Opinión: ¿Tenemos que esperar que venga el Papa?

Por Fabián Bosoer (de La Razón)

Opinión: ¿Tenemos que esperar que venga el Papa?
BOG_810\u002E BOGOTA (COLOMBIA), 9/9/2017\u002E- El papa Francisco es recibido por fieles y miembros de la iglesia a su llegada a la Nunciatura Apostólica en la capital, luego de su visita a Medellín, donde celebró una misa campal hoy, sábado 9 de septiembre de 2017, en Bogotá (Colombia)\u002E La capital del departamento de Antioquia (noroeste) no se quedó atrás de Bogotá y Villavicencio, donde Francisco también fue recibido por centenares de miles de personas en sus recorridos en el papamóvil\u002E EFE/ERNESTO GUZMÁN JR

El Papa Francisco, argentino y porteño nacido en el barrio de Flores, es, además de jefe de la Iglesia católica, un líder de proyección latinoamericana y mundial. Desde que fue ungido como 266 Sumo Pontífice en marzo de 2013, ha realizado 23 viajes al exterior. Entre ellos, cuatro a América Latina. Como sabemos, el único destino hasta ahora excluido de sus giras es su propio país. Tal vez no necesite venir para estar presente. Es cierto.

Pero también lo es que su ausencia se hace sentir y despierta, a su vez, otras especulaciones.

Porque lo cierto es que este Papa, además de la novedad de su procedencia, asumió compromisos políticos que conmueven las tradiciones más conservadoras de la Iglesia católica; o, en todo caso, acercó a ésta a las problemáticas y preocupaciones terrenales más inmediatas y urgentes. Su primer viaje al exterior fue a Brasil, en julio de 2013, a cinco meses de ser elegido, para asistir a la 27 Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Río de Janeiro. En ese viaje remplazó el papamóvil blindado por un vehículo blanco totalmente abierto y rompió en varias ocasiones el protocolo para acercarse a los fieles. En julio de 2015, Francisco realizó una gira de una semana a los tres países más pobres de Sudámerica -Ecuador, Bolivia y Paraguay-, donde pidió perdón por los crímenes contra los indígenas durante la conquista de América.

El décimo viaje de su pontificado fue en septiembre del 2015 a Cuba y Estados Unidos, y fue una ocasión para tender puentes entre el país socialista y la superpotencia capitalista. En su 12º viaje al extranjero a México en febrero del 2016, el pontífice añadió una etapa de tres horas en el aeropuerto José Martí de La Habana para mantener un encuentro histórico con el patriarca ortodoxo ruso Kirill. Este viaje que realiza en estos días el Papa a Colombia será el único previsto para este año, pero también de una significación especial. Activo promotor de los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC, Francisco lleva un mensaje de reconciliación e impulso al proceso de paz con las FARC, la guerrilla más antigua de América, que está poniendo fin a un conflicto armado de más de medio siglo con el Estado, pero cuyo desarrrollo ha generado una brecha entre los partidarios del acuerdo y sus detractores.

La Argentina también parece ser, por momentos, un país que vive en una guerra civil perpetua y larvada, imaginaria o mítica, anclada en enfrentamientos reales del pasado que se encarnan en los conflictos actuales. Como si el presente y el futuro estuvieran escritos desde los tiempos más lejanos en que nació la idea de crear un país nuevo en estas tierras. Morenistas y saavedristas, unitarios y federales, peronistas y antiperonistas, kirchneristas y antikirchneristas… La tan mentada "grieta".

Nos vendría bien, tal vez, que el Papa viniera al país y convocara a cerrar esa grieta. Pero la Argentina seguirá excluida, al menos por este año y el que viene, de su agenda.

Para enero de 2018, están previstas visitas a Chile y Perú. Dicen que es porque no quiere interferir en la vida política nacional. Cabe dudarlo: Bergoglio está presente, de una u otra forma. Se recuerda su activa participación en el Diálogo argentino, que ayudó a superar la crisis del 2001 y desde sus años como arzobispo de Buenos Aires sigue atento a lo que ocurre en el país. También es entendible que en un año electoral, se quiera evitar que su presencia tuviera lecturas partidarias más coyunturales.

Pero ¿qué hubiera pasado si Francisco hubiera venido en estos días a la Argentina? Seguramente hubiera llamado a cuidar la democracia, desde las instituciones y en la vida social. Pediría por la justicia social y los desamparados. Reclamaría atención por los olvidados y postergados. Señalaría que la convivencia se nutre del respeto por la diversidad y el pluralismo. Recordaría, como lo hace un reciente documento de la Asociación Cristiana de Jóvenes, que "arrastramos el infortunio de fracturas correlativas: socio-económicas, políticas, educativas y culturales...". Que por lo tanto, la democracia requiere ser permanentemente abonada para que no decaiga en su intensidad.

Recordaría que la democracia ofrece la oportunidad de debatir las diferencias dentro de un marco dialógico. Que los actores, en especial la dirigencia de los diferentes ámbitos de decisión, están obligados a exponer un alto grado de prudencia; que la violencia sólo engendra más arrebatos de furia. Que esta realidad hace necesario evitar a toda costa expresiones verbales provocativas, denuestos virulentos y agresiones de cualquier naturaleza que hagan difícil retroceder hacia conductas más civilizadas.

Si hubiera estado en estos días en la Argentina, Francisco seguramente invitaría a mantener la pasión y el compromiso por las ideas y a la vez, convocaría a serenar los espíritus para que el disenso, siempre saludable, no nos obnubile y nos transforme en guerreros sin destino. Como lo acaba de hacer en Bogotá, el Papa convocaría a los jó- venes a que "no se dejen vencer, ni engañar, ni pierdan la alegría, ni la esperanza y la sonrisa". Y tal vez manifestaría, también, su preocupación por el caso de Santiago Maldonado, cosa que hasta ahora no ha hecho. Sumarse al reclamo por el esclarecimiento de una desaparición que debería trascender las disputas y especulaciones políticas.