Son los gobiernos los que "dan" o "quitan" el trabajo a la gente. No hay racionalidad económica ni complejidad social, ni pluralidad de intereses y demandas ni contexto histórico en su relato. El recuerdo de esa larga década pasada divide aguas y su contraste con las dificultades del presente es su principal base de apoyo entre quienes la siguen. Está obligada a remitirse a ellos ante cada paso. Para reivindicar su gestión ante sus partidarios, para defenderse ante el periodismo que la interpela o para responder por sus actos de gobierno ante la Justicia. Pero también es su punto vulnerable: es difícil convencer a la gente de que los problemas actuales y las cuentas que estamos pagando son endosables a un gobierno que lleva dos años y no, también, al modo en que se gobernó hasta entonces. Y en todo caso, sus críticos diagnósticos la comprenden, cuanto menos, como co-responsable de los problemas que describe.

El "país de Cristina Kirchner" vs. el "país de Macri" es una falsa disyuntiva. Hay un sólo país, el mismo país con las caídas y recuperaciones, logros y déficit, grietas sociales y de las otras, problemas no resueltos y desafíos pendientes que venimos arrastrando gobierno tras gobierno. Y debajo, o por encima -según se prefiera ver- los ciudadanos, que ejercen su derecho a decidir, elegir, acertar u equivocarse, gobierno tras gobierno.

Que no se confundan.

Que no nos confundan.