Por Alfredo Casero
Lo bueno que tiene es que nuestros hijos no le tienen miedo a las mismas cosas que nosotros.
Nuestro ADN mejora. Sino sería imposible.
Al hijo de una amiga mía que tiene siete años, al preguntarle por el atentado de ayer, y enterarse que eran trece personas, dijo “ah, pero son pocos”.
La situación en la que nos ponen no tiene ningún tipo de frialdad ni candor. Pero por otro lado es una gran cosa, porque convivir con diferentes miedos a los que estamos acostumbrados (en el caso mío la bomba atómica, Rusia – Estados Unidos, la guerra fría, Cuba, Israel, que me dijo siempre que todo podía explotar) por lo menos a mí me amargó la infancia.
Para muchos niños y jóvenes es algo normal, ven tan lejano la jubilación, como el mundo.
Así igual la historia.
A muy pocos jóvenes les importa la historia, porque puede mover mecanismos del presente, que promueven a la inseguridad personal. Qué suerte que tenemos niños impermeable, más doloroso sería para nosotros verlos sufrir, por cosas que son imposibles de detener. Es la manera infantil de ver la guerra global, que es sintetizada en una serie de calmantes, pastillas y antidepresivos, junto con el encierro en unidades habitacionales sin demasiada luz natural, frente a una computadora que te pregunta siempre más o menos lo mismo.
Sitios de confort que estimulan la ansiedad, el tabaquismo, la obesidad, los dolores de espalda, etc, pero que dan como contraprestación una seguridad de madriguera que se llama fobia. Y cada departamento tiene una fobia, o dos, una planta, un gato. Cuando sacás todos los fóbicos a la calle, cuando los fóbicos tienen que salir a comprar atún en lata, los miedos se convierten en otras cosas.
Por eso se odia la gente entre sí. Y por eso no se respetan los niños, porque los niños olvidan, a decir de los adultos.
Otro refugio es la religión, otro las adicciones, y otro la violencia. El bullyng, donde aprenden a pegar, las malas compañías, y la calle. Eso para algunos, para otros juegos virtuales de matar gente, películas que no hacen soñar, o porno.
La mentira generalizada y en la cara de la gente, que es lo que más le llama la atención a Miguel, de doce años. Así como hay niños que sostienen un relato ajeno por quedar bien con sus padres.
La sociedad a la nena le dará la maquinita de hacer churros, y la maquinita de hacer chupetines, pero los universos femeninos infantiles son mucho más amplios. Los colores, la creatividad, las mariposas y los hijos.
Y esa mirada que tienen las nenas hacia el punto amarillo que tiene la amapola, como un germen de belleza, que sólo en algunos casos hace acordar a su mamá.
¿Cómo no van a matar lo bueno, lo bello y el bien si hay quien estoicamente lo soporta?
Menos mal que tenemos hijos impermeables. Porque el mundo que viene será de ellos, ya no es nuestro.
Besos.
Casero