La unión ciudadana contra el Covid-19 de hace un año duró un abrir un cerrar de ojos. Hoy, a cinco meses de las elecciones y con las consecuencias de la pandemia y sus restricciones ya masticadas por la sociedad, el optimismo es menor y crecieron las desigualdades. El cuidado personal y la vacunación son las herramientas para enfrentar una segura segunda ola de la epidemia, que, una vez superada, le presentará al Estado el desafío de mejorar las condiciones de vida de las personas, más que promover el hedonismo y el consumo que vaticinan algunos estudiosos.
Eso considera el sociólogo Ariel Wilkis, decano de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (Idaes) de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), e investigador del Conicet, quien le concedió una entrevista a Vía País a un año del decreto presidencial de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO).
—Un artículo periodístico que usted coescribió con el antropólogo Pablo Semán, titulado Divididos por la pandemia, sostiene a las pendulaciones políticas y a los estrangulamientos económicos argentinos que conllevan reactivaciones cada vez más breves e inflacionarias se les suma ahora un factor global, disruptivo y pleno de efectos, que es la pandemia. ¿Nos espera un país mejor o peor en términos socioeconómicos?
—Lo primero es contextualizar esa reflexión, que básicamente tiene que ver con qué lugar ocupa la crisis de la pandemia dentro de la serie histórica de las grandes crisis de la Argentina democrática: las de 1989, 2001 y ahora. Y, en ese punto, esta crisis tiene una particularidad, que es su dimensión sanitaria, que las anteriores no tuvieron. Inicialmente muchos expresaron una idea parecida a “de esta salimos siendo una mejor sociedad”. Esa primavera pandémica, relacionada con que la unión, la solidaridad y la noción colectiva sobre las desigualdades nos iban a llevar a una mejor sociedad, duró poco. Hoy estamos en otro contexto, con un optimismo mucho más bajo. Las sociedades y los Estados por un lado han hecho lo que han podido, que ha sido muchísimo, pero las crisis tienen unas dimensiones extraordinarias. Y uno ya observa de manera palpable que las desigualdades no han disminuido, sino que se han acrecentado.
—En lo sociopolítico, ¿qué solución hay para este desencuentro social entre la “libertad” reclamada por la oposición y sus seguidores y la necesaria acción del Estado, que, por supuesto afecta en cierta manera a las libertades individuales, pero para morigerar los efectos de una epidemia que afecta a toda la población?
—En un estudio que hicimos para la Escuela Idaes se intentó dar cuenta de cómo la relación entre sociedad y Gobierno en torno de la pandemia está atravesada por tres dinámicas. Una es la de los consensos, que son pocos, pero existen. Por ejemplo, sobre la peligrosidad del virus, que no existe en todo el mundo y acá sí. También, la centralidad de la campaña de vacunación: el antivacunismo es muy minoritario en la sociedad argentina. Otro: que una porción no menor lleva adelante prácticas de cuidado. Una segunda dinámica, por supuesto, es la de la polarización, con enormes disensos, sobre todo en la evaluación sobre la gestión del Gobierno. Y la tercera dinámica que detectamos es que, frente a determinadas controversias, los espacios político-ideológicos que llegamos a identificar como la grieta también están fracturados, divididos. Por ejemplo, respectos de las clases. Seguramente la grieta va a quedar después de la pandemia, pero junto a la grieta va a haber otro tipo de procesos. Lo importante de este estudio es que la grieta no se come a todas las dinámicas de la sociedad. Esto no significa que la grieta no sea importante, sino que exige de parte de los académicos, la prensa y la política ver aquello que esté afuera de la grieta, que permita reducirla, y con un espíritu que implique una mejor calidad de vida y de las instituciones, y la reducción de las desigualdades.
—¿Cuál será la reacción de la sociedad ante una muy probable ola de contagios? ¿Transitaremos un clima político y social de violencia?
—En una segura segunda ola, predicha por expertos, hay un equilibrio imposible entre una crisis de la economía profundizada por la pandemia y la necesidad de que se reactive, sumado a cierto cansancio, saturación y padecimiento de la sociedad por todo lo vinculado a la pandemia. Será un equilibrio extremadamente débil y ahí es la política la que va a poder construir ese equilibrio, aunque sea precario y difícil, porque tiene la capacidad y las herramientas. Muy probablemente no podamos volver a un ASPO primera generación, pero al mismo tiempo, la sociedad argentina, y esto es lo que muestra este estudio, ha entendido que las medidas sanitarias deben ser adoptadas por el Estado para cuidar a la sociedad. En su gran mayoría ha habido una aceptación sobre este valor, que debe erguirse frente a la segunda ola.
—Pensando un poco en el largo plazo, y con cierto optimismo respecto del impacto de los avances científicos sobre la situación sanitaria global, el sociólogo y médico norteamericano Nicholas Christakis publicó un libro en el que vaticina una post pandemia de desenfreno sexual y el despilfarro. ¿Viviremos en la Argentina unos nuevos Años Locos?
—La verdad es que si eso sucede, los Años Locos, al igual que hace un siglo, van a durar poco tiempo. La sociedad argentina está demasiado golpeada, atravesada por conflictos y desigualdades. A esa fiebre por el consumo y el hedonismo desenfrenado la puedo ubicar en ciertos sectores sociales, no en toda la sociedad. Para gran parte de la sociedad la pandemia significó vivir el día a día. En 2020, por ejemplo, se produjo un crecimiento enorme en la cantidad de gente asistiendo a comedores. Gran parte de la sociedad no está para pensar en los Años Locos. Más que una reacción hedonista o de consumismo, sería ideal los Estados la reemplacen y se anticipen a la sociedad con propuestas de mejores condiciones de vida y bienestar durables, que tengan que ver con superar la pandemia pero también nuestra larga acumulación de crisis.
Por la Corresponsalía Buenos Aires